Publicado en Lado B, el 9 de septiembre de 2014.
De todos es sabido, que en
la pasada convocatoria para ocupar plazas docentes disponibles en el sistema
educativo nacional, en promedio seis de cada diez postulantes, no poseían el perfil
deseado; situación que en sí misma no significa que hayan reprobado, sin
embargo, sirvió como un motivo más para el escarnio público sobre el gremio
magisterial.
Si
realmente fueran reprobados y estos fueran egresados de nuestras escuelas normales, entonces
la situación sería doblemente terrible, pues significaría que nuestro sistema
educativo algo está haciendo mal, pues no cumple con las expectativas; esto ya
de por si es importante como foco de atención, reflexión y acción, sin embargo,
a lo que me quiero referir en este espacio es a la reacción social ante esta
situación y casos similares.
¿Qué
significado puede tener el hecho de que un egresado de licenciatura, después de
casi veinte años de tránsito por nuestro sistema educativo no posea las
cualidades necesarias en su momento? De inicio señala que algo inadecuado está
pasando en esa trayectoria.
¿Qué
pasa? Las factores son muchos; sin embargo quisiera señalar uno posible: la
simulación como modus operandi en nuestros procesos educativos; para ilustrar esta
conducta que puede estar presente en algunas personas, que no necesariamente en todas, me auxilio de una adaptación propia de la conjugación del verbo simular:
Yo simulo… que aprendo
Tú simulas… que enseñas
Nosotros simulamos… que se educa
Vosotros simuláis… que mejorais
Ellos simulan… que estamos bien
A
final de cuentas… todos contentos y satisfechos: la escolaridad nacional sube, la
eficiencia terminal y los ingresos por colegiaturas aumentan, así como la
promesa de empleo se incrementa... un circo de tres pistas en el que gobierno, instituciones
y personas tienen su parte de responsabilidad y parte de posibilidad para revertir
el hecho.
Situación
por demás preocupante y que merece análisis y reflexión profunda, sin embargo,
continuando con los límites establecidos para este texto breve, quiero señalar el
tenebrosamente curioso contexto en el que se presenta esta situación en nuestro país. ¿De qué nos reímos? ¿Cómo podemos burlarnos de personas y de una
situación como ésta? Si acudimos a la sabiduría popular, que difícilmente se
equivoca: ¡Tan culpable es quien mata la vaca como el que le agarra la pata! Dicho
de otra manera: la situación que guarde o deje de guardar la educación en
nuestro país es consecuencia de lo que hacemos y decimos y/o dejamos de hacer y
de decir como sociedad.
De
ninguna manera podemos sentarnos a contemplar lo que pasa con la educación en
nuestro México como quien está frente al televisor, ni mucho menos asumir que es
potestad solo del gobierno lo que nos suceda; es cierto que el Estado debe
garantizarla y promoverla, sin embargo no olvidemos que a todo ciudadano nos
involucra y nos afecta. De tal modo que sería bueno dejar de burlarnos de
situaciones como esta, pues cada vez que lo hacemos equivale a mirarnos al
espejo y reírnos de nosotros mismos sin tener consciencia de ello. ¡Todos
tenemos vela en el entierro!
Muy probablemente
resulte irreal el pensar en la posibilidad de un ejercicio individual de
reflexión sobre el significado que tiene la educación para nuestras existencias,
en lo personal y en lo social, una reflexión que explicite las
intencionalidades y aprendizajes propios, pero también posturas que como padres
de familia, docentes, instituciones educativas, gobierno y como sociedad se
tienen; sin embargo… qué bien nos vendría a todas y todos.
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