Publicado en Puebla on line, 12 de septiembre de 2013
Si quieres conocer más datos del autor, haz click aquí
Para NAS: el empeño docente vale la pena
El sexenio actual inauguró su
gestión empujando lo que denominó “reforma educativa”. Esta acción política y legislativa ha
evidenciado que hay muchas visiones en el país sobre el tema y sus tareas
pendientes y que es necesario que como nación abordemos los pendientes que cien
años de sistema educativo nacional han ido acumulando: ¿a quién corresponde la
rectoría de la educación?, ¿cómo preservar el carácter laico, gratuito y
obligatoria que asignó el constituyente del 17 a esta interacción
sociopolítica?, ¿de quién son propiedad las plazas que ocupan los maestros?,
¿qué significa evaluar las acciones educativas, más allá de establecer un
sistema de calificaciones para acreditar grados académicos?, ¿quiénes deben ser
profesores, cómo han de llegar al magisterio y permanecer en él?, ¿cómo han de
ser los itinerarios de formación permanente para que los docentes puedan
afrontar los desafíos que los cambios sociales, culturales, económicos y
políticos presentan a la educación?, ¿cómo adecuar la infraestructura para que
profesores y alumnos trabajen en instalaciones y con recursos, con qué
presupuestos, con qué corresponsabilidad de los distintos actores? Se trata de una dimensión macro del problema
educativo y tiene sus tribunas, sus tiempos y sus actores: funcionarios de los
gobiernos federales, estatales, municipales; legisladores; líderes sindicales y
agremiados; los medios de comunicación.
La
trascendencia del debate que se está dando en frentes tan diversos como el
Congreso, las dependencias del poder ejecutivo y las calles puede oscurecen
otra dimensión de la reforma educativa, tal vez menos espectacular, pero no
menos importante: la cotidiana, la que sucede cada día, en la cual todos
estamos comprometidos en la medida que todos nos referimos de una u otra forma
a la educación.
Reformar
quiere decir volver a dar forma, porque la que se tenía no da más cuenta de
aquello que contiene. La labor que realizamos los actores del sistema educativo
nacional ya no puede seguir siendo como fue, pues no responde a lo que la
educación profesional supone, y al parecer la que es realizada en la familia.
Pienso
que una educación reformada debe tomar en cuenta algunas tareas pendientes.
Enuncio algunas, sabiendo que se pueden quedar en el tintero otras más: a) el
papel de la familia en la educación y en la escuela, b) los objetivos que han
de perseguirse en el proceso educativo más allá de la transmisión del conocimiento:
formación para la ciudadanía, proceder, c) trabajar con un proceso
profesionalmente diseñado y evaluado con actividades que los alumnos entiendan
referidas a los propósitos que se persiguen, d) preparar para el diálogo y la
mediación de conflictos y e) replantear el papel de la formación permanente
entre los actores de la educación.
a) Educación y familia
En primer lugar es necesario
reformar el papel de la familia en el acto educativo. Por motivos diversos como
la atomización familiar, la necesidad del trabajo asalariado paterno y materno
para sufragar gastos, la pérdida de estructuras comunitarias, la influencia de
los medios de comunicación y las redes sociales, los niños llegan a la escuela
carentes de un marco axiológico inicial a partir del cual puedan irse
socializando; les falta desarrollo psicomotriz por pasar largas horas
encerrados en su casa y ya no jugando con sus vecinos y familiares. Muchos
niños inician la vida escolar sin un marco de exigencia y disciplina que hace
que su permanencia en las distintas etapas de escolaridad sea muy complicada. Hay
mucho que trabajar desde este frente y no es precisamente a la escuela a la que
corresponde suplir esta tarea formativa doméstica.
En
las clases medias y altas es común que los padres se presenten en las
instituciones educativas con la pretensión de saber tanto o más de pedagogía y
didáctica que directivos y profesores. De manera vergonzosa acusan a los
maestros de los errores e indisciplinas de sus hijos y refuerzan en ellos la
autoreferencia, vicio que acaba con cualquier ciudadanía. Hay que cambiar el
hábito de rivalizar por el de dialogar y encontrar los mejores caminos para
lograr los propósitos de personalización, socialización e inculturación propios
de la vida escolar.
b) Pretender una formación
integral de ciudadanos competentes
En
segundo lugar hay que hacer un cambio real en los objetivos de la tarea
educativa. Pese que la reformas de la educación básica, media y superior hacen
hincapié que lo que hay que pretender es la formación de mujeres y hombres
competentes, capaces de poner el conocimiento, ejecutar las habilidades e
interactuar con actitudes que faciliten la colaboración social, económica,
política y cultural, la realidad es que para muchos docentes, alumnos,
directivos y padres de familia la función de la escuela es dar conocimientos.
Que los niños sepan, que demuestren que sepan, aunque eso no tenga la menor
relación con la vida concreta.
La
didáctica está encerrada en el aula, tiene poco contacto con el mundo y supone muy
pocos problemas que impliquen la movilización del saber, del saber hacer y de
lo que se es en pos de soluciones que aporten a la forma cotidiana de vivir. En
este sentido las escuelas están totalmente desvinculadas de los actores
sociales: empresarios, políticos, trabajadores, líderes sindicales, miembros de
organizaciones no gubernamentales.
En
la misma línea, se habla, por ejemplo, de trabajo en equipo y formación de
liderazgo, pero las instituciones y los profesores no delegan realmente poder a
los alumnos y verdaderamente tienen pánico de hacerlo, porque suponen que niños
y jóvenes empoderados son el mayor riesgo que habrán de enfrentar en su labor. No existe cultura de colaboración y sin ella
no hay proyecto social viable.
De
igual manera, la educación para la toma de decisiones es básicamente discurso,
sin ninguna estrategia pedagógica realmente evaluable, sistematizable.
EDUCAR
ES MÁS QUE DAR CONOCIMIENTOS y debe haber propósitos claros, indicadores y
métodos para dar cuenta de que se trabaja en ello, promoviendo la formación
integral del alumnado.
c) Trabajar académicamente a
partir de propósitos compartidos y la evaluación de las prácticas pertinentes
para los fines perseguidos y una adecuada planeación
Una tercera línea de reforma que
vislumbro es que se revierta la situación en la que los estudiantes trabajan solo
para hacer lo que los académicos les solicitan, puesto que realizan su
actividad sin tener ni la más remota idea de los propósitos u objetivos que se
persiguen en sus cursos, en las actividades que realizan y no pueden
discriminar si lo que les es solicitado tiene o no que ver con lo que se
pretende.
Formamos
personas que obedezcan órdenes, no que disciernan los medios y acciones para la
consecución de un fin. Por eso en los ámbitos laborales son tan temidas las
personas que tienen demasía de dieces en sus certificados de estudios: porque
es muy posible que sean un monumento a hacer lo que el jefe pide y no a la
capacidad de toma autónoma de decisiones.
Muy
de cerca de lo anterior, se necesita reformar la evaluación basada en
calificación de productos a una que esté basada en logro o no de propósitos a
partir de indicadores y que se dé en un diálogo cuyo producto sean los
objetivos de mejora de los implicados en cuanto personas y como grupo, a partir
de los cuales se diseñen estrategias concretas para continuar o mejorar rumbo a las finalidades comúnmente
compartidas. Las calificaciones son tan solo referentes, sin lo anterior llevan
a nada en realidad. Hoy por hoy diez de promedio sigue significando para muchas
personas sinónimo de buena educación.
Hoy
para muchos docentes la planeación educativa es la elaboración de formatos que
deben entregar a sus jefes y para estos es un trámite que tienen que cubrir,
pero no orienta realmente los afanes cotidianos en el aula y fuera de ella. La
ausencia del planear lleva al paso del tiempo a la repetición innecesaria, a la
pérdida de innovación y a la falta de replicabilidad y escalabilidad de las
prácticas pedagógicas acertadas. La planeación y la evaluación que la acompaña
son las herramientas para pensar y realizar una docencia realmente profesional.
d) Formación para el diálogo y la
mediación de conflictos
Hay una cuarta línea de
transformación pedagógica que es necesario transitar: formar para el diálogo,
para el uso de la inteligencia en los problemas de convivencia inmediata y
mediata. Enseñar a mediar conflictos y no evadirlos; a participar en la construcción
de la normatividad que sirva para la resolución de problemas.
Hoy
por hoy los alumnos participan poco o nada en esta dimensión política del acto
educativo. Se prefiere que sean agentes externos quienes solucionen los
problemas y no sus propios actores. La educación para la ciudadanía es una
tarea pendiente, pues no se reduce a dar
clases de información cívica, sino a promover prácticas de aprendizaje
político.
Pero
no habrá conflictos allí donde los miembros de una comunidad educativa no
puedan interactuar realmente en busca de los mismos propósitos, pero
encontrando diversos medios para lograrlos. Participación es sinónimo de
conflicto y este lo es superación de la diferencia en la convergencia.
e) Reformular la formación
permanente
Para
finalizar la reflexión, creo que una quinta línea reformadora se hace
necesaria, aunque ello no agota las necesidades de cambio educativo. Se trata
del concepto y la práctica de la formación permanente. Esta suele ser entendida
como la asistencia a cursos de capacitación dados por agentes externos para que
los docentes conozcan métodos y técnicas. Pero este es solo un medio. La
finalidad de formarse continuamente es que un colectivo de profesores se reúna
para detectar los problemas que enfrentan en su búsqueda de alcanzar la misión
que los convoca y busquen de manera teórica y práctica, metodológicamente
articulada, las pautas de solución a ello. Es una tarea que compete a academias
y consejos técnicos, a organismos colegiados y supone de sus actores un
compromiso real de actuar profesionalmente, solo que habitualmente no ocurre.
Y
más todavía: la educación básica y media deben ser entendidos como el primer
paso de la formación permanente. Es formando a los alumnos para aprender a
aprender de forma colaborativa como se sembrará el futuro de agentes sociales
capaces de afrontar sus problemas de manera más solidariamente informada.
Miradas
las cosas como se ha escrito en este artículo hay una dimensión de la
transformación y el cambio educativo que requiere nuestro país que no necesita
aguardar a la reforma que va en camino. Se trata de la que nos compete a todos
y que vendrá de repensar lo fundamental de la educación y los desafíos que
enfrentan maestros, alumnos, directivos y familiares para formar mujeres y hombres
capaces para hacer de este mundo uno más justamente humano.
La
reforma educativa no puede ser reducida a lo que hoy se pelea en el Congreso y
su lobby, la calle o los medios de comunicación, pues implica las prácticas que
día a día realizamos los actores involucrados en el acto de educar –la familia,
los estudiantes, los profesores, los directivos, la comunidad en su conjunto- y
que tiene que ver con entender y hacer posible que una persona crezca como tal
creando un mundo de justicia en el que sea posible vivir dignamente.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario