Autor: Alexis Vera, datos del autor haz click aquí
Publicado: en
lado B, 14 de marzo de 2012
Nadie niega la importancia de la
familia como célula social. Gobiernos de derecha o izquierda, lo mismo da,
hablan de la importancia de apoyar el desarrollo familiar para prevenir
delincuencia y violencia -entre otros males-. Pero ¿qué hace que las familias
se desarrollen positivamente? ¿Quién capacita a sus miembros y, en especial, a
sus respectivos jefes para generar relaciones constructivas entre los
integrantes de una familia? ¿Por qué si hay cursos para mejorar el trabajo en
equipo dentro de las empresas, no hay entonces igualmente cursos para mejorar
el “trabajo en equipo” o la convivencia familiar? En efecto, la oferta
educativa seria y de calidad que promueva el desarrollo de la familia es en
verdad escasa en el mundo, lo cual no deja de parecerme cuando menos extraño
considerando la relevancia social de la vida familiar. Nuestras universidades
preparan profesionistas de todo tipo con el ideal de transformar la realidad
social y económica que tenemos en el país, pero difícilmente se ocupan de las
familias. Como si éstas incidieran poco en la prosperidad social. No quiero
decir con esto que en las instituciones de educación superior (IES) debería
haber licenciaturas para graduarse de padre o madre de familia. Creo que la
educación de los jefes de una familia no debería ser escolarizada (como lo es
una licenciatura). Pero sí creo que las universidades podrían ofertar más cursos,
talleres o diplomados (programas de formación continua) para este público.
Dichos programas deberían observar ciertos aspectos cruciales para su éxito. Me
parece que estos programas de educación continua no debieran ser cursos
adoctrinadores. De esos cursos ya hay en el mercado y creo que no han logrado
mucho. Más bien me refiero a que las IES deberían ofrecer programas de altura
universitaria para los padres y abuelos de hoy. Para que estos importantes
actores desarrollen su capacidad de incidencia en la vida cotidiana de sus
respectivas familias y, por añadidura, en la de las familias que les rodean.
En
las parroquias urbanas y rurales hay “pláticas” prenupciales donde se dan
consejos de cómo conducir cristianamente una familia. En muchas de esas pláticas
se dan ideas tipo receta para situaciones complejas que difícilmente se pueden
resolver con el librito en mano. Dichas pláticas carecen de toda didáctica en
su mayoría. Muchas de ellas son monólogos del personal de confianza del
párroco. La posibilidad de dialogar o debatir las ideas expuestas es baja. Sin
embargo, estos esfuerzos por educar a los futuros y actuales padres de familia
son mejores que no tener nada. Me parece que hay que agradecer que haya gente
–casi siempre voluntaria- que se preocupa por mejorar la interacción familiar.
Afortunadamente, cada vez hay más opciones educativas para padres de familia;
sin embargo, la educación superior en este segmento brilla por su ausencia.
¿Qué
podrían hacer las universidades?
Involucrarse
en la formación superior de padres y abuelos; de esta manera las universidades
podrían contribuir al mejor desarrollo de la sociedad. Pero ojo, tal incursión
sería significativamente mejor si se hace desde una óptica universitaria, es
decir, desde una postura crítica, dialéctica y ética. No aportarían mucho las
IES si adoptan la misma postura adoctrinadora de ciertas parroquias y “escuelas
para padres”. Las IES deberían recurrir más a la andragogía para generar
procesos formativos que sean significativos en verdad. Un curso para padres que
se diseña desde la andragogía es un curso que tiene al participante (padre o
abuelo) en el centro, no al instructor. En efecto, los cursos para gente adulta
deberían propiciar más la participación de sus alumnos, que son sujetos con mayor
experiencia que los jóvenes, para generar aprendizaje a partir de lo que el
mismo grupo sabe o ha vivido.
En
concreto, una metodología que me parece podría ser sumamente adecuada en una
escuela universitaria para padres es el método de caso de Harvard. A partir de
lo que este método propone, se escribirían historias reales de situaciones
problemáticas enfrentadas por padres de familia contemporáneos. Estas historias
se discutirían en el aula a partir de preguntas que el facilitador procuraría
para el grupo. El instructor tendría todas las preguntas, los alumnos todas las
respuestas, generando así un debate donde no existen respuestas únicas a los
problemas sino soluciones más deseables que otras a partir de ciertos criterios
de decisión basados en prioridades valorales. De esta manera todos los
participantes ampliarían su visión sobre varios desafíos familiares comunes, y
aprenderían a ser mejores padres a partir de la escucha activa de sus
compañeros y de las explicaciones que ellos mismos darían al grupo sobre sus
experiencias y puntos de vista. Este método es, en efecto, recomendable cuando
lo que se busca enseñar es más arte que ciencia, como lo es la formación de
padres contemporáneos exitosos. Mi blog: http://veraalexis.wordpress.com
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