Autora: Luz del Carmen Montes
Publicado en E-Consulta el 29 de enero de 2016
El robo de ideas es un plagio, que es la acción y efecto de plagiar, que
a su vez significa copiar obras ajenas, adjudicándolas como propias (ambas
definiciones de la RAE). Y las instituciones educativas son lugares en donde
sabemos que se practica diariamente esta acción, sobre todo en las de los
niveles medio superior y superior. Digo sabemos porque son lugares en donde
“exigimos” que cuando se cita una idea de otro, se indique el autor o autores y
los datos más importantes del texto.
Muchos profesores de esas instituciones “exigimos” que se cite
debidamente (de acuerdo con un estilo definido), pero ¿nos aseguramos de que se
haga? La vigilancia es un asunto menor si trabajamos la idea de que citar
rigurosamente significa respeto a las ideas de otros, aunque es cierto también
que ante la abundancia de prácticas deshonestas, no nos queda más remedio que
cerciorarnos de ese respeto, porque en caso de no hacerlo, conformamos una
cadena de deshonestidad.
¿Cuándo debe citarse? En el Manual
de Publicaciones de la Asociación Americana de Psicología (APA por sus
siglas en inglés) dice “Cite las obras de aquellos cuyas ideas, teorías o
investigaciones han influido directamente en su trabajo. Esto puede proporcionar
antecedentes fundamentales, sustentar o debatir su tesis u ofrecer
documentación para todos los hechos y cifras que no son del conocimiento
común”. En una institución educativa citar correctamente es obligado,
desafortunadamente no muchas personas lo hacen.
Dos botones para muestra. En los últimos meses han acusado de plagio
académico a dos altos funcionarios colombianos. A la magistrada de Justicia y
Paz del Tribunal Superior de Bogotá, Teresa Ruiz Núñez, quien admitió que
faltaron las comillas en algunos párrafos de su tesis de maestría; declaró
además que fue sin intención, pues pidió a personas de su oficina que le
ayudaran a acomodar el texto y se les pasaron las comillas al citar las ideas
de otros autores. El segundo, el ex viceministro Guillermo Reyes quien copió
textos académicos en su tesis de doctorado en la Universidad Complutense. Por
cierto, ambos casos fueron expuestos por la unidad investigativa del
tiempo.com.
Yo me pregunto antes esos casos, y otros más, ¿qué hacían sus
profesores? Al menos una vez en la revisión de los documentos ¿se ocuparon de
verificar las fuentes? No es tan difícil sospechar el plagio académico cuando
estamos familiarizados con la forma en que escriben nuestros estudiantes. Los
párrafos con alta probabilidad de plagio son, por ejemplo, los bien escritos o
muy bien escritos en donde no se citan los autores; párrafos largos,
complicados, con muchos términos especializados; y un conjunto de párrafos o
ideas con diferentes estilos de redacción. Aun cuando no contemos con el
software que inmediatamente identifique el plagio, o como se anuncia uno de
ellos que “detecte el límite entre inspiración y plagio”, hay ya buscadores
potentes que identifican una o diversas fuentes en donde se ha publicado esa
idea.
Cuando un profesor trabaja el valor de las ideas y se cerciora de que
sus estudiantes respetan las de otros autores -porque ellos son autores de su
propio texto- invierte más tiempo en la revisión, requiere más concentración y
más cuidado; y muchas veces esos “más” no son debidamente remunerados; pero
poco se compara con la satisfacción de una tarea cumplida, cuando se sabe que
al hacerlo no se vuelve uno cómplice de prácticas deshonestas.
Las instituciones educativas también son escenarios en donde se previene
y se evita el plagio académico, y son espacios en los que por excelencia se
promueve y se cultiva el desarrollo de ideas propias. Yo me pregunto qué pasó
en el proceso formativo de algunos personajes famosos, que recientemente han
sido acusados de plagio (fuera del ámbito académico): el escritor Roberto
Saviano, autor de “Gomorra” y “Cero, cero, cero”, el dibujante argentino
Cristian Dzwonik, más conocido como Nik; Quentin Tarantino; y hasta el
arzobispo Juan Luis Cipriani; entre muchos otros.
No bajemos la guardia, no cedamos porque nos pagan mal o porque no hay
reconocimiento. No cedamos por cansancio ante las razones débiles y
superficiales como: fue un descuido, no lo sabía, estoy parafraseando, no me lo
enseñaron así. Cuidemos el estilo, el estilo importa, y no me refiero al estilo
de citar, sino al estilo de profesores cuidadosos y comprometidos con la tarea
de educar. Contribuyamos al cultivo de la ética académica, de la ética
profesional y más aún, de la ética de vida.