El pasado 20 de marzo un sismo de 7.6 grados en la escala de Richter sacudió a las ciudades de México, Puebla y otras del centro del país. Por su magnitud este movimiento telúrico nos hizo recordar el trágico sismo del 19 de septiembre de 1985 en el que hubo una gran cantidad de muertos, heridos y desaparecidos, así como daños materiales cuantiosos.
El
sismo reciente sin embargo no registró daños mayores ni tampoco se reportaron
muertos o heridos graves. Los medios de comunicación mostraron escenas de los
procedimientos de evacuación de grandes edificios, escuelas, viviendas y
oficinas que de manera ordenada sucedieron durante este evento natural y se han
repetido en varias de las réplicas que hemos padecido en las semanas
posteriores.
Estas
escenas de simulacros y evacuaciones ante eventos naturales nos resultan ahora
totalmente familiares y normales y sin embargo, cuando sucedió el terremoto del
85, hace veintisiete años no ocurrieron porque no había una cultura que
preparara a los ciudadanos para este tipo de acontecimientos naturales. De
haber existido, seguramente hubieran salvado muchas vidas.
Mucho
se ha avanzado de 1985 a la fecha en esta cultura de la protección civil ante
los desastres naturales y es por ello y porque también hubo avances en materia
de seguridad en la construcción de inmuebles que quizá no se haya repetido una
tragedia como aquella que aún recordamos muchos con temor y dolor.
En
este tiempo se ha evolucionado incluso en materia de cómo concebimos este tipo
de eventos. Se ha pasado de hablar de desastres naturales o catástrofes a un
término mucho más pertinente y relacionado con el ser humano como es el de
vulnerabilidad.
No
es que se niegue la existencia de fenómenos de la naturaleza que resultan
agresivos y amenazantes para los seres humanos. Estos fenómenos naturales
existen pero el problema no estriba en su existencia sino en la situación en
que los grupos humanos nos situamos frente a ellos. Es un asunto de
vulnerabilidad de los individuos, familias y comunidades humanas más que de
fuerza de la naturaleza.
En
primer lugar está el hecho de que muchos asentamientos humanos se edifican en
sitios que reúnen mucho más condiciones de riesgo ante cualquier fenómenos
natural como las inundaciones, los temblores o las tormentas. Desgraciadamente
en la mayoría de los casos, estos asentamientos más vulnerables son los de las
personas con menores recursos y por ello los fenómenos naturales cobran
víctimas mayoritariamente entre la población más pobre.
En
segundo lugar tenemos el hecho de que los materiales, técnicas y factores de
seguridad con que se edifican las viviendas no son muchas veces los adecuados
para prevenir el impacto de un fenómeno natural de proporciones mayores como
los que se presentan cada vez más a menudo. Nuevamente, la mayoría de las
veces, las edificaciones realizadas con materiales más inadecuados y frágiles y
con factores de seguridad menores son las de los grupos de menores recursos.
Finalmente
está el aspecto que tiene que ver con la preparación de las personas y grupos
humanos para enfrentar estos fenómenos en el momento en que ocurren. Este
tercer factor tiene que ver también muchas veces con inequidad en la
preparación de los distintos grupos sociales.
Hoy
en día es indudable que los seres humanos nos encontramos en situación de alta
vulnerabilidad frente a múltiples fenómenos naturales que no son predecibles ni
controlables. Pero también es cierto que en la actualidad se tienen mucho más
herramientas que pueden prevenir y preparar a la población en general para
ubicarse, construir y reaccionar de manera más segura frente a estos fenómenos
naturales no controlables.
Se
habla mucho en la actualidad de la necesidad de formación ciudadana y es
indudable que se trata de una necesidad educativa real y hasta urgente. Uno de
los elementos fundamentales de esta formación ciudadana es el de la conciencia
sobre la vulnerabilidad frente a la naturaleza y la preparación para situarse y
estar preparados para enfrentar de formas inteligentes, seguras, cooperativas y
solidarias los fenómenos naturales ante los que está expuesto todo ser humano y
toda sociedad.
Los
avances en esta materia, como se decía al principio, son innegables. Es
necesario valorarlos pero al mismo tiempo reforzar la formación de ciudadanía
capaz de hacer frente a su vulnerabilidad frente a la naturaleza. Como ya lo
hemos visto, es cuestión de vida o muerte.
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