Autor: José Rafael de Regil Vélez, si quieres conocer más datos del autor, haz click aquí.
Publicado en Síntesis Tlaxcala, el 30 de julio de 2014, en la columna Palabras que humanizan
Tras un
mes de enorme tensión, precedido por el estira y afloja de muchos intereses
multinacionales que tenían a Europa como depósito de pólvora en espera de una
chispa, el 28 de julio de 1914 estalló la Primera Guerra Mundial, el primer
conflicto bélico de proporciones inimaginadas, del cual obtuvo su nombre, aun cuando también es conocido como la Gran Guerra.
Con los 70 millones de hombres movilizados
por los más diversos rincones europeos apareció como no había sido vista la
tecnología, hija de la explosión científica del siglo XIX: misiles, bombas,
metralletas, aviación militar, telecomunicaciones; todo como parte de un
engranaje que en la maravilla subyacente a cada invento sembró muerte, dolor y
destrucción, con un saldo de 10 millones de fallecidos y 20 millones de
heridos, más infraestructura deshecha en todos los países involucrados,
estados devastados y convulsión en todos los órdenes de la vida europea.
Un siglo después, en medio de los
conflictos en la Franja de Gaza, Ucrania y en países africanos, podemos mirar
hacia atrás y obtener lecciones para vivir el presente y anhelar un futuro
pacífico, justo, digno.
Creo que una de las primeras cosas que
debemos ver es que el binomio ciencia - tecnología puede llevar a las personas
a lugares impresionantes, lo mismo de muerte que de vida. Hemos atestiguado eso
a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI. Su conducción está en las manos de
seres humanos de carne y hueso, que
pueden crear con ellas maravillas o desastres. El asunto es que tomar las riendas requiere formación científica, tecnológica, ética y política, pero nuestro mundo en este
renglón está más bien en números rojos, lo que resulta en que unos pocos
deciden en realidad el uso del saber y del saber hacer que suponen las dos
creaciones humanas a las que nos referimos. Si queremos paz y menos muerte como
la de las guerras mundiales no podemos dejar de empujar porque haya educación
de calidad: de los conocimientos, sí, pero también de las actitudes.
Otra reflexión que podemos realizar en
este centenario es la de la relación de la ciudadanía con sus gobiernos. En
1914, como después en 1939, los gobernantes de los países en conflicto decidieron
las guerras y sus ciudadanos tuvieron que ir a entregar la vida, la salud y sus
casas, pueblos y ciudades, más como piezas de maquinaria bélica que como
personas libres. Los ciudadanos son dueños de los gobiernos y no al revés.
Asumir protagonismo político es una tarea que hoy debemos afrontar y desde allí
pugnar por la paz, la justicia, la vida digna que sí es posible lograr con
empeño, inteligencia y creación de políticas públicas que apuesten a la vida
solidaria. Una vez más eso comienza en el duplo familia - escuela y se proyecta
a la vida pública que es nuestra vocación humana más profunda.
Una sensata vida pública, política, lleva
invariablemente al conflicto, que en última instancia es el motor en el avance
en la búsqueda y consecución del bien común, en la medida que es reconocido,
asumido, gestionado de manera dialogante, plural, incluyente, razonablemente
esperanzada. La indiferencia y la imposición violenta no son viables, ya
no, para zanjar los desacuerdos y
edificar concordia.
Hoy, cien años después del inicio de la
Gran Guerra, estamos renovadamente invitados a militar en la causa de la
paz, de la ciencia y la tecnología al
servicio de la humanidad digna, de la participación ciudadana que impida la
existencia de gobiernos violentos, que busque el bien común mediando el
conflicto. Por allí va la apuesta, por ninguna otra parte y requiere de
nosotros madurez y responsabilidad histórica.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario