Autor: José Rafael de Regil Vélez, si quieres conocer más del autor haz click aquí.
Publicado en Síntesis, Tlaxcala, 22 de octubre de 2013
Realmente no sé si la sonrisa de
Jorge (cambié su nombre por cuestiones de privacidad) lo diga todo, pero sí
mucho.
Con
sus 13 años a cuestas ya probó la realidad de la calle. Víctima de abuso sexual
por alguien cercano a su familia, experimentó reacciones de tristeza y enojos
extremos y tras un ir y venir entre casas de parientes terminó en la selva de
concreto del Distrito Federal. Tuvo un paso por la explotación sexual. Al transcurrir
de los días fue a dar a uno de los Centros de Atención e Integración Social del
Gobierno del Distrito Federal y entró en contacto con Pro-niños de la Calle,
IAP, cuyos miembros lo acompañaron en el proceso que recién desembocó en la
reinserción acompañada pedagógicamente a su casa: ¡hoy sabe que comienza una
senda que lo llevará por nuevas experiencias, al lado de su hermana, en la
escuela, con el futbol que tanto le gusta y el apoyo de psicólogos y
educadores!
Sonreía
cuando en compañía de otros muchachos partió el pastel de su despedida de la
Institución que lo acogió para hacer el proceso que lo llevaría a casa. Sonreía
abierta y francamente y su gesto dejaba entrever que le han pasado cosas buenas,
que no todo en su vida ha sido pérdida y dolor; que en el encuentro con
personas e instituciones recuperó algo de lo que humaniza: la esperanza y la
confianza.
A
su corta pero muy densa edad tomó la palabra y su pequeña audiencia se dispuso
a escucharlo. Dijo lacónico pero pleno: “gracias, porque yo hoy soy otro”. Y
dio a entender a los presentes que estaba listo para enfrentar los retos de
construirse persona, de reformular lazos, de establecer apuestas, de lograr
avanzar en la más honrosa y difícil de las causas: la de la autodeterminación
con, por y para los demás.
Su
camino –como el de muchos otros desde hace 20 años- ha sido posible y un poco
más fácil por la existencia de mujeres y hombres que han optado un camino
distinto al que eligieron al final de los años ochenta y durante los 90 los
miembros de los escuadrones de la muerte en Brasil, quienes acribillaron a
miles de niños que a su consideración no tenían futuro alguno y sí implicaban
un riesgo y un gasto para ciudades como Rio de Janeiro.
Al
final de la década de los años ochenta y durante los noventa del siglo pasado
en Brasil miembros de escuadrones de la muerte y sus aliados optaron por matar
niños de la calle. Llegaban hasta los lugares en los que pernoctaban hacinados
en Rio de Janeiro o Sao Paolo u otras ciudades medias y los rellenaban de
balas. No querían perder el tiempo del trabajo en la reinserción social, ni
querían sus vías afeadas por la marginación que huele mal, que carga droga
barata y provoca asaltos, delincuencia, simplemente querían existir sin las
personas que viven en la infrahumanidad.
Si
Jorge sonríe es porque hay mujeres y hombres que han decidido otros fines,
otros medios. Pro niños de la Calle, IAP es una institución de asistencia
privada fundada hace dos décadas por el empeño de jóvenes universitarios que
decidieron no quedarse cruzados de brazos y sí meterse en lo que aparentemente
no les importaba. Salieron de su zona de confort y se fueron a las
alcantarillas, a los cruceros, a los lugares en los que niños y adolescentes
eran fagocitados por la ciudad, sus calles, el chemo (eso sí que es de hace
muchos años), el dinero fácil, la explotación sexual, la muerte a muy temprana
edad.
Al
paso del tiempo el esfuerzo del grupo de amigos devino en una institución sólidamente
estructurada con poco más de 40 empleados y veinte voluntarios de cuatro países
(Alemania, Dinamarca, Suecia, México) con programas que llevan desde la calle
hasta la inserción en organizaciones que pueden dar herramientas para que
quienes lleguen a ella sean capaces de hacer la vida trabajando, formando una
familia, comprometiéndose consigo a los demás; incluso, sus acciones en muchos
casos, como el de Jorge, abren espacios para que las familias se reencuentren,
se reestructuren, se reinventen. Su labor es reconocida internacionalmente.
Su
labor es desarrollada en tres grandes programas: De la calle a la esperanza,
casa de transición a la vida independiente y atención a las familias. Cada uno
de ellos supone no solo voluntad de que las cosas cambien, sino inteligencia
plasmada en psicología, sociología, pedagogía, antropología, relaciones
públicas y una capacidad de compromiso para poder diseñar una ruta
personalizada para cada muchacho que diga por su propio pie: “yo quiero una
vida libre, autónoma, que colabore para que este mundo sea un poco mejor”.
Cuando
los ciudadanos comunes y corrientes nos sentimos desalentados porque al parecer
lo que sucede alrededor no es sino mala noticia, vale la pena pensar en la
sonrisa de un chico que dice muchas cosas y en el fondo todas ellas se resumen
en señalar que cuando mujeres y hombres dan el paso, meten el hombro, el
corazón, la inteligencia, se asocian e institucionalizan sus esfuerzos sí hay
una posibilidad real para la vida humana un poco más digna.
No
son cuentos ni leyendas urbanas, sino solidaridad bien informada; ganas de
poner la inteligencia al servicio de las cosas que mueven el corazón (incluso
con premios, investigaciones presentadas en espacios académicos y de gestión
social muy importantes); muchos deseos de que triunfe la vida sobre la muerte;
la dignidad frente a lo que socava humanidad, la sonrisa frente a la mueca
desgarrada de dolor y desesperanza.
1 comentario:
Siempre podremos sembrar esperanza. Ya hay quien lo hace. Gracias, porque para alguien la VIDA, SU VIDA, puede tener sentido. Una persona con sentido es una joya en el Universo!....Gracias a todos los que siembran esperanza, con su esfuerzo, su tiempo, su entrega...
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