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Estamos en el momento álgido del
proceso de sucesión presidencial mexicana. Ha pasado la jornada electoral, los
consejos electorales distritales hacen el conteo oficial de los votos, habrá
impugnaciones y tras la actuación del Tribunal Federal Electoral la elección
deberá ser calificada y un presidente electo oficialmente declarado.
Los
acontecimientos de los meses previos al primero de julio provocaron la
movilización de muchos ciudadanos, jóvenes y ya no tanto. Con el fluir de la
información en las redes sociales, el cuestionamiento a los medios de
comunicación, las marchas, el encuentro de los candidatos con el movimiento de
Javier Sicilia y con los estudiantes del “Somos 132” se fue dando la sensación
de que el cambio sería posible, que posiblemente el PAN dejaría Los Pinos sin
que el PRI retomara el poder perdido; las deudas pendientes con las mayorías
podrían ser por fin subsanadas.Millones y millones de mexicanos nos dimos cita en las casillas el día señalado por la ley. Logramos una participación considerablemente alta, mayor al 60% del padrón electoral. La expectativa creció.
A las 8 de la
noche del primero de julio, hora del centro del país, el Programa de Resultados
Electorales Preliminares (PREP), comenzó a arrojar en tiempo real el cómputo de
los votos emitidos por cada candidato. 24 horas después la página del Instituto
Federal Electoral (IFE) consignó: 38.15% de los sufragios fueron para Enrique
Peña Nieto; el 31.64% para Andrés Manuel López Obrador.
Los
sentimientos se multiplicaron: desánimo, tristeza, desesperanza, enojo, como se
percibía a todas luces en los muros de las redes sociales. Al paso de las horas
miles de juicios fueron expresados, y la zozobra ha venido en aumento.
Sobre todo
esto se puede decir muchas cosas. Hoy creo importante llamar la atención sobre
algo que es necesario para evitar dos posibles consecuencias: la inmovilidad o
la violencia.
Mucha,
muchísima información circula en estos días. La mayor parte de nosotros tenemos
retazos de ella para orientar nuestra comprensión de la realidad y, en última
instancia, determinar los cauces de nuestra acción.
Emitimos
juicios como “todo fue planeado de antemano”, “la elección estuvo plagada de
corrupción” pero no disponemos de información suficiente para respaldar lo que
expresamos: ¿qué significa con claridad que haya un plan?, ¿Cuál es el
porcentaje de votos nulos con los que se invalida una elección? ¿Cómo se
instrumenta un proceso jurídico para demostrar delitos electorales? ¿Cómo se
juzga jurídicamente la actuación de las autoridades? Estamos medianamente
informados.
Viene
bien que nos detengamos un momento, que revisemos cómo realizamos nuestros
juicios sobre la realidad, que verifiquemos si la información que tenemos es
suficiente, que nos preguntemos qué tan
ignorantes o conocedores somos realmente. La ignorancia, reitero, puede
conducir a la inmovilidad o a la violencia porque nos muestran un panorama
inmanejable ante el cual sentimos que nada se puede hacer o que hay que tomar a
como sea lo que nos toca. Y en ninguno de esos caminos se construye el país que
necesitamos.
Con
adecuada información podemos saber cómo señala el Cofipe que transcurre
legalmente una elección, cuáles son los delitos electorales, cómo se establece
una denuncia al respecto. De igual forma y en momentos posteriores se puede
saber cuándo, cómo y quiénes harán las propuestas de reforma del marco normativo
electoral, qué papel juega en él cada diputado y senador y cómo pedirles
cuentas. Se pueden señalar cosas parecidas en los niveles municipal y estatal.
Y el espectro abarca todo el horizonte de la acción política, la que
indeclinablemente debemos afrontar los ciudadanos.¿Qué toca hacer ahora ante los resultados electorales? ¿Cómo habrá que actuar en el futuro mediato? ¿Cuál es la cuota que hemos de aportar en lo local, lo estatal, lo nacional? ¿Qué rol jugamos políticamente los ciudadanos? Estas son buenas preguntas para días de desánimo y múltiples sentimientos. Reconocer lo que verdaderamente sabemos, lo que nos falta por saber y la información que debemos acopiar es un buen paso para continuar con estrategias reales nuestra ciudadanía y salir del terreno del exabrupto, el pataleo y la indignación feisbuquera desinformada, para pasar a la crítica, a la demanda y a la comunicación alternativa sólidamente militante.
1 comentario:
Es decir, pasar a ser ciudadanos realmente....
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