Autor: José Rafael de Regil Vélez
Publicado en Síntesis Tlaxcala, el 01 de marzo de 2016, en la columna Palabras que humanizan.
Mientras repasaba los mensajes
que pronunció el Papa Francisco en la visita que realizó este mes a México no
pude menos que recordar la idea que transmitió hace cosa de 200 años Ludwig
Feuerbach en Heidelberg (hoy en Alemania), cuando pronunciaba sus Lecciones sobre la esencia de la religión.
Me permito traer el texto para compartirlo con los lectores:
El objetivo de mis escritos como también de mis lecciones es: el de transformar a los hombres de teólogos en antropólogos, de teófilos en filántropos, de candidatos del más allá en estudiantes del más acá, en liberarlos de ser ayudantes de cámara religiosos y políticos de la monarquía y aristocracia celeste y terrestre, en hacer de ellos ciudadanos autoconscientes de la tierra. Mi finalidad es, así pues, ni mucho menos sólo negativa o anuladora, sino más bien positiva, sí, niego sólo para afirmar; niego sólo el ser aparente, fantástico de la Teología y de la Religión para afirmar el ser real del hombre.
Es claro que
el padre del humanismo ateo estaba denunciando a las personas de fe de su
tiempo (que bien podrían ser muchas del nuestro) que por estar preocupadas por
lo religioso (lo del más allá) se desafanaban de los problemas sociales,
políticos y económicos de su tiempo, de su tierra (el más acá). Sus expresiones
son lapidarias: transformar a los hombres de teófilos en filántropos, de teólogos
en antropólogos…
En la Europa
de la naciente revolución industrial, de las influencias iluministas, del
surgimiento de las ciudades como hoy las entendemos y del nacimiento de los
estados modernos constituidos sobre la base de que el poder emana de las
personas y no de lo divino, los problemas sociales se venían haciendo cada vez
más complejos y algunos grupos de habitantes tomaban conciencia de que había
que hacer algo más que rezar esperando que todo viniera de un más allá que
fuera sede de lo divino; o, peor tantito, esperando que aunque las cosas de
este mundo fueran pésimas, si las personas tenían resignación, oración,
penitencia y sacrificio tendrían una recompensa en el más allá, ganado a costa
de vivir en el valle de lágrimas en el más acá.
Hoy el más acá
sigue siendo una deuda pendiente: mueren inocentes por las más injustas y
diversas causas, hay nuevas formas de esclavitud englobadas en la expresión
“trata de personas”, las condiciones socioeconómicas y políticas de muchos
lugares producen multitudinarios flujos migratorios caracterizados todos ellos
por la vulnerabilidad de las personas.
La economía excluye
antes que incluir, millones de personas carecen de una salud que ser cuidada
podría costar un puñado de dólares que nunca podrán tener juntos. Los estados
vulneran a sus ciudadanos, las decisiones han sido confiscadas por unos cuantos
que han hecho del poder político su modus
vivendi. El crimen se ha organizado en proporciones globalizadas con
secuelas de corrupción, trastocamiento de formas de convivencia.
La visita de
Francisco, el pontífice de los católicos, a México ha sido también un llamado a
ser ciudadanos del más acá, responsables del mundo que nos ha tocado vivir,
protagonistas de la historia que se construye en nuestro aquí y ahora. En el
encuentro con religiosos, religiosas, seminaristas y sacerdotes en Morelia
decía con todas sus letras: no nos resignemos… No nos acostumbremos a que las
cosas sean como están, tan poco humanas y humanizantes.
Invitó a “todos
los hombres de buena voluntad” en su mensaje a los jóvenes a entender que la
riqueza no está en lo que se consume, sino en lo que cada uno es y con lo que
cada quien puede sumarse para construir un mundo más justo, fraterno. Nos
invitó a discutir para construir acuerdos y concuerdos; a pedir perdón por
haber despreciado formas de vida que respetan más a la casa de todos -como las
de los indígenas- para asumir el desafío de inventar un mundo sostenible, de
respeto a los otros y a lo otro.
La diferencia
entre el papa venido de Argentina y Feuerbach es que el primero piensa que la
militancia en el más acá es a la vez la militancia del más allá, porque la
invitación del Dios Padre-Madre de todos es a que las personas tengan vida y la
tengan en abundancia; a darle gloria cuando se alimenta al hambriento, se viste
al desnudo, se visita y cura al enfermo... Precona que se aventuran bien
quienes buscan la paz, comparten lo que tienen, viven con el corazón siendo
capaz de ponerse al lado del sufrimiento del otro para convertirlo
conjuntamente en gozo.
Para todas las
personas que apuestan por el ser humano y la justicia y no solo para los
católicos la invitación sigue vigente: ante los ingentes desafíos de nuestro tiempo
no nos resignemos. Confiemos como si todo dependiera de Dios, pero actuemos
como si todo dependiera de nosotros. Transformémonos en ciudadanos del más acá,
aun cuando pudiéramos tener puestos la vista y el corazón en el más allá.