Autor: José Rafael de Regil Vélez
Publicado en Síntesis Tlaxcala, el 10 de septiembre de 2013
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En el país los días pasados han
estado marcados por la ruta presidencial y legislativa hacia la aprobación de
las reformas energética y financiera, así como la legislación secundaria de las
modificaciones constitucionales en materia educativa.
A
propósito de esto han llegado a la capital del país miles de profesores
agrupados en torno a la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación
(CNTE) para manifestarse, entre otras cosas, en contra de lo que consideran un
equivocado planteamiento en materia educativa y en la forma de instrumentar los
procesos de ingreso, evaluación y permanencia en el magisterio.
Diversos
hechos han creado un clima de animadversión frente al profesorado: la toma del
Zócalo del Distrito Federal, las manifestaciones y marchas que han llevado
consigo desquiciamiento vial y exageración de ánimo entre muchos ciudadanos
capitalinos, la suspensión de clases en muchas escuelas en el territorio
nacional, así como la forma en la cual los medios de comunicación han enfocado
y difundido la información, casi en términos de linchamiento.
Hoy
me parece justo poner en la mesa la otra cara de la moneda. Es necesario decir que los profesores no son el mal necesario de nuestra vida.
Día a día hay
educadores que realizan su labor con profesionalidad y entereza. Soy testigo del esfuerzo que hacen por
entregar fines de semana para formarse más allá de los cursos de capacitación
que les pide al inicio del curso la SEP. Miles de profesores participan en
posgrados de profesionalización docente. He visto -por ejemplo- cómo en lugares de Tabasco,
Veracruz y Guerrero les supone a muchos de ellos viajar toda la noche, llegar a
clase, esforzarse por hablar, discutir, reflexionar, graduarse, incluso cuando en varias
entidades este afán no sea contabilizado para el sistema de mejora de salario y
condiciones laborales.
Hay
profesores de todos los niveles que se presentan a dar clases en condiciones
reales de carencia: sin aulas, sin mobiliario. A lo largo de mi vida he podido
atestiguar cómo el esfuerzo de docentes, padres de familia e incluso alumnos ha logrado
que de estar arrinconados en una dependencia pública tomando clases o en un terreno mal adaptado se
pase tras años de gestión, de compromiso económico incluso, a instalaciones más
apropiadas para la tarea educativa.
También
existen profesores quienes a pesar de los años en servicio se cuestionan cómo
han de realizar su vocación creando los mejores ambientes para que sus
educandos puedan aprender. Intentar innovar en su aula, dar cabida a mayores
espacios para el juego educativo, para la participación en la vida social por
parte de sus educandos.
He
presenciado el servicio de profesores en comunidades que todavía hoy
están lejos de muchas cosas: colaboran en las gestiones con las que se han
conseguido la llegada de la energía eléctrica, de los servicios de dependencias
vinculadas al agro; en el archivo del
lugar, en la organización de las asambleas del pueblo. Son un referente comunitario.
Siendo
padre de hijas en escuela pública puedo decir sin temor que habiendo
trabajadores de la educación que nada debían hacer en sus secundarias y
preparatorias, conocí personalmente a quienes no se dejaron llevar por la
apatía ni cayeron en la tentación de echar la culpa a los demás, excusándose de
una mala docencia porque los otros actúan irresponsablemente y sí dando la cara
por su didáctica, por su práctica. Más de una vez han apoyado a chicas y chicos
que se han metido en problemas más allá de las aulas y les buscaron ayuda
profesional o se ofrecieron a facilitar el diálogo familiar.
También
–y esto es trascendental- hay quienes, a pesar de lo sospechoso que parece
socialmente, trabajan para que sus educandos sean más críticos, creativos,
libres, capaces de incorporarse a la vida pública como ciudadanos responsables.
Que no cejan en la labor política de formar en que una vida con base en los
derechos humanos es más que recomendable: necesaria.
Hoy
que en los medios y en el clima social los profesores son vistos con desdén y
sospecha nos conviene a todos ser coherentes con la verdad de que junto a
nosotros hay mujeres y hombres que responden a la vocación educativa de sumarse
a la construcción de pequeñísimos pero reales espacios humanizantes que son la
semilla de la esperanza en que un mundo mejor está desde ya cada día también
siendo posible.
1 comentario:
Que tal Rafael me entere de tu art iculo por el grupo con el cual me acabo de reencontrar de la Normal Cristobal Colon hoy con kilos y años de mas pero con la firme conviccion de ser docentes entregados a nuestra profesion y porque tuvimos la fortuna de contar con maestros verdaderamente comprometidos con la educacion y la formacion de sus alumnos y que hoy viven a traves de nosotros aunque ya no esten aqui.
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