Publicado en Síntesis, Tlaxcala, el jueves 4 de febrero, en la columna Palabras que humanizan
Escribo mi artículo semanal el
día de asueto en el que conmemoramos el aniversario 99 de la Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos, el documento legal fundante de la
relación entre los mexicanos, la que estipula derechos y deberes y de la cual
emanan leyes y reglamentos.
Mientras
pensaba lo que redactaría en mi texto leí en uno de los grupos de las redes
sociales en las que participo que habían atrapado cerca de la casa de uno de
mis conocidos a unos muchachos que estaban haciendo graffiti en las paredes y a
quienes los vecinos tenían detenidos en espera de que llegase la policía para
llevarlos a donde sea que lleven a los graffiteros. Alguien que estaba en la
conversación dijo: “que los castiguen con todo el peso de la ley”.
Como
entre bueyes no hay cornadas pensé: “¿por qué pedir el “peso de la ley” para
esos chicos cuando me consta que algunos de los conectados en la charla, no nos
medimos con ella en acciones que nosotros cometemos?” Varios de quienes conozco
(incluidos algunos en el chat) nos ufanamos de poder dar vuelta a la autoridad,
de que no nos “cachan” cuando transgredimos una ley, un reglamento… Aunque sea
cuando nos “volamos” el reglamento de tránsito y después tratamos de convencer
al agente de que no, que él se equivocó al infraccionarnos (o sin agente,
incumplimos la norma y punto).
Así
las cosas me dije: “para esos jóvenes no se pide castigo porque hayan hecho un
quebranto jurídico, sino por tontos”. Como los espartanos.
Estos griegos
de hace muchos siglos eran un pueblo fundamentalmente guerrero. En su ciudad
estado la mayor virtud a la que alguien podía aspirar era la valentía. En la
educación de sus jóvenes se estimulaba el aprendizaje de la astucia, al grado
que si alguien era sorprendido, por ejemplo, robando, se le castigaba
públicamente no por ladrón, sino por poco astuto; por pen… tonto, diríamos a la
mexicana.
En
el aniversario de la Constitución Política nos viene bien reflexionar sobre el
significado de las leyes para la convivencia humana, pues ellas son
instrumentos para que la interacción de las personas encauce el poder para
aquello que les permita -valga la redundancia- vivir más humanamente.
Me
explico. Las mujeres y los hombres, por ser necesitados de muchas cosas para
vivir desde el momento de su nacimiento, pueden exigir a los demás lo que les
corresponde para poder seguir viviendo: alimento, techo, casa, salud,
educación, reglas del juego claras para coexistir socialmente.
Dado que la
forma en la que cada uno entiende que se concretan sus derechos entra en
conflicto con las de los demás, quienes no necesariamente los miran de la misma
manera, se hace necesario dialogar (la palabra diálogo significa proceder a
través de la razón) para encontrar los cauces de la coexistencia, los que
aseguren que las personas tendremos acceso a aquello que necesitamos para
realizarnos.
El producto del
diálogo en un consenso social “positiva” (hace objetivos, visibles) los
derechos en un instrumento que se llama ley. Así, las leyes, las normas
jurídicas, son la objetivación de aquello que hemos acordado socialmente que
mejor puede reflejar lo que humaniza en un momento histórico específico, de
acuerdo a la cultura, los lugares, usos, costumbres, etc.
Quien rompe
una ley impide que nos realicemos y por eso debe recibir una sanción; esto es,
merece una consecuencia acorde al daño que nos infligió a sus conciudadanos,
previendo inicialmente incluso que pueda resarcir el daño que causó.
Cuando alguien
quebranta una ley nos daña, lo alcance a ver o no la autoridad, o nosotros
mismos. Mis amigos y yo mismo cuando hemos sido corruptos ocasionamos
perjuicios diversos que quedan allí, nos hayan sancionado o no; incluso si
actuamos ignorantemente.
Hoy creo que
una buena manera de conmemorar el aniversario de la Constitución de 1917 es que
los ciudadanos volvamos a caer en cuenta del significado de la ley y el papel
que ha de jugar en nuestras vidas y qué significado ha de tener para nuestro
ser social. Ojalá que si la rompemos nos castiguen por impedir la humanización
y no solo por haber sido tan tontos como para que alguien nos cachara,
condenándonos así a vivir infantilmente cuando los desafíos de nuestro tiempo
requieren ciudadanos maduros, capaces de afrontarlos para que podamos vivir en
solidaridad, paz y justicia.
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