viernes, diciembre 14, 2012

Unas palabras sobre la fe

Autor: José Rafael de Regil Vélez, datos del autor haz click aquí
Publicado: Síntesis Tlaxcala, 13 de diciembre de 2012
Para Itzel, teóloga y amiga
     
     Ha sido inevitable: en mi diario ir y venir entre Puebla y Tlaxcala he visto todo tipo de peregrinos que andan rumbo al Cerro del Tepeyac, para visitar a su Virgen Morena. Manifestación de gran fe, sin duda, puesto que quienes esto hacen están dispuestos a acometer la fatiga, el dolor, incluso la inseguridad que suponen este tipo de peregrinaciones. En este contexto viene bien una palabra sobre la fe y cómo y por qué puede o no ser humanizante.
     En la vida cotidiana toda persona debe decir algo de las cosas que se le presentan en la realidad, esto nos prepara para decidir lo que debemos hacer en cada minuto. Por ejemplo: si alguien espera el colectivo que lo lleva a la central de autobuses y ve venir una unidad de transporte público, en algún momento debe poder señalar: “esta unidad sí va a la central” o lo contrario y dependiendo de lo que juzgue será la decisión que tome.
     Pero no basta juzgar (decir algo de algo), sino que se debe estar seguro de lo que se juzga. En el ejemplo dado, si la persona no está segura de que la combi va a donde quiere seguramente no se subirá a ella.
     Hay ocasiones en las que cuando tenemos que pronunciarnos ante las cosas, estas son tan claras que estamos seguros de manera inmediata, como quien tiene sed, recibe un vaso con agua y casi sin darse cuenta dice: “es un vaso con agua”. Es tan evidente, tan diáfano que provoca la seguridad necesaria para que se puede decidir sin temor a equivocarse.
     Pero en otras ocasiones más bien las cosas son menos transparentes. Como cuando comenzamos una amistad y confiamos en que al abrir nuestro corazón a otra persona no seremos traicionados. Tenemos alguna seguridad de que esto no será así, de otra forma no nos amistaríamos.
     Pero si el estar seguros no viene de la claridad de las cosas, porque nunca conocemos del todo a las demás personas, ¿dónde se origina? Y la respuesta es: en la voluntad: como no vemos nítidamente entonces en un mecanismo las más de las veces inconsciente nos decimos: “yo quiero estar seguro de esto o lo otro, aunque no tenga todos los elementos racionales para estarlo”. Y a ese mecanismo se le ha llamado fe.
     Tenemos fe en nuestros familiares, en nuestros amigos, en nuestros profesores. Tenemos fe en que las personas ordinariamente no salen a la calle y se matan entre sí. A diario hacemos muchos actos de fe.
     Hay  en esto de la fe una dimensión que merece ser tomada en cuenta: la que tiene que ver con el sentido de nuestra vida, con aquello a partir de lo cual orientamos nuestros afectos, nuestra búsqueda de verdad, lo que valoramos para ir viviendo. Nuestra manera de relacionarnos con todo lo que se encuentra en esta esfera de nuestra existencia se da en el marco de la fe.
     Con frecuencia escuchamos decir que cada quien puede creer lo que quiera y esto es una gran verdad, porque las creencias, según hemos dicho, nacen en la voluntad, en el querer. Pero conviene decir que no todo lo que creemos nos humaniza igualmente. Es muy común conocer personas que se casan con un adicto o violento o ambas cosas y quieren creer que con ellas o ellos las cosas serán diferentes. Se hizo un acto de fe, pero éste carecía de cualquier base razonable para pensar que la aventura asumida podría llegar a buen puerto.
     Cuando se trata de la fe en las cosas profundas, en las que se juega lo más importantes de la vida, resulta de gran importancia no creer por el mero hecho de querer creer. Hay que abrir mente y corazón para captar si aquello a lo cual se le va a entregar la que uno es y puede ser es algo que nos permite ser más humanos, más críticos, más afectivos, más solidarios, más creativos, más libres, más trascendentes. Hay que tener algún vestigio que nos lo indique así, puesto que lo que va en juego es, nada más y nada menos, la propia vida.
     Cuando se entrega lo que se es a algo que nos vacía de nosotros mismos sucede lo que tanto fue criticado de diversas maneras en los siglos XIX y XX: los seres humanos nos alienamos, nos vaciamos, nos quedamos fuera de nuestra propia existencia y esta, aunque es una apuesta de fe, es una apuesta que parece no llevar a mucho.
     El doce de diciembre, así como los próximos días navideños, son excelente ocasión para pensar en qué queremos creer, en la fe que tenemos y por qué y cómo nos hace más humanos.  

 

No hay comentarios.: