jueves, febrero 12, 2015

Tumbas vacías

Autor: Jesús Alejandro Ortiz

La primera vez que fui a El Salvador visité la tumba de Monseñor Romero. El grupo salvadoreño que coordinaba la reunión donde estábamos varios teólogos de América Latina, nos llevó a la catedral donde se encontraba la tumba. Nos explicaron que la tumba estaba en el sótano porque cuando estaba arriba -en la catedral- mucha gente la visitaba y no “dejaban tener misa en paz”, por lo que las autoridades del templo decidieron bajarla al sótano, un lugar oscuro y sucio. Poco a poco, como nos explicaron nuestros guías, fue la gente sencilla la que empezó a limpiar el sótano y hacer de él un lugar digno de Monseñor. Algo ayudó, la visita que hizo Juan Pablo II a la tumba, acto no contemplado en su agenda original, lo cual llevó a los organizadores de la gira arreglar lo mejor posible el sótano. Hay una foto histórica de este momento dónde Juan Pablo II esta hincado ante la tumba rezando profundamente y se puede ver en ella la simpleza del lugar.
              Mientras nos explicaban todo esto, varias señoras, muy pobres y sencillas, barrían y cambiaban las flores de la tumba corroborando lo dicho. A pesar de todo el lugar era especial, se sentía un “aire” ´propio, personal, de misticismo, de religiosidad, un lugar lleno de fe, donde la gente humilde seguía mostrándole a Monseñor Romero su agradecimiento por todo lo que había hecho por ellos.
               Hace poco visité de nuevo este país y volví a ir a la tumba de Monseñor. Y vi todo diferente. Han hecho de la tumba todo un paseo turístico. Llena de luces, de vitrales, de pinturas, parece más una galería de pinturas devotas que la tumba de un mártir. Aún en el sótano, la tumba ya no está en el mismo lugar ni es la misma que yo visité la primera vez. La reubicaron al final del sótano y ahora la tumba es una obra de arte en bronce, donación generosa de unos creyentes italianos con un diseño que no a todos nos gusta. En esa ocasión vi más turistas que creyentes, más extranjeros que gente del pueblo pobre salvadoreño.
               También en esta ocasión tuve guías locales que me explicaron algo muy curioso sobre la primera tumba. Me decían que los restos de Monseñor no estaban en ella tal cual sino en un montículo de cemento que estaba al lado de la tumba, que la gente utilizaba para sentarse o poner cosas. Esto se debió, según mis interlocutores, al miedo que tenía la gente de que le pusieran una bomba a la tumba y volara todo, me decían: “eran tiempos que querían desaparecer por completo a Monseñor”.
             Este dato me hace pensar en los relatos de la resurrección del Señor y en especial en el relato de la tumba vacía, relato que quiere dar a entender que Jesús no está muerto, no está en una tumba, sino que ha resucitado y que está vivo, que no debemos buscar en el lugar de los muertos al que está vivo. Hermosa reflexión de los primeros tiempos del cristianismo. Esto mismo es lo que pasa con Monseñor Romero, su tumba que muchos visitamos y rezamos estaba vacía, él no estaba ahí lo pusieron a un lado por miedo a la bomba, pero viendo ahora la nueva tumba me queda más claro todavía. Monseñor Romero no está en su tumba, él como Jesús, el como seguidor que da la vida por Jesús, está vivo, ha resucitado. Él ya no está en esa artística tumba. Él está entre su pueblo, caminando como uno más. Él mismo lo dijo cuándo expuso que era amenazado de muerte y poco antes de que lo mataran “Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”.
              Ahora que el tema de Monseñor Romero volvió a los medios de comunicación por su beatificación, el Papa Francisco ha dejado claro que Monseñor Oscar Arnulfo Romero, es un “hombre de Dios”, de manera que ha desbloqueado su proceso de canonización iniciado desde 1994 y obstaculizado desde 1995. Francisco ha dicho que puede continuar el proceso no siendo necesario un milagro para volverse santo sino que su sólo testimonio (mártir en griego) al ser asesinado (odium fidei= odio a la fe) por ejercer su ministerio de obispo al lado de los pobres lo hace santo. De esta manera Francisco reconoce a nivel “universal” lo que el pueblo pobre salvadoreño ya sabía desde 1980: Monseñor es un santo. El pueblo pobre lo sabía antes y desde entonces su presencia, no su tumba, es la que los anima a seguir adelante en su difícil vida cotidiana.  

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