Autor: José Guadalupe Sánchez Aviña, si quieres conocer más datos del autor, haz click aquí
Artículo publicado en Lado B
Tema recurrente en el mundo de la educación
en nuestro País, continúa siendo la tan llevada y traída “Evaluación docente”
comprendida, incomprendida, querida por unos y odiada por otros… tanto que se
escucha y lee al respecto; en medio de las declaraciones de autoridades
encargadas de esta función estratégica en la educación, y ante reacciones de
oposición y rechazo, se me ocurre pensar ¿Hay algo peor que la evaluación
docente? Y la respuesta que me surge de manera casi automática: ¡Por supuesto
que sí! de arranque se me ocurren tres cosas que son peores: 1.- Que no exista,
y b) Que no sea aprovechada para lo que es concebida, c) Que esté en manos
equivocadas. Tres consideraciones que bien merecen una mención, aunque sea de
manera rápida.
La ausencia de información sobre una
situación, cualquiera que sea, nos imposibilita para actuar en ella para
transformarla con una orientación definida y explícita, en otras palabras, es
imposible mejorar lo que no se conoce; de esta forma, la evaluación representa una
condición indispensable de todo proceso, en el de la práctica docente, de
natural la requiere. Por si esta postura lógica no fuera suficiente, habría que
agregar que la evaluación docente es un derecho que debe ser exigido por el
propio docente, pues le concierne en todos los sentidos y le posibilita en su
propio proceso de desarrollo como profesional de la educación pero también como
persona.
El segundo señalamiento no es cosa menor
pues expone las múltiples desviaciones posibles en las que se incurre cuando de
evaluar se trata, por ejemplo: lejos de representar la base de re alimentación
de la práctica docente y factor de calidad educativa, en su realización, es
común la posibilidad de utilizarla con espíritu punitivo y ligada a procesos
opacos y discrecionales, despojándola de sus verdaderos alcances.
Por último, la evaluación como acción
operativa tiene que ser ejecutada por personas de carne y hueso, es aquí cuando
el tercer señalamiento aparece. Cuando se piensa en los actores que la ejecutan,
“nos asaltan” las imágenes de los funcionarios que ya sea por desconocimiento o
por intereses de grupo, la aplican de tal manera que rompen con la posibilidad
de mejorar la educación; la evaluación es secuestrada y corrompida a favor o
perjuicio según sea lo que se requiere. Cabe mencionar que cuando escribo
funcionarios, incluyo tanto a empleados públicos como empleados activos en el
sindicato, incluidos desde luego, aquellos que militan en la coordinadora, pues
no hay que perder de vista que son componentes de un mismo cuerpo.
Sin ser las únicas posibles, éstas, son tres
posibilidades de riego para deformar el espíritu formativo de la evaluación e
impedir el logro de alcances que puede tener en los procesos formativos de
docentes.
Hoy hasta parece lógico encontrarnos con docentes
activos auténticos, que están desconfiados sobre la evaluación venidera y hasta
declaren una oposición a la evaluación “La mula no era arisca, los palos la
hicieron”, sin embargo, hay que permanecer atentos a un proceso que parece
irreversible y procuremos obtener el mayor beneficio posible de un proceso que
por definición tiene la capacidad de impactar favorablemente la formación y
desarrollo de los niños y jóvenes que acuden a las aulas.
En este momento de definición y
construcción de aquellos instrumentos con que se evaluará a los docentes, será
determinante la generación que la SEP realizará sobre los perfiles docentes
pretendidos; éstos, serán plataforma de diseño pero también permitirá
visualizar con mayor claridad o por lo menos de manera abierta, lo que el
sistema educativo pretende en cuanto a docentes se refiere; sin duda material
para análisis y discusión profunda.
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