Muy recientemente, mientras
trabajaba en un espacio de formación permanente con adultos, comentamos que en
Tlaxcala –al menos- uno de cada dos muchachos en edad de estudiar bachillerato
ya no va a la escuela. Alguien señaló muy enfática y convencida “con razón hay
tanto vago”, como diciendo que las cosas están mal con los jóvenes de ahora.
Esta forma de
ver la realidad es muy común: nos enteramos de muchachos en pandillas, de las
acciones del crimen organizado o la delincuencia común, de los pleitos que existen
entre familiares y vecinos y muy fácilmente pensamos que todo está mal, que el
género humano está al borde de la extinción porque TODOS hacemos atropellos y
NADIE guarda ya los “viejos buenos valores”. Y lo que pasa es que las personas
que son y actúan de otra forma no nos parecen noticia, no brillan con la luz de
los mismos reflectores y por lo mismo pasan desapercibidos.
Quejarse no es
algo nuevo. Pero no quiere decir que necesariamente todo sea queja en la vida
cotidiana. Si se está atento y se observa, en nuestro alrededor hay personas
que día a día se levantan, se esfuerzan, se las ingenian para salir adelante,
para apoyarse unos a otros. Sí: los seres humanos somos limitados, no existen
los químicamente puros, asépticamente buenos. Todos hacemos algunas
barrabasadas, pero eso no suprime el hecho de que también buscamos un mundo más
humano y que esa sea la tónica principal de nuestra existencia.
Una mirada
atenta nos mostrará, por ejemplo, a quien se hace presente con sus familiares y
amigos cuando una madre de familia enferma y es necesario apoyar en la cocina,
el cuidado de los niños o las tareas domésticas; a los vecinos haciendo campaña
para ayudar a pagar la cuenta de hospital de alguien sorprendido por un
accidente o una enfermedad inesperada. Si bien hay muchos niños en la calle,
hay también muchos que no están en ella porque alguien decidió mantenerlos y
educarlos cuando por cualquier razón sus padres no han podido hacerlo. Existe
trata de personas, pero también hay quienes luchan contra ella, los que crean
redes de asistencia para quienes han podido salir de las garras que los
atrapaban en cualquier tipo de explotación.
Y no sólo
ahora. Si se voltea la vista al pasado se encontrará lo mismo: mujeres y
hombres que en el más completo silencio y anonimato históricos cumplieron su
cuota de humanidad posible.
En un lenguaje
antiguo y tal vez un poco anacrónico se habla de santos. La historia humana
está llena de ellos, que son justamente de quienes estamos hablando. La
santidad no es en primer momento algo exacerbado, de altar, reservado para unos
cuantos, sino algo concreto, de carne y hueso, de empeño por vivir humanamente:
padres de familia, educadores, trabajadores quienes a pesar de sus
incongruencias intentan una y otra vez ir adelante.
Entre ellos y
nosotros –entre todos los santos- corre una energía, una vibra, un hilo que nos
conecta. Y como en la vida campean acciones poco humanas conviene aguzar los
sentidos, disponer el corazón para reconocer lo que sí sucede en pro de la vida
digna y para ello existe un día especial en el año: la celebración de todos los
santos, el 1 de noviembre.
Esta efeméride
existe para hacer fiesta, porque el corazón apuesta porque no sea lo inhumano,
lo que mata, lo que arranca y conculca nuestros derechos lo que tenga la última
palabra, sino lo que da vida, lo que reconoce la dignidad de ser persona y lo
promueve.
No sé si
desafortunadamente o no la fiesta de los difuntos ha eclipsado la de los
santos. Y es que es también humanizador y humanizante celebrar en la memoria y
el recuerdo de los muertos la vida de quienes todavía aquí estamos.
Sin embargo,
celebrar a todos los santos, a todo lo humano que engendra humanidad, es
importante. Me parece conveniente que en cualquier día del año se acoja la
santidad entendida de la forma consignada, porque abrir los ojos y los oídos,
ensanchar los sentidos y los sentimientos para reconocer la vida humana se
vuelve fuente de fe, de esperanza, de compromiso con los demás, lo cual viene
bien sobre todo en tiempos de violencia, riesgo, incertidumbre y muerte.
Démonos esa oportunidad, iluminemos allí donde la fiesta de los difuntos ha
provocado un eclipse.
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