Autor: José Rafael de Regil Vélez, si quieres conocer más datos del autor, haz click aquí
Publicado en Síntesis, Tlaxcala, el 16 de abril de 2015, en la columna Palabras que humanizan
Para Alma, gracias por compartir retroalimentando
El jueves 9 de abril pasado
aconteció la II Jornada de Procesos Educativos de la licenciatura en procesos
educativos de la Universidad Iberoamericana Puebla denominada “Diálogos por la
convivencia en el aula: Montessori, Freinet e Investigación Educativa”. En la
inauguración Fernando Fernández Font, sj, señaló entre otras cosas que hoy una
persona que haya hecho un buen proceso educativo durante sus años jóvenes
debería poder ser caracterizado por cuatro “C”: compasivo, consciente,
comprometido, competente. La idea es contundente. Quiero comentarla en esta
columna periodística.
De
lo que se trata en educación es de acompañar el proceso por el cual una persona
puede hacerse cargo de ser quien está llamado a ser, acompañado por, con y para
los demás en el mundo que les tocó vivir de cara a lo que dé sentido último a
su vida. Dicho de otra forma: acompañar a alguien en el proceso de asumir la
responsabilidad de convertirse en persona; ser humano que se relaciona con
otros para hacer de su tiempo y su espacio un conjunto de posibilidades para
vivir dignamente. Esto sucede porque un ser humano que se abre a la vida
necesita el acompañamiento de alguien que lo haya precedido y le comparta
herramientas para hacerse cargo de su existencia
Entendidas
así las cosas, una persona educada es la que puede establecer relaciones
humanizantes consigo y con los demás, que es capaz de adaptarse al contexto
social, político, económica y cultural en el cual es; que transforma su
ambiente para heredar un mundo mejor que el que ha recibido.
Una
mujer y un hombre se abren a la realidad, a sus contemporáneos no por ideas,
sino por afectos y emociones: otras mujeres y otros hombres nos afectan y
provocan en nosotros reacciones que nos mueven (emociones) de una u otra forma.
Es la única forma real de salir entrañablemente de nosotros mismos y
encontrarnos con otros seres de carne y hueso como nosotros. Aquí entra en
juego la primera “C” de la educación, la de la Compasión.
Alguien
es compasivo cuando más allá de sus ideas t razonamientos es capaz de
sentir a algún otro en lo que padece: su alegría, tristeza, frustración, dolor
ante los triunfos, las derrotas, lo que le hace crecer, lo que lo estanca. Muy
especialmente esto es importante cuando se vive en situación de vulnerabilidad,
porque padecer con otro nos mueve a intentar actuar de tal forma que sea
posible encontrar alternativas para salir avante afianzados humanamente.
Cuando
uno compadece y se compromete a actuar corre el riesgo de hacerlo sentimentalmente, al calor de la emoción y muy posiblemente a tientas y a
locas. Se requiere la segunda “C”: Consciencia. Se es consciente cuando se
puede caer en cuenta inteligente y críticamente de las condiciones en las que los
humanos se encuentran, cuando la realidad encontrada es contextualizada en sus
múltiples causas y posibilidades; cuando se es capaz de afirmar lo que las
cosas son, pueden ser y deben ser y eso antecede toda actuación con, por y para
el otro o uno mismo.
La consciencia para una comprensión razonable de los impulsos que
suscita la compasión es importante, pero tampoco es suficiente: reclama la tercera “C”: la del
Compromiso. La persona comprometida es la que se hace cargo de la promesa que
se tiene de que algo sea mejor (com-prometer), de tal suerte que actua conforme
al motivo que provocó la compasión y la inteligencia que suposo la consciencia.
Se hace cargo de la situación, de las cosas, de la realidad promisoria de un
presente y un futuro dignos.
Y
así se llega a la cuarta “C”, la de las personas Competentes, que son quienes
son capaces de disponer de una buena actitud y movilizar sus conocimientos y
habilidades para afrontar cualquier situación problemática y convertirla en una
solución realista, oportuna, constructiva, creativa, justa, solidaria, promotora
de libertad y crecimiento humano.
Nos
ha tocado vivir una realidad en la que ser humanos es difícil: alrededor del
80% de la riqueza mundial está en muy pocas manos, menos del 5% de la población
del orbe. Millones de personas migran en condiciones de prácticamente total
vulnerabilidad, a la merced de grupos delictivos, enfermedades y accidentes que
pueden incluso matarlos. Millones de personas viven excluidos de la
alfabetización gráfica y digital, siendo relegadas de cualquier posibilidad de
tomar decisiones personales y políticas para ser protagonistas de su historia.
No menos carecen de acceso a la salud, la vivienda con privacidad, la
procuración de justicia. La lista puede continuar.
En
un mundo así, la existencia de mujeres y hombres compasivos, conscientes,
comprometidos y competentes es totalmente pertinente. Que los haya no es una
cuestión de promedios escolares, cuadros de honor y conocimientos que no pueden
ser relacionados hábilmente con la realidad porque no se puede o porque no se
tiene una actitud solidaria, fraterna, justa, incluyente, veraz, libre. Su
existencia está directamente relacionada con procesos formativos cuya finalidad
sea el crecimiento integral de las personas comprometidas con su mundo. Una
educación para la acción, para la vida y no solo para las olimpiadas de
conocimientos o el mero tránsito de un plan de estudios al del siguiente nivel
escolar.
Las
cuatro C son referentes claros para evaluar toda acción educativa pertinente,
de gestión pública o privada, escolar o familiar. Realizarla es el desafío real
que hoy enfrentan los educadores y los educandos: los primeros como creadores
de condiciones para la formación; los segundos como artífices del ser humano
que están llamados a ser con, por y para los demás en el mundo y abiertos a un
sentido de vida que trascienda la inmediatez de lo efímero.
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