Autora: Ma. Teresa
Abirrached Fernández*
Publicado: en lado B, 28
de agosto de 2013
La familia, los amigos, el colegio y
los medios de entretenimiento como la televisión e internet son algunos de los
factores que forman la personalidad y los valores de los niños en la
actualidad. Es claro que no todos intervienen con la misma intensidad porque
depende del tiempo que los padres les dedicamos y de lo que es importante para
la familia.
Los que fuimos niños y adolescentes
en la década de los ochentas recibimos nuestra formación de los padres y
adoptamos sus valores con la firme convicción de que lo que ellos nos decían
era la verdad absoluta. Después, con la experiencia que dan los años, nos
formamos un criterio propio y revaloramos nuestras creencias.
Para las nuevas generaciones, el
papel que juegan los padres en su formación ha sido relegado a un segundo
término, después de los amigos y los medios de comunicación. Sin embargo y a
pesar de esta situación, las virtudes de los padres y la lucha seria por
vivirlas, representa una influencia importante en la educación de los hijos.
Cuando un hijo o una hija, ve en sus padres el modelo a seguir y el
comportamiento a imitar, se inhibe la influencia recibida en el entorno.
La mejor escuela de la vida es el
ejemplo de los padres. Cuántas veces hemos escuchado y repetido esta frase con
un gesto de preocupación o de satisfacción, según sea el caso, sin reflexionar
sobre su verdadero significado y lo que implica en nuestra actuación diaria.
Hace un par de días, mientras hacía
las compras semanales en una tienda de autoservicio, acompañada por mis hijos
adolescentes, decidí comprar alitas de pollo y las coloqué en una charola para
que el encargado las pesara y emplayara. Después de recibir el paquete me
pareció que eran pocas y abrí el empaque para agregar algunas más.
Mientras hacía esto, no me percaté
que mi hijo estaba detrás de mí hasta que me dijo “eso no es correcto”. Él
pensó que estaba tratando de engañar a la tienda al llevar más producto y pagar
menos. Le expliqué que le pediría al dependiente que lo pesara de nuevo y así
lo hice, pero al recibir el paquete de nuevo, éste traía el mismo precio. Mi
hijo lo vio y me dijo: “no lo cambió, ¿así te lo vas a llevar? Regresamos
nuevamente para explicarle, obteniendo la siguiente respuesta: “ya se lo
hubiera llevado así”. Finalmente cambió el precio y agradeció el gesto.
Este hecho me hizo reflexionar sobre
el ejemplo que damos con nuestras acciones, a tal grado que se convierten en
patrones de comportamiento para los hijos, y que provoca que sean nuestros
propios jueces. ¡Qué gran satisfacción comprobar que he realizado un buen
trabajo como mamá al enseñarle el valor de la honestidad!
Es común que en el seno de la familia
se hable sobre los valores como principios fundamentales que guían el
comportamiento de las personas, pero ponerlos en común es una cosa y vivirlos
es otra.
Podemos explicar el concepto de la
honestidad, que según la Real Academia de la Lengua Española, es una cualidad humana que consiste en
comportarse y expresarse con sinceridad y coherencia, respetando los valores de
la justicia y la verdad. A lo que se le puede añadir “en todas nuestras
acciones”.
Entonces, ¿qué les estamos enseñando
a nuestros hijos cuando llenamos de alitas nuestros bolsillos, nuestro
pensamiento y nuestras relaciones? Resulta muy fácil y conveniente obviar un
error en el pago de nuestra cuenta –claro, si es a nuestro favor-, o mentir
para no dar explicaciones sobre algún error cometido. El principio de la
honestidad no implica la condición de cuando nos vean o en algunas situaciones, sino que debe ser
aplicado en todas nuestras acciones.
En la misma tienda me llamó la
atención en el departamento de papelería que los lápices de colores tenían
candado y un letrero indicando que ese producto, al igual que las calculadoras
y los lapiceros de mayor costo, debían solicitarse con el encargado. Al
preguntar el motivo, me impactó la respuesta: “Porque se los roban”.
Es un hecho que muchas personas
sustraen artículos de los supermercados; lo cual lamentablemente ya no nos
causa sorpresa; pero qué mensaje le doy al niño cuando abro una caja de lápices
de colores para cambiarlos por unos de mayor precio y pagar el más barato. Un
artículo que debe apoyar su formación y que ha sido obtenido mediante el engaño
representa una incongruencia en sí mismo.
Con este tipo de acciones, los padres
le muestran al niño que mentir es el mejor camino para conseguir lo que se
desea, argumentando que una tienda tan grande no pierde por ese detalle o que
es problema del mesero que se haya equivocado en la cuenta. ¡Y todavía se atreven
a hablar de honestidad!
Sin lugar a dudas, la congruencia es
una de las virtudes que producen en los hijos una sensación de admiración por
sus padres. Esta admiración hará que todo lo que venga de ellos sea
valorado y aceptado y sea una gran razón de autoridad moral.
Por último, cabe preguntar: ¿Cuántas
alitas de pollo hemos metido en la bolsa de nuestros hijos?
La autora es profesora de la
Universidad Iberoamericana Puebla.
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