Autor: José Rafael de Regil Vélez, si quieres conocer más datos del autor haz click aquí
Publicado en: La Primera de Puebla el 31 de agosto de 2012
Entre los años 2010 y 2011 el portal Wikileaks –fundado en
2007- puso al alcance de cualquier usuario de internet cientos de miles de
documentos generados por distintos gobiernos, que habían sido manejados de
forma reservada, aun cuando su contenido debiera ser de interés público. Se
desató la polémica, que aún perdura en estos días: ¿tienen derecho los
ciudadanos a conocer la información que les atañe, pero que sus autoridades
circulan de manera secreta?
Por
distintos motivos en mayo pasado universitarios generaron un
movimiento social que hoy conocemos como “Yo soy 132”. Una de sus principales y
originarias demandas fue que la sociedad tuviera acceso a la información que
necesita para poder tomar decisiones en los asuntos que le atañen. Los estudiantes señalaban que las empresas propietarias de los medios de comunicación daban al público
datos según sus intereses de negocios y no en función del bien público. Y la discusión se amplió: ¿la información es propiedad de las empresas?
Hoy
Julian Assange enfrenta problemas con la justicia de Gran Bretaña y Suecia
acusado de delitos sexuales en tanto el gobierno de Ecuador le ha concedido
asilo al considerar que tras los intentos judiciales europeos se esconde una
decisión de tipo político por haber sido el editor que permitió la publicación
de los documentos obtenidos por Wikileaks. “Yo soy 132” se encuentra en el vaivén
de la etapa que transcurre en el proceso electoral mexicano actualmente. Aparentemente vivimos días en que dejaron de ser noticia sensacional.
Lo uno y lo otro -y su ausencia mediática inmediata- pueden
distraernos de una de las preguntas de fondo planteadas por ambos casos: ¿A
quién pertenece la información? Su planteamiento y posible respuesta implican
de alguna forma el tipo de ciudadano que cada quién puede ser, de esa magnitud es la situación.
Hace algunos ayeres, cuando el
columnista Alberto Barranco Chavarría era mi maestro de historia del periodismo
en la Escuela “Carlos Septién García”, nos contaba del origen de la prensa allá
en los albores de la modernidad y lo remitía al surgimiento de las “Gazzetas”,
hojas publicadas por impresores italianos para circular ágilmente noticias,
gracias a la reciente invención de la imprenta.
El surgimiento de lo que hoy
conocemos como prensa escrita está indisolublemente ligado a la expansión del
comercio propia de los siglos XVI y XVII. Los mercaderes instalados en los
puertos como Venecia enviaban a los barcos provenientes de las indias o del
Oriente emisarios que tomaban nota de las mercancías. Cuando estos regresaban a
tierra firme se imprimían las “Gazzetas” y a la mañana siguiente se distribuían
con celeridad entre la población, ávida de las noticias que portaban. Es
verdad, también, que aquellas antiguas hojas informaban de asuntos de las ciudades.
Sin embargo, su sustento se debía a lo primero, antes que a lo segundo, y el impresor claramente
designaba lo que quería publicar.
Con lo anterior se puede decir
que la difusión masiva de la información nació bajo la propiedad del dueño del
medio. Muy pronto entró en la jugada el poder político al percibir el potencial
de la prensa: la censura siempre existente tomó nuevas dimensiones y nacieron
los medios de comunicación oficiales. La información, ahora estaba en manos,
también, del aparato estatal.
Y en ese contexto las personas se
vieron enfrentadas a la tentación de considerarse consumidoras de los impresos
que les eran ofrecidos, como cuando se va al mercado y se toma la manzana o la
pera en un puesto u otro porque eso es lo que se puede comprar, lo que está a
disposición de quien vende. El surgimiento de alguna forma de la radio y también de la televisión y el cine confirmaron esa primera forma de ver las cosas: medios o estado propietarios; ciudadanos, consumidores.
Hoy, en una cultura de la
superficie y del fragmento la tentación es mayor: la de quien se mira viviendo
su vida como cuando se está frente del televisor rebosante de canales que
podemos recorrer con sólo mover el dedo. Vemos lo que dice Televisa, atisbamos
a TV Azteca o a Aristegui en MVS. Nos paseamos por los portales de El
Universal, La primera de Puebla o cualquier otro medio impreso o digital. La
Información nos impacta pero no nos sentimos sus dueños.
Esta postura de comprador o cliente que
considera al Estado o a las empresas como propietarios de la información es muy
riesgosa, porque nos enajena, nos hace ajenos de lo que nos compete y es todo lo que atañe a la solución de nuestros problemas. Hay que abordar las cosas desde
otra perspectiva.
Robinson Crusoe y el chico
Marlboro –ese que salió en la publicidad de los cigarros- son personajes
interesantes: solos contra el mundo, entre la vegetación tropical de la isla
perdida o la inmensa llanura de los caballos indómitos, mirando impasibles el
horizonte. Solo tienen un pero: no existen ni pueden existir.
Las mujeres y los hombres
coexistimos, nos vamos siendo día a día con los demás, por ellos y para ellos.
Buscamos a veces diferentes cosas para poder realizar nuestra vida, a veces las
mismas. En ocasiones coincidimos y en otras disentimos. Y en medio de todo ello
está la comunicación.
Nos comunicamos para poder
comulgar: poner en comunión (común-unión) lo que necesitamos, lo que tenemos,
lo que nos desborda y que de alguna manera nos sirve para seguir siendo
humanos. Y esto que aplica en la amistad, la familia, las relaciones cercanas,
es necesario en un nivel más amplio pero no menos fundamental: las cuestiones
públicas.
En 1971 salió a la luz un texto
conocido como Communio et progressio, del Consejo Pontificio para las
Comunicaciones Sociales. En él se plantea magistralmente el tema: las personas
acometen diversas acciones para construir una sociedad en la que puedan vivir
con dignidad. Necesitan para ello comunicarse, tener los datos necesarios para
decidir, para participar en los asuntos que les competen, para realizar la
tarea política que les es propia. En esta perspectiva no es ético que los
gobiernos y las empresas se pretendan dueños de la información: los ciudadanos
somos y debemos ser sus propietarios pues sólo con ella podremos generar comunión y progreso.
Entendido esto cambian la forma
de mirar las cosas y también las actitudes: no somos clientes de datos
que seleccionan los que quieren de la oferta existente y que se conforman con
la inexistencia decretada por el mercado o la razón de quienes dirigen las instituciones del Estado. Somos ciudadanos que podemos resolver los problemas que nos conciernen
en los niveles local, regional, nacional e internacional y exigir a los medios
que reconozcan que ese, y no otro es su papel. Son intermediarios entre lo que
sucede y nuestro enterarnos. Somos responsables de informarnos y
corresponsables de que haya información. Podemos formarnos para percibir
críticamente lo que nos es comunicado; emitir nuestra opinión y ponderar la de
los demás de cara a las tareas que tenemos pendientes en nuestro aquí y ahora
con los ojos vistos en un futuro posible. Debemos exigir el cumplimiento de las leyes de acceso a la información pública.
Hoy podemos celebrar la
existencia de las redes sociales, territorios en los que la comunicación puede
fluir de otra manera. Sólo que hay que aprender a ser en ellas protagonistas,
actores críticos, porque en ese terreno tan de moda no todo lo que brilla es
oro y hay demasiada chatarra circulando por todos lados.
En cualquier caso hay que saberse
dueños y actuar como dueños: lo que va de por medio son nuestras propias
posibilidades de un mundo más habitable humanamente.
4 comentarios:
Muuuy bueno Rafa......!!!
Rafa muy interesante, yo soy de la opinion que la informacion debe ser publica, pero el analisis y la actuacion o reaccion derivadis son temas que a veces parecen fuera de nuestro alcance porque estan en el mismo circulo de poder.
Felicidades! muy interesante punto de vista, sería muy bueno que además la sociedad quiera ser dueña de la información, que se le pierda el miedo a saber y que se haga uno responsable de la búsqueda del conocimiento
En verdad muy buen artículo, pero nuestra pereza mental evita que hagamos análisis de la información que llega a nosotros, a ello le agregamos lo que los otros quieren que pensemos...
Publicar un comentario