Autora:
Luz del Carmen Montes P.
Publicado:
Puebla on Line, 04 de junio de 2013
Unos
de los rumores más fuertes en educación superior es que los profesionistas que
dan clases, lo hacen porque no encuentran un trabajo pertinente a su campo o un
trabajo mejor; al fin, cualquiera con un título universitario puede dar clases.
Creo
que cuando se estudia una licenciatura que no está relacionada con la pedagogía
o la educación, no se tiene en el horizonte la idea de ser profesor. Para la
gran mayoría, el inicio en la docencia universitaria es una opción laboral;
pero no solo es eso, hay una cierta inclinación que hace pensar que es posible
desempeñarse como profesor; y con el paso del tiempo, la práctica docente le
atrapa.
Y
cuando la docencia atrapa, se complica, deja de ser una opción laboral y se
comienza a convertir en una vocación. Se pasa de la preocupación por dominar y
transmitir contenidos a preocuparse por el aprendizaje y el interés de los
estudiantes. Surgen las preguntas: ¿cómo mantengo a los estudiantes no solo
atentos sino interesados? ¿Cómo hago para que lean más y mejoren su ortografía
y su redacción? ¿Cómo hago para que dominen los conceptos y las técnicas de mi
materia y no solo lo repitan? ¿Cómo paso de la calificación a la evaluación?
¿Cómo hago para que ellos me perciban exigente y no intransigente? ¿Cómo logro
que sean más activos, más responsables?
Los
“cómos” son recurrentes y no se tienen la preparación didáctico-pedagógica para
enfrentarlos. Entonces lo más natural es buscar cursos de capacitación, que
muchas veces están al alcance de la mano, en la misma institución en la que se
labora. Sin embargo, aunque se tomen muchos cursos de formación docente, la
preparación no basta, hay que poner en práctica lo que se aprende. La
comprensión del proceso de enseñanza-aprendizaje y los aspectos relacionados
con él ayuda mucho, pero comprender no basta.
Hay
que planificar de manera diferente. Normalmente cuando un profesor planea su
clase piensa en lo que hace él, en los temas que hay que preparar y en las
herramientas o materiales que va a usar. Si se quiere cambiar, mejor hay que
pensar en lo que tienen que hacer los estudiantes en el aula y fuera del aula
para lograr los objetivos de aprendizaje formulados para su asignatura;
hay que seleccionar o diseñar el mayor número de actividades posible, con las que
los estudiantes pongan en juego un conjunto de habilidades, conocimientos,
actitudes y valores; hay que pensar en escenarios o contextos de aprendizaje
vinculados a las disciplinas que alimentan la licenciatura en cuestión (para
que haya aprendizaje significativo y situado); hay que cambiar la manera de
evaluar, haciendo un esfuerzo por reconocer cuándo es necesaria la memorización
y cómo se pueden calificar y evaluar productos de aprendizaje completos y
complejos para olvidar lo más posible los exámenes de respuesta única; hay que
ajustar la ayuda de acuerdo con las diferencias de los estudiantes; hay que
usar estrategias de aprendizaje individual, grupal y en equipo; hay que usar
las tecnologías de información y comunicación para que el estudiante interactúe
con ellas y no solo reciba información de ellas. Y todavía más…
Un
profesor comprometido con su labor, debe actualizarse en los temas de su
disciplina y en aspectos educativos; tiene que probar continuamente nuevas
estrategias de aprendizaje; tiene que aprender a reconocer cuándo está fallando
y sus posibles áreas de mejora; debe ser capaz de aprender de sus estudiantes y
de reconocer que no lo sabe todo; debe ser un guía que oriente, que acompañe,
que comprenda pero que a la vez sea firme y sepa establecer límites claros, que
exija mucho pero que dé lo mismo o más que lo que está pidiendo; debe
desarrollar en alto grado sus habilidades comunicativas para que los
estudiantes comprendan lo que tienen que hacer, lo que lograrán con ello y lo
que aprenderán. Y todavía más…
Todo
eso tiene que ser y hacer un profesor, para un curso con 5, con 10 o con 30
estudiantes, para un curso en línea o a distancia; en un curso muy temprano,
después de la comida o en la noche, con estudiantes de primeros o de últimos
semestres, a veces con estudiantes de diferentes licenciaturas en un
mismo grupo; y con otras variantes.
La
cereza del pastel, es que idealmente, un profesor que quiere mejorar día con
día, curso tras curso, semestre a semestre, reflexiona sistemáticamente sobre su
propia práctica; para lo que sirve llevar una bitácora y elaborar un
portafolios de evidencias suyas y de sus estudiantes. Y si esta reflexión la
puede compartir con sus compañeros docentes en un trabajo de academia, se logra
un pastel de triple chocolate.
En
realidad hay “de todo hay en la viña del Señor”, pero nunca está de más tener
un horizonte que oriente la manera en la que podemos mejorar.
La
autora es profesora de la Universidad
Iberoamericana Puebla.
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