Autor: Alexis Vera datos del autor haz click aquí
Publicado: lado B, 12 de diciembre 2013
Tenemos un Papa que, en apego a su formación jesuita, está dando al mundo de
qué hablar. Particularmente, Francisco I empieza a incomodar de sus asientos a
los prelados más conservadores. La semana pasada, en su primera “Exhortación
Apostólica”, el máximo líder de la Iglesia Católica criticó contundentemente al
capitalismo y a la economía de libre mercado: “Algunas personas siguen
defendiendo las teorías del “derrame” (trickle-down) que asumen que el
crecimiento económico, alentado por un mercado libre, inevitablemente tendrá
éxito en traer mayor justicia e inclusión en el mundo. Esta opinión, que nunca
ha sido confirmada por los hechos, expresa una cruda e ingenua confianza en la
bondad de quienes ostentan poder económico y en los trabajos sacramentados del
sistema económico predominante. Mientras tanto, los excluidos siguen
esperando”.
Independientemente de lo controvertido que pueda
ser el manejo del Estado Vaticano en lo relativo a sus finanzas, me parece que
el Papa ha sido valiente al criticar abiertamente al sistema económico del cual
la misma Iglesia Católica ha obtenido beneficio. Sistema económico defendido
por los más poderosos de la Tierra. Jesús también fue crítico de los poderosos de
su tiempo y creo que el Papa, como su principal discípulo, hace bien siguiendo
su ejemplo. Ya era tiempo de que del Vaticano saliera una firme oposición a un
sistema de producción que ha dejado fuera del progreso a la mayor parte de los
habitantes del mundo. No lo dice la teoría, lo dice la práctica.
Lo que me pareció sumamente atinado en las palabras
de Francisco I fue la observación acerca de cómo el liberalismo económico
confía en la ética y buena voluntad de sus líderes para que exista justicia
social; es decir, para que cada quien reciba lo que merece desde el punto de
vista económico. En efecto, los defensores del libre mercado aseguran que el
sistema por sí solo arregla las cosas y hace justicia a la larga. Los líderes
de la economía global siempre han defendido que, en el largo plazo, todos los
países que participen del comercio mundial se subirán al carro del progreso y
obtendrán beneficios. Sin embargo, desafortunadamente la evidencia muestra que
uno de los más devastadores efectos de la globalización es la polarización de
la riqueza: algunos tienen mucho, la mayoría tiene muy poco. En Estados Unidos
el año pasado el 10 % más rico concentró más de la mitad de los ingresos
totales del país. Esto se llama desigualdad -por decir lo menos-. Y lo que muchos
ricos no han querido ver es que, tarde o temprano, la desigualdad tiene fuertes
repercusiones sociales y que, como vivimos en un mundo interdependiente, al
final los efectos negativos también impactan a los más acomodados.
No intentaré defender al socialismo, pues quedó
demostrado que los sistemas autoritarios de producción como ese, también
acumulan muchos privilegios para unos cuantos y dejan en la mediocridad al
resto. Creo más bien que debemos fijarnos en qué es lo que hoy por hoy ha dado
mejores resultados en términos de bienestar y equidad; analizarlo, adecuarlo y
mejorarlo. Las economías que en la actualidad tienen menos desigualdad son las
de los países nórdicos. Allá hay libre mercado pero con una fuerte
participación y regulación del estado. Es decir, no se deja el manejo de la
economía exclusivamente en manos de particulares que, por definición, siempre
privilegiarán el bien privado sobre el público. En los países nórdicos hay
libertad económica pero con límites, en nombre del bien público. Tienen
deficiencias, como en cualquier sistema creado por el hombre, pero sus
ineficiencias económico sociales son mucho menores que las de naciones donde
hay más libertad para la iniciativa privada porque, como bien sugiere lo arriba
señalado por Francisco I, el modelo de libre mercado supone que aquellos con
poder harán justicia a sus congéneres menos poderosos pero la realidad
financiera global evidencia que el ser humano actual, por general -y casi
naturalmente-, es egoísta e injusto.
Me parece que no debemos dejar la generación y
distribución de la riqueza exclusivamente en manos de la iniciativa privada
porque corremos el riesgo de vivir eternamente en sociedades desiguales e
injustas. Tampoco debemos pasar todo a manos de un estado paternalista que todo
lo hace ineficiente. Desde mi punto de vista se requiere una adecuada mezcla de
sector privado y sector público (en este último me permito incluir a las
organizaciones no gubernamentales que por definición no tienen ánimo de lucro
y, por lo general, tienen un interés específico de beneficio público) para
equilibrar intereses y prosperar como sociedad, donde la gran mayoría quepa y
todo aquel que trabaje honrada y efectivamente pueda tener acceso a una vida
digna.
Finalmente entiendo que esa fue la gran lucha del
Jesús histórico (la justicia social) y, por tanto, debería ser la gran lucha
del Papa en función. Creo que es hora de evolucionar el capitalismo
contemporáneo, mejorarlo y orientarlo a la construcción de una mejor sociedad.
@veraalexis
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