Autor: José Rafael de Regil Vélezdatos del autor haz click aquí
En este 2013 se han cumplido
cincuenta años de un acontecimiento que fue poco atendido por la prensa,
excepto por publicaciones católicas: la elección el 21 de junio de 1963 de Juan
Bautista Montini como el papa número 262 de la Iglesia Católica, quien tomó el
nombre de Pablo VI, o Paulo VI como se le conocía en México.
El
Pontífice nació en el seno de una familia acomodada italiana del final del
siglo XIX. Su padre era abogado y director de una publicación impresa periódica
de orientación católica. Recibió la formación inicial en el colegio de los
jesuitas y a los 19 años entró al seminario, a cuyo egreso fue ordenado
sacerdote.
Siendo
un presbítero todavía muy joven fue a estudiar filosofía a la universidad
jesuita de Roma y letras a la estatal, pero muy poco tiempo después fue
trasladado a la academia que era encargada de formar a los diplomáticos del
Vaticano y los funcionarios de la curia romana. Se doctoró en derecho canónico.
Gran
parte de su vida se desempeñó como burócrata de la sede de la Iglesia Católica,
pero alternó sus ocupaciones de funcionario con las de asesor de grupos de
estudiantes universitarios italianos. Entre ellos y la secretaría de Estado
transitó la irrupción del facismo en Italia, la guerra mundial y la creciente
tensión entre los católicos tradicionalistas cerrados en sí mismos y los que
querían vivir en un mundo que cambiaba aceleradamente.
El
único trabajo que tuvo cercano a la gente fue el de Arzobispo de Milán, al cual
fue enviado por el papa Pio XII. En esa progresista ciudad del Norte de Italia
desplegó una fuerte labor con incidencia social, abierta al diálogo con
intelectuales, políticos, artistas y demás personajes de la cultura de su
tiempo, lo que completó la visión que inauguró cuando conoció a los pensadores
católicos de la primera mitad del siglo XX y que marcaron mucho del pensamiento
personalista y existencial contemporáneo.
La
Iglesia toda vivió un momento culmen cuando se zambulló en el Concilio Vaticano
II que convocó Juan XXIII, el italiano Angelo Roncalli, quien desafió a los
cristianos a salir de las sacristías para abrirse al mundo, a abrir las
ventanas de la milenaria institución religiosa para que entrara el aire de la
renovación que le hacía falta, pues para millones de sus fieles se estaba
quedando obsoleta, insensible a los problemas de su tiempo.
En
1963 murió ese pontífice y lo sucedió Montini, Pablo VI. Y comenzó un
pontificado de gran trascendencia, solo que opacado por la popularidad
mediática de Juan Pablo II, lo cual ha ocasionado que no se valore su legado.
Pablo
VI fue un papa que tuvo la tarea de guiar a una institución enorme, fincada en
una tradición secular, con enorme poder y muy lejana a las necesidades de las
mujeres y los hombres de su época hacia las nuevas posibilidades que habían
entreabierto el Concilio Vaticano II y las ideas modernas y la tecnología del
siglo XX.
Gran
parte de su espíritu se vio plasmado en la consigna que habían recibido las
órdenes y congregaciones religiosas para su puesta a punto: ser fieles al
espíritu de sus fundadores, pero también fieles al espíritu de los tiempos.
Así,
Pablo VI se dio a la tarea de orientar, animar, impulsar. Creó muchos de los
instrumentos de animación pastoral que hoy son cotidianos en la Iglesia
católica: instituyó el sínodo de los obispos, como una reunión frecuente en la
cual los jerarcas religiosos pudieran abordar los temas de importancia y sus
implicaciones para la praxis eclesial. Él mismo presidió al menos tres de esas
reuniones, la más famosa de las cuales fue la de 1977, dedicada a esclarecer
los retos de la evangelización en el mundo actual. Promovió las conferencias
episcopales en los diversos países del mundo para que los obispos pudieran
estar más atentos a colaborar entre ellos para el bien de las personas a las
cuales sirven.
Impulsó
la actualización de las misas y demás rituales sacramentales en todos los
países del mundo, con liturgias en lengua vernácula, con manifestaciones
culturales propias y no solo latinas. Esto le venía desde sus tiempos de asesor
de estudiantes en los que conoció el movimiento de reforma litúrgica que
pugnaba por hacer las formas cultuales más apropiadas para las personas de a
pie y no solo para los clérigos y su mundo latino.
Creó
diversas jornadas (algo así como días mundiales) dedicadas a problemas
importantes: la jornada mundial de la paz, la jornada mundial de las
comunicaciones. Esas efemérides han ido acompañadas desde la década de los sesenta
con un mensaje que realizan los papas con la idea de poner sobre la mesa las
principales implicaciones que tiene vivir humanamente. Las jornadas de los
medios de comunicación han entregado al mundo interesantes reflexiones sobre el
ser y quehacer de los medios y el papel que juegan quienes reciben sus mensajes
para la construcción de un mundo más justo.
El
pontífice escribió algunas cartas abiertas a todas las personas de buena
voluntad que causaron gran impacto: Ecclesiam
suam, Populorum progressio, Evangelii Nuntiandi, Humanae vitae. En ellas
abordó la apertura que deben tener todos los miembros de la Iglesia a los
problemas sociales, al progreso de los pueblos en igualdad de circunstancias
entre países ricos y pobres, la necesidad de que la fe cristiana se enriquezca
con los valores de la cultura actual, en tanto que esta pueda ser enriquecida
con los de aquella, fincados en una tradición humanista de milenios.
La
Iglesia Latinoamericana recibió gran impulso con la carta Populorum Progressio y su visita a Medellín para la inauguración de
la segunda conferencia del Episcopado Latinoamericano. De allí quedó
convalidada la búsqueda que llevó a la teología de la liberación y la praxis de
las comunidades eclesiales de base. Su presencia fue más amplia internacionalmente:
visitó Jerusalén, la ONU, Asia. Entendió la importancia de salir del Vaticano,
el lugar al cual se habían autoconfinado los papas desde la segunda mitad del
siglo XIX.
Juan
Bautista Montini fue un hombre de Iglesia, pero abierto a la sociedad, a la
cultura, a la consideración de que las mujeres y los hombres buscan vivir
humanamente y que la religión católica puede colaborar en su búsqueda, antes
que ser un obstáculo en el caminar por mostrar dogmas ininteligibles, morales
impracticables y culto insignificante. Por ello fue polémico, solitario, pero
también lúcido y luminoso para quienes quieren ser fieles a la enorme riqueza
que se desprende del humanismo cristiano y a las penas y alegrías de los seres
humanos de nuestro tiempo, que como ayer, son invitados a vivir la alegría de
la fraternidad y la justicia.