Autor:José
Rafael de Regil Vélez, Datos del autor, haz click aquí
Publicado:
Síntesis Tlaxcala, 11 de junio de
2013
En
abril de 1963 Angello Roncalli –conocido también como Juan XXIII- dirigió a
todos los obispos, fieles católicos y –como suelen decir los pontífices- a las
personas de buena voluntad un carta solemne sobre la paz en el mundo, cuyo
nombre es Pacem in terris.
Hace cincuenta años tan solo la
situación mundial era totalmente otra. El mundo había emergido de dos guerras
mundiales que habían dejado como saldo no solo muerte y destrucción sino el
cuestionamiento del fundamento mismo del orden social y del orden
internacional. La anhelada paz de la posguerra no terminaba de acontecer, pues
la polarización de los países en dos grandes bloques provocó una situación de
incertidumbre permanente que fue denominada guerra fría.
La paz –legítima aspiración humana-
parecía no llegar y la pregunta obligada entonces era: ¿cómo hacer para que una
forma de vivir pacífica se vuelva norma y no excepción?
El entonces octogenario líder de la
iglesia católica –quien moriría un par de meses más tarde- se lanzó a la arena
pública sin mayor trámite: cuidando la forma en la que las mujeres y los
hombres nos relacionamos entre nosotros, con las autoridades y entre naciones.
Para el primer caso sin dudar afirma
que la relación entre las personas tiene que estar mediada necesariamente por
la observancia de los derechos humanos y los deberes que implican
consecuentemente.
El derecho a la existencia y un nivel
decoroso de forma de vida, a la expresión, al trabajo y la actividad económica
que permita el sustento, a participar en la vida pública, a opinar, a transitar
son la base de una forma de convivir que no depende de los intereses de ningún
estado o ente abstracto y racional, sino de la dignidad de la persona misma.
Podríamos decir que velar por los derechos humanos y actuar en consecuencia es
la forma de vivir la paz.
Pero no basta. Es necesario que la
convivencia política conduzca a la paz se requiere que sea conducida bajo
cuatro grandes fundamentos: verdad, justicia, amor y libertad. A partir de
estos se orquesta la relación con las autoridades, cuya existencia es debida a
la procura de condiciones para que las personas puedan vivir dignamente,
participando de la vida pública, articulando su existencia cotidiana mediante
el ejercicio representativo en distintos poderes que devienen del
involucramiento de las personas en el ejercicio de la política.
Relaciones humanas basadas en el
respeto, la promoción y la acción basada en derechos humanos; relaciones entre
las personas y las autoridades que permitan la participación política
jurídicamente estable; relaciones entre países basadas en la justicia y la
promoción de las posibilidades serían, a decir del papa Roncalli, las bases
para una vida en paz, que es sinónimo de una existencia que procura la dignidad
las personas, único punto de referencia real para la existencia propiamente
humana.
Hoy el mundo es diferente, pero siguen
pendientes las cuentas con las mujeres y los hombres que viven en la
inseguridad, carentes de condiciones de vida que permitan afrontar todas sus
necesidades humanas, con gobiernos que toman decisiones en favor de pocos y en
detrimento de la mayoría; con una gran crisis de desarrollo sustentable, de
insolidaridad entre naciones. En nuestro contexto la invitación a la paz.
Nuestro presente es tan similar y tan diferente a 1963, pero el llamado a construir
la paz con la persona al centro de nuestro esfuerzo político sigue siendo
vigente.