Autora: Belén Castaño Corvo
Publicado: e-consulta, 04 de diciembre 2014
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A menudo oímos frases como “la
sociedad ha perdido los valores”, “vivimos en una sociedad enferma”, vamos
deprisa, detrás del tiempo, sin tiempo para escucharnos, sin tiempo para
disfrutar la belleza que la vida nos regala.
Cerca de nosotros encontramos a personas que
terminan sus vidas, van buscando la muerte, hablan de la falta de sentido de
sus vidas, del vacío de su existencia. Tocamos así las preguntas cruciales, el
sentido de la vida y el sentido de la muerte, el gran misterio de la existencia
humana y también esa especie de vorágine, de remolino que nos devora y nos
llena de malestar, de cansancio. ¿Qué es vivir?, ¿cómo puedo sostener mi vida?,
¿cómo puedo reconocer y liberarme de los enemigos de mi interioridad?.
Tenemos la experiencia de haber sembrado una
semilla, de contemplar la vida que surge y ver que esa vida necesita de luz, de
calor, de humedad. Nuestras vidas necesitan humedad, requerimos ir a nuestro
pozo interior o a esa fuente de agua viva interna, para nutrirnos y
lograr que en nuestra vida estén presentes la fe, la esperanza, la alegría y la
paz. Necesitamos vernos como alguien con conciencia de Alguien como diría
Fernando Rielo.
Junto a ello es necesario tener en cuenta algunas
pistas. Una de ellas es la actitud contemplativa que nos ayuda a
extasiarnos, a encauzar toda esa “energía extática” que llevamos dentro.
Ejemplo de ello es aprender a mirar, a contemplar algo tan sencillo como una
puesta de sol, el semblante de un niño, de un anciano. Otra pista es ver hacia
dentro, atrevernos a visitar nuestro interior, a recorrer nuestra
habitación interior, a detenernos en nosotros mismos desasidos de
aquellos “accesorios” que nos comunican con el mundo, a sanar las heridas
internas. Una pista más nos invita a relacionarnos con los otros de otra
manera, desde otras actitudes, con la conciencia de que es más fácil “compartir
que competir” de que esto último nos separa a diferencia de la unidad que
propicia compartir la vida, el tiempo, el conocimiento… esto sin duda nos
adentra en eso que todos deseamos, ser felices. Podemos vivir
juntos en la familia, en el barrio, en la ciudad, en nuestro país, hay
sitio para todos, todos cabemos, todos tenemos mucho que aportar. La comunidad
tiene fuerza, vigor, requiere de un entusiasmo renovado fuera de idealismos
sobre andamios endebles. La comunidad es cobijo, es calor, es el espacio para
saberse reconocido, con nombre, con lo humano más humano, la fragilidad,
la debilidad, el dolor. La comunidad es soporte porque cada uno de sus miembros
funge como pilar, como columna que sostiene. Hay columnas pequeñas y otras más
grandes, todas son necesarias. La comunidad trabaja en equipo, cada uno pone lo
mejor de sí mismo, la comunidad se fortalece cuando todos aportamos, cuando
todos nos disponemos a aprender de los otros.
La comunidad adquiere vigor con la fuerza de cada
uno de los que la componen, a veces es ese uno el que tira de los demás. En la
película La fuerza de uno sobre el apartheid sudafricano PK encauza su
fuerza gracias al brujo Dabula Manzi, a Doc con quien convive en la
prisión y Geel Piet quien le enseña a boxear. La fuerza interior de Gandhi y la
profunda espiritualidad que desarrolla en su vida son el cauce para lograr la
independencia de India superando los diferentes obstáculos que va encontrando
en su camino. En nuestro tiempo contemplamos la victoria de Malala
Yousafzai joven paquistaní que con solo dieciséis años es un icono global
contra el integrismo y vivo ejemplo de la fuerza interior de una persona que
impulsa no sólo a su comunidad de origen sino a la comunidad internacional que
la conduce a ser candidata al Premio Nobel de la Paz. En la entrevista que le
hace Rosa Montero para la revista El País semanal, el pasado 13 de
octubre Malala dice “estoy entregada a la causa de la educación y creo que
puedo dedicarle mi vida entera. No me importa el tiempo que lleve. Me concentro
en mis estudios, pero lo que más me importa es la educación de cada niña en el
mundo, así que empeñaré mi vida en ello y me enorgullezco de trabajar en pro de
la educación de las niñas”
En este reportaje de Rosa Montero Malala
refiere como “los talibanes no lograron ni matarla ni callarla cuando le
metieron una bala en la cabeza”. Después de esta situación durísima,
Malala escribe su libro Yo soy Malala lo cual le obliga a estar
nuevamente en primera línea, haciendo esa dura elección. En la entrevista dice
al respecto: “es que esto ya es mi vida, no es solo parte de ella. No pudo
abandonar. Cuando veo a la gente de Siria, que están desamparados,
algunos viviendo en Egipto, otros en el Líbano; cuando veo a toda la
gente de Pakistán que están sufriendo el terrorismo, entonces no puedo dejar de
pensar: “Malala, ¿por qué esperas a que otro se haga cargo?, ¿por qué no lo haces
tú, por qué no hablas tú a favor de sus derechos y de los tuyos?”. Yo
empecé mi lucha a los 10 años”.
Estas palabras son mucho más que una invitación,
son un impulso lleno de vida para abandonar las pequeñitas “batallitas” diarias
que nos separan estúpidamente y emprender con renovado esfuerzo el
fortalecimiento de la comunidad o dicho de otro modo el sueño de la
restauración de la humanidad, con la certeza de que a la par, se dará la
nuestra.
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