Autor: José Guadalupe Sánchez Aviña
Publicado en Lado B, el 18 de febrero de 2016.
En medio de un mundo basado en
la exigencia de lo fácil, lo inmediato y lo útil, acecha siempre la tentación
de perder de vista esos esenciales que hacen de la cotidiana una existencia
realmente humana. Entre estos se encuentran los procesos educativos; se refiere
a una educación capaz de provocar que el hombre desde su condición de ser
natural desarrolle toda su potencialidad y se constituya a sí mismo, con los
demás, en Ser humano. La educación
entendida entonces como proceso civilizatorio que humaniza, que implica un acto
permanente de valoración y en sí mismo de la educación como algo valioso, como
algo por lo cual esforzarse por decisión propia.
Al
hablar de educación se hace referencia a aquella que hoy se le puede asociar
con el concepto de calidad, entendida como la utópica aspiración formativa de
dimensión humana que se orienta fundacionalmente al logro del bien de
individuos y comunidades. Partiendo de esta consideración se deja en claro lo
inadecuado de separar la educación valoral de la calidad educativa. Como dos
condiciones centrales que exige esta calidad, se reconocen:
1) Que debe ser política
educativa, dado su interés público, el promover la autonomía interdependiente
del estudiante, centrando la atención en la formación moral como natural del
ámbito escolar; formación promotora del cumplimiento de obligaciones morales
basado en un sistema ético personal, asumido como propio a partir de un proceso
reflexivo; y,
2) La recuperación del docente
como sujeto moral y factor estratégico del proceso; privilegiando su formación
a través del ejercicio introspectivo que le posibilite apropiarse de su acción
educativa; mientras el docente no sea explícitamente consciente de sus propios
valores fundamentales y sea capaz de traducirlos en una pedagogía de los
valores que posibilite el desarrollo moral de sus estudiantes, estaremos ante
una práctica docente alejada de la esencia para la que es conminada: la
educación.
Cierro
esta intervención, acudiendo a palabras de Pablo Latapí cuando señala: “Humana y solo humana es la capacidad de
concebir la existencia como destino, con principio y fin, con sentido de
realización, en donde cabe –al lado de otras fuerzas determinantes e
incontrolables– el libre albedrío para elegir entre el bien y el mal. Por esto,
humano es el orden moral que compromete nuestra conciencia hasta en sus actos
más secretos” (2009: 51) Y a propósito de Latapí, no hay que confundir ni
reducir la formación moral a lo que se llama formación religiosa.
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