Autor: Alejandro Ortiz Cotte
Publicado:
lado b, 22 de abril de 2014
La semana de pascua siendo la de
mayor importancia en la fe cristiana se ha vuelto una semana marginal en la
práctica religiosa del cristiano contemporáneo. En esta semana recordamos con
alegría que el “crucificado” resucitó. Que la vida del hombre que amó al
extremo no terminó en la injustica humana sino en el abrazo amoroso y salvífico
de Dios. No es cualquier acontecimiento es el Acontecimiento cristiano por
excelencia que junto con la encarnación nos vienen a indicar que Dios nos ama
hasta el extremo. Esta es nuestra fe e implica toda una revolución teológica en
la historia de las religiones. Para nosotros los cristianos el mal no tiene la
última palabra, la injusticia no es el último paso, sino que es el amor, la
misericordia, la justica las que prevalecen al final de todo tiempo. Sabemos
que Dios detesta la injustica y conspira con nosotros para erradicar toda nueva
“crucifixión injusta” y eso nos hace no solo creyentes sino activistas por un
mundo mejor. Esta debería ser la semana mayor, la semana central, la fundamental
para celebrar nuestra fe cristiana. Pero no es así. Es una semana
intrascendente para las mayorías cristianas lamentablemente. Esto se debe a
diferentes causas. La primera es que estamos acostumbrados a celebrar la semana
santa, es decir la pasión y muerte de Jesús pero no su resurrección. Recordemos
que nuestra fe implica los dos momentos: creemos que “Jesus es el crucificado
resucitado”. Esta visión parcial se debió a gran parte a los primeros
misioneros en tiempos de la conquista y sobre todo de la colonia, que
utilizaron los acontecimientos de esta semana (el templo, el lavatorio de los
pies, la última cena, el viacrucis, etc.) como un medio evangelizador y
catequético para los pueblos conquistados y desarraigados de sus usos
religiosos propios. Aprendieron la nueva fe católica representando la vida de
Jesús. Representación que resultó en identificación, ya que el pueblo
empobrecido y violentado vio más cercano a su realidad al Cristo
crucificado y sufriente que al Señor pleno y resucitado. No sólo lo representó
sino que se identificó con él. Esta identificación fue rápida y palpable,
experimentaron que había un Dios que había sufrido tanto como ellos y estaba de
su lado. Así es el pueblo mexicano. Esto lo encontramos escrito también en el
relato del Nican Mopohua dónde Juan Diego le dice a la “señora del cielo” que
ella también –como él- es “la última”, “la más pequeña”, ya que el señor obispo
Zumárraga no les creyó, son ignorados, invisibles, para el poder eclesiástico.
Las coas no han cambiado y el pueblo, desgraciadamente, sigue recreación
ese viacrucis en sus vidas todos los días. Pero no debería acabar así, deberían
de completar el proceso con la resurrección y saberse dichosos que Dios no los
dejará en la crucifixión eterna ni el viacrucis continuo, sino que los
resucitará no al final de la historia sino en su historia próxima para que
comprendan que Dios es justo y amoroso. También tuvo que ver, que a muchos
pastores, obispos y señores católicos, les convino que ese pueblo pobre se
quedara solamente con la identificación sagrada del sufrimiento y no avanzará
hacia una plena identificación con la resurrección de Cristo. Tal vez pensaron
que es mejor para un pueblo hambriento una visión de Dios que los invita a
sufrir, que una donde Dios los encamine hacia su liberación, hacia su
resurrección.
Esto por el lado religioso, por el
lado secular tenemos dos factores que han ayudado a que la semana de pascua no
sea significativa para las mayorías. El primer factor es que para muchos la
semana santa es una semana de vacaciones. Su significado central es descansar,
viajar, convivir. En cambio la semana de pascua es tiempo de “regresar” a
trabajar y por tanto a la cotidianeidad. Lo novedoso es la semana santa, lo
“normal” es la de pascua. El asunto religioso en ambas semanas es un asunto
relegado, visto con respeto pero que en realidad es secundario. En la semana
santa los oficinistas y los “clases media” gastan dinero, tiempo, energía y, en
penosas ocasiones sus vidas enteras, para ir a algún centro turístico y “salir”
de su contexto cotidiano. No les importa derrochar horas en las pésimas
carreteras que tenemos, no les importará gastar su dinero (o saturar su tarjeta
de crédito) en hoteles, comidas y traer algunos recuerditos del viaje, con tal
de “salir”, lo que no debe de fallar, en estos tiempos digitales, son las fotos
que se deberán tomar con el celular y “subir” a todas las redes sociales
posibles, de modo que todo “su” mundo se entere dónde estuvo en vacaciones. Se
cansarán de las vacaciones y regresarán un poco más estresados al trabajo
ignorando la importancia de la semana de resurrección. Por tanto la semana de
pascua es la semana donde se acaba lo divertido, el descanso, la convivencia.
Para esta tribu urbana de clase medieros su forma de vivir la pascua es
consumiendo (comprando) huevos de pascua. Este es el segundo factor de olvido.
Esta tradición más norteamericana que latinoamericana, más de espacios
urbanizados y por tanto más consumistas, se ha vuelto una tradición mucho más
vistosa y “cool” que el recuerdo del resucitado. Sabemos que el huevo
significaba para campesinos y gente de campo el “renacer”, la gestación y el
nacimiento. De ahí que para esta gente de campo los huevos fueron un excelente
símbolo de resurrección. Esto se empezó a olvidar ya que muchos ignoran el
significado de los “huevos de pascua” actualmente. Así sin saber su significado
consumen una tradición transformándola en un simple acto consumista, haciendo
que la semana de pascua pierda toda su fuerza y sentido original.
La invitación es volver al evangelio
y recuperar la alegría de la resurrección, que para estos tiempos injustos y
violentos sigue siendo la mejor expresión cercana y amorosa del Dios cristiano.
El autor es profesor de
la Universidad Iberoamericana Puebla.
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