Por: Martín López Calva, datos del autor haz click aquí
Publicado:
e-consulta, 29 de mayo de 2012
“La
educación es la única forma que hay de liberar a los hombres del destino, es la
antifatalidad por excelencia, lo que se opone a que el hijo del pobre tenga que
ser siempre pobre; a que el hijo del ignorante tenga que ser siempre ignorante;
la educación es la lucha contra la fatalidad”
En su
discurso de recepción del doctorado honoris causa por la Universidad Simón
Bolívar en Venezuela, Fernando Savater plantea esta frase que es sin duda una
realidad y al mismo tiempo un gran desafío para los educadores.
Realidad
porque aún con los severos problemas de calidad y de eficacia que se tienen en
los sistemas educativos de nuestros países, es cierto que en un buen número de
casos individuales, posibles de medirse estadísticamente a través de un
adecuado seguimiento de egresados, la educación sigue actuando, con, sin o a
pesar de los maestros, como un factor fundamental que libera el potencial de
desarrollo de los estudiantes para promover su desarrollo personal y su
movilidad social.
De
manera que los niños y jóvenes que pasan por las escuelas y/o las universidades
no están condenados fatalmente a continuar siendo como siempre han sido, por lo
que el hijo del pobre puede dejar de ser pobre y el hijo del ignorante puede
dejar de serlo si aprovecha las herramientas que le brinda su educación.
Desafío
porque es cierto que un sistema educativo de mala calidad como el que
desgraciadamente tenemos aún en México, muchas veces sirve solamente como
mecanismo de reproducción de los estratos sociales y conserva y aún aumenta la
brecha entre los ricos y los pobres, entre los ignorantes y los ilustrados, de
manera que puede ser un mecanismo de preservación de la fatalidad.
Ahora
bien, la cita del filósofo vasco puede leerse como una reflexión que habla de
lo individual, es decir, la lucha contra la fatalidad que
se da en el sistema educativo al formar a cada estudiante capacitándolo
adecuadamente para superarse y remontar las condiciones en las que su situación
familiar y social lo han colocado desde su nacimiento.
Una buena educación entendida como antifatalidad,
sería entonces la que desarrolla en los estudiantes las competencias adecuadas
para su desenvolvimiento eficiente, inteligente y responsable en el contexto
laboral al que ingrese después de su etapa de formación escolar.
Pero esta reflexión también es válida si se lee a
nivel estructural y no solamente individual, es decir, si se ve a la educación
como un subsistema dentro del sistema social amplio, que puede y debe
organizarse y conducirse como un mecanismo de lucha contra la fatalidad de un
sistema económico, político, social y cultural injusto, desigual, corrupto,
opaco, sin rendición de cuentas, manipulador y autoritario.
Es muy frecuente caer en el pesimismo de quienes
sostienen que la escuela y la universidad no pueden hacer nada para generar
conciencia de cambio social en los estudiantes porque la influencia de los
medios de comunicación masiva, la publicidad, la manipulación política y todos
los demás instrumentos del sistema en que vivimos son invencibles.
Sin embargo, ante la creciente fuerza y presencia
social que está tomando el movimiento autodenominado “#yosoy132” –por su
etiqueta en Twitter- que empieza hoy a llamarse también “la primavera
mexicana”, es importante hacer conciencia de la fuerza que puede tener la
educación como factor de desarrollo de la conciencia crítica de los
estudiantes.
Porque como hemos visto en las últimas semanas y se
ha demostrado por parte de sus mismos protagonistas, se trata de un movimiento
generado a partir de un hecho concreto ocurrido en una universidad –“el viernes
negro de Peña Nieto” en la ibero de México- y convocado y conducido por
universitarios de diversas instituciones privadas y públicas del país.
Si fuese cierto que todos los jóvenes y en general
toda la población es manipulada por los medios de comunicación masiva y no hay
posibilidades de generar ninguna resistencia crítica ante el sistema global
aplastante en que hoy vivimos, este movimiento no se habría generado ni habría
crecido y tomado la fuerza que hoy tiene y que parece va a continuar en
ascenso.
Si como afirmaba Gorostiaga, la educación es la
profesión de la esperanza, los educadores podemos recuperarla hoy al ver este
movimiento y constatar que la educación
sí puede ser la lucha contra la fatalidad social.
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