Autora: Andrea Ferrari Sobrevals
Publicado:
lado B, 05 de marzo 2014
Después de 48 horas de viaje, 5 aeropuertos, 4
continentes, estaba sentada en la mesa de una famosa cadena de comida rápida
viendo las noticias en un idioma que no podía entender: EGICPCIO… ¿Cómo se me
había ocurrido llegar a Egipto en medio de un conflicto civil? Cerraba
los ojos y me acordaba del aquel momento en que me había caído una cubetada de
agua helada y me dijeron “Bienvenida a AIESEC”.
Hace casi 2 años entré a AIESEC, una organización
de jóvenes con presencia mundial enfocada en desarrollar líderes a través de
experiencias en el extranjero. Esta plataforma me ha permitido en menos de 8
meses conocer 3 países diferentes (Ecuador, Panamá y Egipto) y a personas de
más de 100 países; esto suena muy bonito, pero dentro de este año también he
tenido, en esta búsqueda de crecimiento y de desarrollo de liderazgo, las
mejores y más retadoras experiencias de mi vida.
El tema de liderazgo se ha puesto de moda, pero
¿qué significa ser un líder?. Hace unos días leí el libro “Lo que más importa”
de H.W. Smith, donde plantea que un líder es quien cuenta con dos
características básicas: saber quién es y saber lo que quiere.
Esto me parece muy acertado, pero agregaría que es también quien tiene agallas
para obtener lo que quiere ya que una buena idea sólo es el logro inicial; así
recordé el momento cuando me plantearon el viaje a Egipto para encontrarme con
líderes de 124 países; sabía que quería estar ahí, aunque no sabía cómo
lograrlo.
Apretar el botón “enviar” en la solicitud del
Congreso fue el primer paso para obtener mi lugar en el evento; pasados cinco
días, recibí un correo de felicitación por haber sido seleccionada entre los 13
mexicanos invitados al Congreso Internacional de Líderes 2014, en Sharm
El-Sheik. El segundo reto fue conseguir el dinero para cruzar el Atlántico y
entendí que si vender un producto es difícil, vender una idea o un sueño
resulta aún más complicado; requiere habilidades de venta, persuasión y
convencimiento. Después de incontables “no”, finalmente un par de “sí”
empezaron a moldear la idea original.
Tras conseguir los patrocinios, comprar el boleto y
hacer mi maleta empezó la travesía por cinco aeropuertos: México, Boston,
Paris, El Cairo y Sharm El–Sheik. Durante el viaje me impresionaron los
notorios cambios que iba experimentando en cada lugar; la vista del aire, las
instalaciones y la forma de ser de las personas. Pasé de un aeropuerto lleno de
personas presurosas al trabajo, al glamour de un duty
free con macarrones y
perfumería fina, hasta aterrizar en la mitad del desierto donde la
atención al turista es inusual.
Al llegar al país de la Gran Esfinge (cerradas en
ese momento por los conflictos políticos), entré en shock al ver a las mujeres
vestidas con burkas negras en pleno agosto y con una temperatura de 40°C;
camellos y soldados compartían las calles, vi situaciones de precariedad e
inseguridad que me generaron mucho miedo y que pude controlar al encontrarme
con otros mexicanos y darme cuenta de que si bien existen fuertes diferencias
culturales, me estaba cegando por los estereotipos que tenía de esa nación.
Veinte días estuve en este místico y exótico país,
descubriéndome a mí y descubriendo el mundo, compartiendo con jóvenes de todo
el planeta; en una situación tan surrealista, como el estar sentada junto a un
chavo de Pakistán y al otro lado una chava de Kirjistan (que hasta ese momento
no sabía dónde estaba) a media guerra y compartiendo ideas de cómo hacer del
mundo un lugar mejor; venciendo las barreras culturales y dándome cuenta que
finalmente todos somos humanos. Esta experiencia me permitió aprender mucho de
otros países, pero principalmente de México. Muchas veces tenemos que estar
lejos de algo para valorarlo, así me di cuenta del gran país con el que
contamos, con problemas igual que todos, pero tan único que fue centro de
atención del resto del mundo con algo tan común como un sombrero de charro,
devaluado en México y visto en Egipto como un verdadero tesoro.
A nadie le gusta sentirse retado o en peligro
y pensar en mi viaje me provocaba sentirme así todo el tiempo. Desde la odisea
de conseguir fondos, hasta lograr superar el miedo de llegar a un país con
conflictos civiles, donde no conocía a nadie. Sin embargo vencer estas barreras
incrementó mi autoconfianza, mi inteligencia emocional y desarrollé habilidades
de resolución de problemas, que me hicieron crecer como persona y como líder.
Además de la inmensa satisfacción de estar rodeada de líderes como yo, de
diferentes partes del mundo, eso me hizo creer firmemente que AIESEC cambia
vidas y me hizo más fuerte para los retos que me plantearé en un futuro.
Egipto fue sólo una de las experiencias que me
ofreció AIESEC; la más impactante hasta el momento, y sin duda de las que más
he disfrutado. Después de esta experiencia algo me queda muy claro: siempre hay
que intentar cosas nuevas, que te den temor y que te saquen de tu zona de
confort para poder crecer y disfrutar las maravillas de la vida.
La autora es alumna de la Universidad Iberoamericana Puebla.
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1 comentario:
Gran artículo y excelente percepción de la vida.
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