Autora:
Rocío Barragán de la Parra
Publicado:
La Primera de Puebla, 22 de mayo de
2013
Este
fin de semana, mientras realizaba algunas compras en una tienda de
autoservicio, me tocó vivir una experiencia muy aleccionadora: tres pequeños de
no más de 6 años viajaban dentro del carrito del súper y mientras sus padres
revisaban los productos en los anaqueles ellos jugaban entre sí.
Como
suelen ocurrir estas cosas, en un pestañeo
una de las pequeñas se levantó del fondo del carrito para sentarse en la orilla, casi inmediatamente
su hermana le imitó pero no logró guardar el equilibrio precipitándose al
vacío; los padres estaban distraídos y no se percataron de lo sucedido hasta
que escucharon el murmullo de quienes presenciábamos la escena.
No
sé cómo explicarlo pero en una zancada estaba cachando a la pequeña que
venía de cabeza al suelo, fue entonces que la madre giró y encontró a su hija entre mis brazos, la tomó
y agradeció mientras que el padre se sumaba a los hechos regañando a los niños
por su mal comportamiento, acto
seguido bajaron a los niños del carro y se fueron.
Los
comentarios entre quienes presenciamos lo sucedido no se hicieron esperar y mi
querida amiga Coco, que en ese momento me acompañaba comentó: “¿Ésa es la
manera en la que se supone cuidamos lo más valioso que tenemos, el amor más
grande de nuestras vidas?”, sus palabras y la experiencia vivida me provocaron
la siguiente reflexión.
Quienes
tenemos el privilegio y la bendición de ser padres, maestros, facilitadores o
tutores, no siempre asumimos responsablemente dicha encomienda, y no me refiero
sólo al hecho de vigilar a los pequeños
mientras hacemos las compras en el súper; sino de asumir conscientemente la
decisión de llevarlos dentro del carrito.
Además
de la fabulosa experiencia de ser madre de tres jovencitos, desde hace más de
dos décadas me dedico a la educación universitaria y he conocido innumerables
casos de chicos abandonados en el carrito
por sus padres o tutores; situación no privativa de matrimonios separados o
divorciados, sino de padres desvinculados de la formación en el hogar; la
mayoría de ellos ocupados, – en el mejor de los casos -, en el tener para sus hijos que en el ser para sus hijos; lo que sería
proporcional, según la experiencia del fin de semana -, a dejarlos sin vigilancia en el carro del supermercado.
La
formación de los hijos va más allá de asegurarles una vivienda y pagar las
cuentas; no se limita a subirlos en el
carrito, sino a estar atentos de lo que sucede mientras viajan ahí; estar
cercanos a su desarrollo, guiarlos firme y amorosamente hacia procesos de
madurez afectiva e intelectual; enseñarles a vincularse asertivamente con su
realidad, su entorno y sus semejantes; que sean capaces de potenciar(se) para
resolver, enfrentar y decidir las situaciones cotidianas, - promisorias o
adversas- de la vida.
Comprometerse
en esta encomienda no es sencillo, sobre todo si consideramos que en ocasiones
las decisiones que tomamos pueden ser impopulares a sus ojos y eso puede
hacernos sucumbir para dejarlos viajar en
el carrito sin medidas de seguridad, pensando que con ello evitamos
tensiones, gimoteos, gritos o chantajes; sin embargo no podemos ni debemos
concederles todo cuanto nos piden porque como ocurrió el fin de semana, pueden
perder el equilibrio y venirse de cabeza al piso.
Las
peticiones que realizan nuestros hijos no siempre nacen de una genuina
necesidad, ni siempre se vinculan a decisiones pensadas en su bien-ser o
bien-estar; en algunas ocasiones cuando este modelo de vinculación persiste,
corremos el riesgo de generar pequeños monstruos que se relacionan de manera
nociva con los demás y que terminan sufriendo ante su incapacidad para convivir
y relacionarse.
Dicho de otra manera se
trata de entender en lo fundamental que no todo lo que es placentero nos
conduce al bien, del mismo modo que no todo lo que nos hace bien nos conduce al
placer y éste no siempre es sinónimo de plenitud o felicidad. Del mismo modo, subir a los hijos al carro de las compras no
salvaguarda su integridad a menos que supervisemos sus acciones; en ocasiones
es preferible que caminen a un lado o viajen sentados en el espacio diseñado
para ello sujetos con el cinturón de seguridad, al principio puede costarnos su
llanto e inconformidad, pero además de realizar las compras de forma segura;
enseñaremos a nuestros hijos pequeñas lecciones de vida que fortalecen la
convivencia, el respeto y la comunidad amorosa que representa el hogar.
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