Autor: José Guadalupe Sánchez Aviña
Publicado en Lado B, el 21 de enero de 2016
Muchos
años han pasado desde las reuniones de trabajo en Cuernavaca entre Pablo
Latapí, Carlos Muñoz Izquierdo y Manuel Ulloa (Muñoz Izquierdo, Mayo 1994 en
Gutiérrez Serrano 1998), ha pasado tiempo del inicio del Centro de Estudios
Educativos (CEE) en 1962, de Comisión de Nuevos Métodos de Enseñanza (CNME) de
la UNAM en 1969 y del arranque del Departamento de Investigaciones Educativas
(DIE) del CINVESTAV en 1971. En un principio la actuación de los investigadores
de la educación era “guiada” apenas por la intuición, combinando motivos
racionales “orientados” por la sensación de que lo que se hacía era lo
pretendido y con la consciencia de que lo que se hacía era lo que el país, y en
especial su educación, requería.
En México, la investigación educativa, y la formación
de investigadores con ella, se han ido construyendo con el tiempo. Varias han
sido las personas que se han encargado de impulsarla y realizarla, así como
diversas las formas de intentarlo y hacerlo; hay que reconocer que el trabajo
realizado por todos ellos, con la finalidad de promoverla primero y
consolidarla después, ha sido de gran valor y sus logros dan testimonio de
ello, se puede reconocer una situación que hace pensar en un futuro promisorio,
hoy se cuenta con:
a) Organismos sólidos como el Consejo Mexicano
de Investigación Educativa (COMIE), consolidados centros de investigación como
el Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (IISUE) y
el Centro de Investigación y Estudios Avanzados (CINVESTAV) entre otros..
b) Revistas especializadas como la Revista
Mexicana de Investigación Educativa (RMIE), así como la Revista Electrónica de
Investigación Educativa (REIE).
c) Participación de diversidad de importantes
Universidades que cuentan con áreas específicamente destinadas a la
investigación en educación y con programas de doctorado orientados a la formación
de investigadores educativa.
Un aspecto a tomar dentro de los puntos de
llegada es el considerar a la pedagogía como su espacio de génesis, por lo que
bien en ese momento se podría haber llamado investigación de la educación y
sobre todo porque en ese momento de emersión como campo específico se hace
patente la relación estrecha y dialéctica entre hacer investigación educativa y
el estar formado para ello; se hace evidente que son dos caminos que se
entrecruzan permanentemente, afectándose el uno al otro, si se quiere
comprender la formación de investigadores, resulta inadecuado separarla de lo
que es la investigación sobre la investigación.
Por otra parte, la formación de investigadores
ha sido vista desde dos ópticas, la fáctica y la formal, que posteriormente se
convierten en una tercera que pretende la integración de ambas, esto último al
parecer como consecuencia del paso del tiempo y de la consolidación de la
investigación educativa que la ha llevado a un estado de institucionalización.
Un tercer elemento, consiste en que cuando se
habla de formación de investigadores, se hace referencia básicamente a la
dimensión externa del sujeto que conoce, centrando la atención a las
condiciones y circunstancias experienciales en las que se forma. Aun cuando la
relacionan con los procesos cognitivos o bien emocionales aterrizados en lo que
podríamos llamar actitudes y percepciones que sobre sus experiencias tienen los
sujetos en formación o bien reconstruyendo trayectorias personales, pareciera
una oportunidad para incursionar en propuestas innovadoras que den continuidad
a lo ya logrado, dirigiendo la atención a los procesos que tienen lugar en el
sujeto en proceso de formación; con esto, se vislumbra una pregunta que ofrece
posibilidades para construir un problema de investigación educativa: ¿Qué
posibilidad existe para considerar la dimensión interna referida a las
operaciones conscientes e intencionales que suceden en el sujeto que se forma,
como objeto de estudio?
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