Autor:
Dr. Alfonso Álvarez Grayeb
Publicado:
La Primera de Puebla, 29 de octubre
de 2013
En
recientes días llegó a mi correo electrónico el video de una
interpretación peculiar de la Danza del Hada de Azúcar, del ballet El
Cascanueces, de Piotr Ilich Tchaikovsky, enviado por una querida amiga
conocedora de mis gustos. El calificativo de peculiar viene a cuento
porque la deliciosa música era interpretada por una pareja de músicos
polacos sobre un arpa o marimba hecha de copas de vino, instrumento con
inesperadas raíces antiguas que da el carácter etéreo que esa música
requiere. En efecto, en la partitura original para orquesta sinfónica,
Tchaikovsky introduce el sonido de la celesta, esa pequeña marimba
metálica que deja la sensación de haber escuchado campanitas de cristal
tocadas por ángeles sonrientes, cuyo efecto es logrado espléndidamente
por el arpa de copas de cristal. El conjunto logrado por el feliz encuentro
de esas notas maravillosas, la atmósfera mágica del tema literario, la fina
interpretación de los ejecutantes y el inusual instrumento, logran dejarnos
una sonrisa en el alma, que no habría porqué explicar, solo recibir y
disfrutar, pero que de todos modos me despierta la gana de analizar. Y
ahí va el rollo.
Empecemos por el instrumento. El arpa de copas tiene como dije raíces
antiguas. Hay referencias a instrumentos de copas de cristal o porcelana
en la China del siglo XII (¿habrá algo que no hubieran adelantado ya los
antiguos chinos?), pero también en la Persia del siglo XIV. En Europa
encontramos trazas de ese tipo de instrumento en documentos del año
1492. A partir de allí, se fue refinando al añadir a las copas diversas
cantidades de agua que servían para afinar el sonido de cada una de ellas
en la escala diatónica para producir todas las notas que tiene un piano o
un clavecín por ejemplo, lo que permite interpretar en el arpa de copas
cualquier obra pensada para aquellos instrumentos. Es lo que hicieron dos
señores europeos: el irlandés Richard Pockridge en 1742, y el conocido
compositor alemán Christoph Willibald Gluck por los mismos años con su
verillón, inaugurando con eso una nueva tradición.
Por el lado de la música, podemos decir que fue compuesta para un ballet
un poco desganadamente por Tchaikovsky a raíz de un encargo del
director de los Teatros Imperiales de Rusia, Iván Vsevólozhski en 1891.
Después de componer la música, el propio Tchaikovsky tomó ocho partes
de su partitura para hacer una suite para tocar esta
música en formato de concierto para orquesta en marzo de 1892, es
decir, sin el ballet, antes del estreno de este en diciembre de ese mismo
año. Desde entonces la suite se hizo muy popular en todo el mundo, y el
ballet, por su lado, es quizá la obra en su género más conocida en la
historia. Por alguna razón esta música se interpreta sobre todo en
Navidad, quizá asociada al papel protagónico que en ella tienen los
juguetes. Hay que decir que la música es de un nivel muy superior al del
argumento, que es más bien insustancial. De no ser por la calidad excelsa
de la música, creo que pocos recordarían la fuente literaria, a pesar de
que tiene su origen en un buen escritor como E. T. A. Hoffmann, del que
hablaremos adelante.
La atmósfera de cuento de hadas es lograda de manera excelsa por
Tchaikosvky desde la mismísima obertura, donde todos los instrumentos
de la orquesta tocan en su registro agudo pero suave, llevándonos de la
mano (del oído) a otro mundo alterno. Hay una anécdota deliciosa sobre la
composición musical: Tchaikovsky entró en una suerte de apuesta con un
amigo quien lo retó a usar en su obra una melodía que incluyera todas las
notas de la escala en orden, ya sea ascendente o descendente. Digamos
que usted toca la sucesión de ocho notas contiguas en un piano, en orden,
como melodía. Tchaikosvky lo logró en una parte del Cascanueces, el
Grand Adagio del segundo acto. Genial.
El ballet se estrenó en diciembre de 1892 en el Teatro Mariinski en San
Petersburgo, Rusia, cuya compañía de ballet estará en los días actuales en
México, y la primera representación del ballet completo fuera de Rusia fue
en Inglaterra en 1934.
El cuento original, que inspiró a su vez una adaptación de Alejandro
Dumas padre, y que finalmente detonó la música, fue escrito en 1816 por
el escritor (y algo músico también) alemán Ernst Theodor Amadeus
Hoffmann (lo de Amadeus lo añadió a su nombre él mismo por su
admiración a Mozart). Este Hoffmann es el mismo de los famosos Cuentos
de Hoffmann convertidos en la ópera de Jacques Offenbach. El
argumento, algo fantasmagórico, alude al nuevo juguete, un cascanueces,
que recibió un día la niña Marie Stahlbaum en una noche de Navidad,
juguete que cobra vida y que entabla una dura batalla contra el Rey de los
Ratones, a quien vence. El cascanueces, de cuyo lado está Marie, lleva a
esta a un mundo mágico poblado por muñecos.
En fin, regresando al principio, el video enviado por mi amiga, resulta ser
el escenario o crisol del luminoso encuentro entre artistas de cuño
diverso, incluidos aquellos de vertiente tecnológica que nos posibilitan
grabar y trasmitir esa experiencia. Salud.
El autor es profesor de la Universidad Iberoamericana Puebla. Este texto
se encuentra en: http://circulodeescritores.blogspot.com
Sus comentarios son bienvenidos
interpretación peculiar de la Danza del Hada de Azúcar, del ballet El
Cascanueces, de Piotr Ilich Tchaikovsky, enviado por una querida amiga
conocedora de mis gustos. El calificativo de peculiar viene a cuento
porque la deliciosa música era interpretada por una pareja de músicos
polacos sobre un arpa o marimba hecha de copas de vino, instrumento con
inesperadas raíces antiguas que da el carácter etéreo que esa música
requiere. En efecto, en la partitura original para orquesta sinfónica,
Tchaikovsky introduce el sonido de la celesta, esa pequeña marimba
metálica que deja la sensación de haber escuchado campanitas de cristal
tocadas por ángeles sonrientes, cuyo efecto es logrado espléndidamente
por el arpa de copas de cristal. El conjunto logrado por el feliz encuentro
de esas notas maravillosas, la atmósfera mágica del tema literario, la fina
interpretación de los ejecutantes y el inusual instrumento, logran dejarnos
una sonrisa en el alma, que no habría porqué explicar, solo recibir y
disfrutar, pero que de todos modos me despierta la gana de analizar. Y
ahí va el rollo.
Empecemos por el instrumento. El arpa de copas tiene como dije raíces
antiguas. Hay referencias a instrumentos de copas de cristal o porcelana
en la China del siglo XII (¿habrá algo que no hubieran adelantado ya los
antiguos chinos?), pero también en la Persia del siglo XIV. En Europa
encontramos trazas de ese tipo de instrumento en documentos del año
1492. A partir de allí, se fue refinando al añadir a las copas diversas
cantidades de agua que servían para afinar el sonido de cada una de ellas
en la escala diatónica para producir todas las notas que tiene un piano o
un clavecín por ejemplo, lo que permite interpretar en el arpa de copas
cualquier obra pensada para aquellos instrumentos. Es lo que hicieron dos
señores europeos: el irlandés Richard Pockridge en 1742, y el conocido
compositor alemán Christoph Willibald Gluck por los mismos años con su
verillón, inaugurando con eso una nueva tradición.
Por el lado de la música, podemos decir que fue compuesta para un ballet
un poco desganadamente por Tchaikovsky a raíz de un encargo del
director de los Teatros Imperiales de Rusia, Iván Vsevólozhski en 1891.
Después de componer la música, el propio Tchaikovsky tomó ocho partes
de su partitura para hacer una suite para tocar esta
música en formato de concierto para orquesta en marzo de 1892, es
decir, sin el ballet, antes del estreno de este en diciembre de ese mismo
año. Desde entonces la suite se hizo muy popular en todo el mundo, y el
ballet, por su lado, es quizá la obra en su género más conocida en la
historia. Por alguna razón esta música se interpreta sobre todo en
Navidad, quizá asociada al papel protagónico que en ella tienen los
juguetes. Hay que decir que la música es de un nivel muy superior al del
argumento, que es más bien insustancial. De no ser por la calidad excelsa
de la música, creo que pocos recordarían la fuente literaria, a pesar de
que tiene su origen en un buen escritor como E. T. A. Hoffmann, del que
hablaremos adelante.
La atmósfera de cuento de hadas es lograda de manera excelsa por
Tchaikosvky desde la mismísima obertura, donde todos los instrumentos
de la orquesta tocan en su registro agudo pero suave, llevándonos de la
mano (del oído) a otro mundo alterno. Hay una anécdota deliciosa sobre la
composición musical: Tchaikovsky entró en una suerte de apuesta con un
amigo quien lo retó a usar en su obra una melodía que incluyera todas las
notas de la escala en orden, ya sea ascendente o descendente. Digamos
que usted toca la sucesión de ocho notas contiguas en un piano, en orden,
como melodía. Tchaikosvky lo logró en una parte del Cascanueces, el
Grand Adagio del segundo acto. Genial.
El ballet se estrenó en diciembre de 1892 en el Teatro Mariinski en San
Petersburgo, Rusia, cuya compañía de ballet estará en los días actuales en
México, y la primera representación del ballet completo fuera de Rusia fue
en Inglaterra en 1934.
El cuento original, que inspiró a su vez una adaptación de Alejandro
Dumas padre, y que finalmente detonó la música, fue escrito en 1816 por
el escritor (y algo músico también) alemán Ernst Theodor Amadeus
Hoffmann (lo de Amadeus lo añadió a su nombre él mismo por su
admiración a Mozart). Este Hoffmann es el mismo de los famosos Cuentos
de Hoffmann convertidos en la ópera de Jacques Offenbach. El
argumento, algo fantasmagórico, alude al nuevo juguete, un cascanueces,
que recibió un día la niña Marie Stahlbaum en una noche de Navidad,
juguete que cobra vida y que entabla una dura batalla contra el Rey de los
Ratones, a quien vence. El cascanueces, de cuyo lado está Marie, lleva a
esta a un mundo mágico poblado por muñecos.
En fin, regresando al principio, el video enviado por mi amiga, resulta ser
el escenario o crisol del luminoso encuentro entre artistas de cuño
diverso, incluidos aquellos de vertiente tecnológica que nos posibilitan
grabar y trasmitir esa experiencia. Salud.
El autor es profesor de la Universidad Iberoamericana Puebla. Este texto
se encuentra en: http://circulodeescritores.blogspot.com
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