Autora:
Luz del Carmen Montes Pacheco
Publicado:
Puebla on Line, 15 de agosto de 2012
Mucho me molesta
cuando tomo un curso o un taller y el profesor
dice cosas que yo ya sé y que, probablemente, los demás ya saben
también. Unos minutos se toleran, pero si se prolonga a toda o casi toda la
sesión me desespero, y pienso que otras personas en mi lugar pueden sentirse
aburridas, se pueden fugar mentalmente o bien, es cierto, puede no importarles;
inmediatamente después pienso en los estudiantes.
¿Por qué los
profesores no indagan antes qué saben sus estudiantes? Por mi experiencia como
estudiante, creo que la mayoría de los profesores piensan más en los temas que
contiene el programa que en otros elementos relevantes; uno de ellos, las
experiencias y conocimientos previos de sus estudiantes. Piensan en un repaso,
eso sí, hay que “homogeneizar el nivel, sino no se puede avanzar”; pero no
piensan en que sus estudiantes pueden saber algo de lo que incluye el curso.
Aunque muchos
profesores han escuchado que hay que conectar aprendizajes previos con los
aprendizajes nuevos para que tenga más sentido lo que se aprende, en lugar de
preguntar a sus estudiantes qué saben o qué han hecho, prefieren solo suponer
lo que deben saber por el grado escolar en el que se encuentra su materia. Y
esa es la más benigna de las ideas, pues hay otra explicación de los expertos
en aprendizaje, quienes afirman que hay una idea subyacente (o supuesto) en
este comportamiento: que el estudiante es un recipiente vacío que hay que
llenar y no una persona que construye significados.
Para no caer en este
terrible riesgo, antes de iniciar un curso hay que hacer un diagnóstico, un
reconocimiento global, no solo de los conocimientos que aprendieron nuestros
estudiantes del curso anterior, también de datos personales que nos ayuden a
saber quiénes son y cuáles de sus experiencias nos sirven para su aprendizaje;
sirve indagar: qué leen, cuáles sus gustos, cuáles son sus pasatiempos, en qué
se sienten fuertes, en qué débiles, cómo estudian, cómo aprenden, etc. Esa
información nos sirve para aprovechar el bagaje del grupo, para conectar
experiencias y referencias con lo que tienen que hacer y que aprender en
nuestro curso.
Las preguntas
dependen del nivel educativo del que se trate. En educación superior “lo
significativo” está fuertemente relacionado con la licenciatura que eligieron;
se les puede preguntar por qué se decidieron por esa carrera. Cuando se inicia
un curso de posgrado sirve saber: a qué se dedican profesionalmente
(independientemente del título que ya tengan), en qué medios se actualizan, qué
esperan del curso, qué necesitan mejorar, cuáles son sus debilidades, etc.
Sirve también aplicar
cuestionarios ya diseñados para reconocer cuál es su estilo de aprendizaje o
cuáles inteligencias se han desarrollado más; pero ¡cuidado!, estos
instrumentos solo deben aplicarse si
vamos hacer uso de ellos: si vamos a ajustar nuestras estrategias
docentes a esos estilos o si vamos a atender explícitamente alguna de las
inteligencias sugeridas por Gardner. He escuchado algunos estudiantes decir que
muchas veces les aplicaron esos instrumentos pero que las clases seguían igual.
Para el diagnóstico
(al inicio del curso), hay que diseñar un cuestionario que nos sirva no solo
para reconocer lo que los estudiantes aprendieron en los cursos anteriores,
sino que también nos sirva para saber qué tan familiar es lo que se revisará en
el nuevo curso. Se les puede pedir también que a partir de un texto escriban
algo, que hagan un mapa conceptual o que organicen la información de cualquier
otra forma, de tal manera que nos sirva para aproximarnos a habilidades de
abstracción, de análisis y de síntesis, por solo citar algunas.
Además del
reconocimiento inicial en el curso, cada día, en cada clase que se empiece un
tema nuevo, o una nueva experiencia, hay que preguntar a nuestros estudiantes,
qué saben sobre el tema o método que se revisará ese día. Así podemos conectar
sus nociones, experiencias y conocimientos con lo que tienen que aprender.
Muy importante es
considerar que sea cual sea el instrumento que utilicemos, los estudiantes
sepan que el ejercicio no contará para una calificación, pues entonces
tendremos respuestas más auténticas.
Las evaluaciones
diagnósticas no son nuevas, son poco usadas y si se usan después no se toma en
cuenta el resultado; se cumple con el requisito y normalmente no se revisan el
resto del curso. Si algún profesor lee mi artículo le invito a que las
aproveche y si quiere saber más sobre el tema,
uno de los libros que puede consultar es “Estrategias docentes para un
aprendizaje significativo. Una interpretación constructivista”, de Frida Díaz
Barriga y Gerardo Hernández; en él además de encontrar estrategias útiles para
hacer un diagnóstico, encontrará en un lenguaje amable y con un fuerte sustento
teórico, conceptos y estrategias útiles para promover un aprendizaje
significativo en sus estudiantes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario