martes, febrero 22, 2011

Tierra de Héroes

Autora: Celine Armenta.datos del autor haz clikc aquí
Publicado:  Puebla on line, 14 de febrero de 2011

     Como en cualquier sobremesa dominguera, en las de mi casa —la casa de usted— solemos tejer sueños guajiros: la dieta tan pospuesta suena factible con la panza llena; y mudarnos a otro país, gracias a la bolsa acumulada de Melate, no parece lejano si no tomamos en cuenta los minúsculos momios.
     Mudarnos a otro país se ha vuelto tema recurrente entre quienes pueden irse con cierta seguridad económica, quienes lo ven como su único futuro, y por supuesto entre quienes no pueden siquiera planear, y avanzan hacia las fronteras empujados por necesidades básicas. Y a todos ellos nos sumamos, al menos de vez en cuando, los demás.
     Yo lo he pensado varias veces. Unas, fríamente: entonces busco y respondo a ofertas de trabajo, y envío solicitudes y currículos. Otras veces lo he gritado al calor del coraje y la impotencia: para escapar de los abusos, la corrupción, la violencia y la falta de solidaridad de los conductores que me echan el auto por el puro placer de aterrorizarme; o de quienes tiran basura por la ventanilla del auto; se estacionan en segunda y tercera fila; o incluso atropellan y huyen. Lo he pensado para escapar de las elecciones saboteadas, de los sindicatos voraces, de los ríos apestosos, de la inequidad, la prepotencia. Para escapar de un México al que le he dado más de lo que razonablemente puedo esperar de él.
     Mientras viví en Puebla York —así se llama, ¿o no?—, me parecía tan verosímil quedarme por allá que, sin temor a perder la oportunidad, opté un día por volver a esta Puebla de Zaragoza a cumplir lo que yo planeaba como un compromiso de dos años. ¡Que se convirtieron en doce!
     Pero el pasado siente de febrero terminé con este recurrente pensamiento de emigrar. Sucedió en la casa de ustedes —o sea mi casa—, cuando atónitas y airadas por el despido de Carmen Aristegui, nos pusimos a fantasear una vez más sobre dejar el país.
     La plática avanzaba con mayor realismo que otras veces; si en vez de comprar Melate ahorrábamos su costo… y si además vendíamos esto y esto otro; si conseguíamos un trabajo adicional, y si allá nos poníamos a hacer chileatole —que en Puebla York se vendería bien, de eso estamos seguras— nos podríamos ir de una vez por todas. Y escapar de este país que nos hace pegar tantos corajes.
    Pero entonces, al sopesar ganancias y pérdidas, promesas y riesgos de la migración, caímos en la cuenta de que, si nos vamos, estaremos perdiendo la oportunidad de convertirnos en héroes. En cambio, si nos quedamos, casi tenemos aseguradas las palmas martiriales y la corona de laureles. Y decidimos quedarnos porque suena interesante eso de la heroicidad. Así, en vez de invertir en la mudanza, decidimos mandar a hacer sendos pedestales y resignarnos a padecer heroicamente; porque eso está al alcance de todos.
     Hay otras naciones para vivir como héroes, pero jamás las incluiría entre mis destinos. Prefiero definitivamente sumarme a la legión de héroes mexicanos.
Carmen Aristegui, hoy día, encabeza la fila de los exaltables, o sea de aquellos a quienes se les puede levantar ya un monumento y llevarle ofrendas florales. ¿Quién la exaltó a ese estado? Los malos del cuento, que en nuestro México lindo y querido abundan.
     Carmen hacía su chamba; la hacía bien. Dijo lo que les toca decir a los profesionales de la comunicación —aunque muchos en su lugar prefieren actuar como profesionales de la adulación— y en remake del contubernio entre poderes político y económico que en Puebla se ensañó sobre Lydia Cacho, fue despedida y públicamente acusada de algo feo pero increíble. No hacía nada peligroso, no ponía al gobierno en riesgo, no amenazaba la estabilidad social, pero la ley del capricho del más fuerte se impuso y la mandó al martirio.
     Lo que sucede luego es que los malos se ven peor haciendo sus berrinches; todo mundo se entera de sus miedos, sus amenazas y chantajes, sus malas mañas, su intolerancia. Y en la medida en que se desprestigian, hacen crecer al héroe que quisieron destruir.
     Nomás por eso me quedo en México. En otras latitudes seguramente extrañaría el intenso sabor de la adrenalina. Aquí, en cambio, sobran frentes para alistarme y oportunidades para que mi congruencia y cumplimiento del deber enfurruñen a algún poderoso quien hará el ridículo a la vez que me consagra como héroe.
     Carmen Aristegui ocupa la plaza del héroe del momento, y quienes la apoyamos comulgamos de su heroicidad. Hay tantos paisanos antagonistas y antihéroes, villanos, cobardes y enfermos de poder, y tantas lacras y entuertos que resolver, que ningún héroe quedará sin chamba de inspirador y sin pedestal, para hoy y para la historia.

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