José Rafael de Regil Vélez, si quieres conocer más datos del autor, haz click aquí
Publicado en Síntesis Tlaxcala, 3 de mayo de 2012
Publicado en Síntesis Tlaxcala, 3 de mayo de 2012
Hoy vivimos en un mundo que nos abre amplias posibilidades. Contamos con
explicaciones que nos permiten relacionarnos de diferentes maneras con las
cosas: la ciencia ha avanzado desde todas sus disciplinas; la filosofía acomete
preguntas sobre el significado de los múltiples problemas que nos planteamos
sobre la existencia del mundo y de todas las cosas; la tecnología genera
aplicaciones que han llevado la medicina, las comunicaciones y cualquier área
de la vida humana a niveles insospechados. Podemos pasar la vida sin más entre
tantas explicaciones y aplicaciones que utilizamos para relacionarnos con
nuestro día a día, que es cada vez más complejo y vertiginoso.
En un extremo de la cotidianidad nos encontramos con las mujeres y los
hombres que crean nichos en los cuales vivan la existencia envueltos en un
dinamismo impresionante. Trabajan todo el día, muchos días al año; acometen los
embates de la comunicación, de las redes sociales, de la productividad; son
seres generalmente hipertecnologizados. Cuando no están envueltos en la vorágines
de su existencia, descansan atendiendo a asuntos que dejan pendientes al
transcurrir de los meses y buscan aquello que los saque de la rutina en la que
se ven envueltos: viajes, películas, videojuegos. Muchas veces quedan
masificados en la dinámica económica y social contemporánea. El tiempo se les
vuelve plano de tan rápido que viven.
En otro extremo, están quienes por alguna razón no tienen una vida tan
intensa y se refugian –cuando no se evaden- en los medios de comunicación, la
vida social, la cotidianidad plana, no por exceso sino por defecto de
vitalidad.
De una u otra forma nuestra forma de vida corre el riesgo de volverse “alienante”;
es decir, que nos vacía de nosotros mismos, de nuestra identidad. Sutilmente
podemos irnos “vaciando de quienes somos”, perder nuestra identidad, dejar de
tener claro el sentido de lo que somos y hacemos, porque estamos totalmente
volcados a la exterioridad, al transcurrir muchas veces sin sentido de las
cosas.
Pese a ello, los seres humanos podemos estar atentos para que en este
mundo que nos ha tocado vivir podamos conciliarnos mejor con nosotros mismos y
con los demás. Para ello contamos entre otros con un mecanismo que nos lleva a “recrearnos”,
a recuperar lo profundo de nuestro ser y existir: el de crear en el tiempo
momentos especiales para volver nuestros pasos sobre lo que vivimos y allí
escudriñar lo que nos humaniza o no.
Esto lo hacemos mediante las “efemérides”, que son días dedicados a
recordar cosas importantes que nos permiten recordar quiénes somos, de dónde
venimos, a donde vamos. Así funcionan, por ejemplo, los cumpleaños, los
aniversarios, las celebraciones de oro, plata, los jubileos.
Lo relevante de tomar días y hacerlos distintos a otros es darnos
oportunidad de romper la rutina, la planicie de lo diario y entrar en los
relieves de las cosas que resultan coordenadas importantes para resignificar
nuestra identidad, para zambullirnos en nuestras relaciones con nosotros
mismos, con los demás, con el mundo en el que vivimos y, ¿por qué no?, con lo
que consideramos trascendente como Dios.
Una vida plana transcurre sin más; una vida plana no se pregunta sobre
por qué consumir, para qué trabajar, por qué mantener o no un matrimonio y si
lo llega a hacer se instala en respuestas fáciles, cómodas, superficiales. Celebrar
a la madre, al maestro, las fiestas religiosas pueden ser no sólo ruido, también
profundidad si hurgamos en la memoria y recuperamos la razón de ser que dio
origen a esas celebraciones y nos damos a la tarea de darles también sentido en
un mundo que puede hoy ser diferente, pero que tiene las mismas dimensiones
humanas que han creado la historia.
Una vida con subidas y bajadas implica un movimiento permanente de
centrarse en uno mismo, descentrarse para una interacción más humana, de
sobrecentrarse para encontrar el sentido de todo, especialmente cuando parece
no tenerlo.
Vivir los días “especiales” es oportunidad para evitar la “desgracia del
tiempo plano” en el que las jornadas diarias, las semanas, los meses
transcurren y quienes los viven se van vaciando de lo que los humaniza, de
forma imperceptible pero real.
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