Autor: Jorge Gónzalez Trujeque
Una
mañana, de 1978, en el hotel Camino Real de la Ciudad de México, me preparaba
para ir a desayunar, tomé el ascensor para bajar al restaurante del vestíbulo,
y encontré a otra persona a la que
saludé con un buenos días; ambos seguimos nuestro traslado, hasta que en otro piso se volvió a
detener el elevador. Subieron entonces dos personas, una mayor, el pelo cano, de pequeña estatura,
enjuto, vestido de riguroso traje y corbata y otra joven, sin maquillaje,
también delgada y erguida, la mujer joven
era lazarillo y brújula. Al llegar al vestíbulo abandonamos el elevador
en orden inverso a como lo habíamos abordado, después de abandonar la pareja el
elevador, el otro ocupante se volteó y sorprendido me preguntó: Es Borges, ¿verdad?
y yo, también sorprendido, le dije que
sí. No sabía entonces que ese encuentro habría de persistir en mi memoria
muchos años después.
No
recuerdo la fecha en que leí a Jorge
Luis Borges por primera vez, lo que sí sé es que no puedo dejar de releerlo, su
prosa fantástica y erudita, me transporta a mundos intrigantes, desconocidos y
misteriosos. Su poesía es un ejemplo de construcción que linda entre la
maestría, la erudicción y el sentimiento contenido. En particular la poesía de
sus últimos tiempos me parece libre, con
hallazgos literarios y que alcanza una
esplendidez quevediana. Borges me ha
hecho feliz como a él lo hicieron feliz:
Chesterton, De Quincey, Stevenson, Dickens y Eca de Queiroz. Él me enseñó que
no se comete ningún pecado literario al rechazar libros y aceptar páginas y que
ningún texto, provenga de donde provenga, es menor.
Auxiliar y director de bibliotecas hizo de los
libros destino y paraíso. Erudito que fue, visitó los depósitos de libros en
busca de textos mágicos, antiguos y perdidos, abrevó en las enciclopedias en
busca de temas y motivos y en los diccionarios en busca lenguas y palabras. De
su padre heredó la ceguera, la biblioteca, el inglés, la poesía y el oficio
traductor y de su madre la vocación lectora y traductora, tradujo a Walt
Whitman. Buscó con éxito la perplejidad del lector a través de laberintos, espejos
y enumeraciones.
Conoció
a María Kodama, 38 años menor, gracias a una sesión de estudios literarios y se
continuaron frecuentando por su interés
en las lenguas antiguas, Yosaburo Kodama, padre de María, la educó sin saberlo para Borges: sintoísta,
narrador de épicas, inculcó en su hija el sentido del honor, de la belleza y de la
responsabilidad. Por su parte María supo
de Borges a los cinco años merced de
“Two english poems”, siete años después se conocieron en una de sus
conferencias y a los diez y seis participó en un seminario de épica que
impartió Borges y a partir de entonces
se frecuentaron primero por las tardes y después a toda hora. A los 36 años María se convirtió en su
secretaria personal y acompañante en sus viajes al exterior. En 1986 año de su
muerte Borges, no sólo “quemó miles de poemas”, sino que además se casa, en el
consulado de Paraguay en Suiza, con María Kodama, el novio tiene 86 años y la
novia casi 50.
María Kodama heredera y viuda de
Borges eligió el diseño y las inscripciones de su lápida mortuoria. Sobre el anverso
de la lápida se puede leer un verso de
la literatura inglesa antigua que pertenece al poema épico-histórico La batalla de Maldon, que narra la derrota sufrida por los
anglosajones frente al ejército vikingo,
en el siglo X : And ne forhtedon na ( Y jamás con temor ). Esta inscripción se
acompaña de la reproducción de un relieve del monasterio de Lindisfarne que
recuerda el saqueo, también vikingo, en el año 793 y que tiene como motivo la
derrota con honor. En el reverso hay dos frases y un barco vikingo. Una de las
frases es De Ulrica a Javier Otárola
nombres de los personajes del cuento Ulrica, clave cifrada entre Borges y
Kodama. La lápida retrata mejor que nadie al
relación Borges-Kodama: Una historia antigua de la épica inglesa que tiene como tema el amor, la derrota con
honor y el misterio.
*Jorge Luis Borges y María Kodama
estuvieron en la Ciudad de Mèxico en 1978, para que el narrador y poeta
argentino grabara un programa para la televisión mexicana con el ensayista y
poeta Octavio Paz. Esta visita fue una de tres que realizó el autor de El Aleph a México, las otras en 1973 y
1981, y que se recuerdan en la exposición “Borges en México: Crónica visual y
literaria” que se presenta en el Palacio de Bellas Artes.
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