Autor: José Rafael de Regil Vélez, datos del autor haz click aquí
Publicado: Síntesis Tlaxcala, 24 de marzo de 2014
En 1841 Ludwig Feuerbach un teólogo
bávaro (oriundo del sur de la actual Alemania) escribió un libro al que
tituló La esencia del cristianismo. Esta obra revolucionó su
tiempo, al grado que se le considera el texto fundante del ateísmo
antropológico contemporáneo.
Con un estilo muy de su tiempo el
teólogo señala a grandes rasgos lo siguiente: la diferencia entre los animales
y los hombres estriba en que los segundos tenemos conciencia y los primeros no.
Esto significa que nosotros nos damos cuenta de lo que somos y de lo que no
somos y a partir de ello decidimos qué hacer en el mundo.
Muy pronto en su obra pone frente al
lector la tesis principal: la religión existe porque el ser humano es
consciente. Lo explica de la siguiente forma: el ser humano es capaz de darse
cuenta de que existe lo infinito, lo ilimitado. Conoce que el conocer puede ser
infinito, lo mismo que el amar, que el querer. Hoy diríamos: el enamorado desea
amar infinitamente, ilimitadamente. Nuestros deseos apuntan a poder desear
ilimitadamente y una revisión del conocimiento humano a lo largo de los siglos
nos lleva a la conclusión de que hemos avanzado enormemente en nuestra concepción
del mundo y que eso parece no tener límite, porque siempre es posible conocer
más y más y más.
Sin embargo, la revisión de la propia
vida nos pone frente a una realidad: somos limitados. Mi conocimiento personal
es limitado, conozco mucho menos de lo que puedo conocer; mi amor es limitado,
siempre hay algo que se me escapa del ser amado, incluso de la posibilidad de
amarlo; un poco más: no puedo desear todo al mismo tiempo.
¿Cómo es posible, entonces, que sea
consciente de lo ilimitado, de lo infinito, cuando soy finito y limitado?
Feuerbach responde: dado que no entendemos esto, nos proyectamos nosotros
mismos en un ser que sea lo que nosotros no somos. Así, si nosotros tenemos un
conocimiento limitado, pensamos en un ser que sea omnisciente, o sea, que todo
lo conozca. Cuando nos sentimos impotentes, pensamos en un ser omnipotente, que
todo lo puede; cuando caemos en la conciencia de nuestro egoísmo, pensamos en
un ser que es puro amor, total amor. Cuando nos sentimos pecadores pensamos en
un ser que sea el santo de los santos.
El pensador alemán, entonces señala: si
miramos con atención, nos daremos cuenta de que aquel a quien llamamos Dios
tienen nuestras mismas características, solo que de manera ilimitada, infinita.
Y entonces sucede lo que a él le parece lo más peligroso: depositamos en una
proyección de lo humano la responsabilidad que nos corresponde en este mundo.
Nos convertimos en ciudadanos del más allá y perdemos nuestra ciudadanía en el
más acá; nos transformamos en teófilos y dejamos de ser filántropos.
Sucumbir ante los propios límites
supone muchas veces abandonar nuestra responsabilidad en algo más grande que
nosotros, que no entendemos. En nuestros días podemos decir que hemos sido
testigos de que los humanos podemos abandonarnos totalmente en manos del
Estado, como Alemania nazi, Italia fascista, España falangista, Sudamérica en
la doctrina de seguridad nacional de los setentas o México en el primer
priísmo. Dejamos que el Estado hiciera y deshiciera con los humanos lo que cualquier
Dios de la mitología haría con las personas.
Hoy atribuimos características mágicas
a los tecnólogos, a las pastillas curadoras y todavía a las iglesias. Como
sentimos que no podemos manejarnos le pedimos al Papa que nos diga qué hacer o
más terrenamente al psicólogo. En cualquier caso es lo mismo: no sabemos ni
queremos lidiar con los límites, porque nos gusta transferir responsabilidad.
Hoy y siempre nos viene bien pensar las
cosas al revés: la infinitud es una invitación, ¿cuál es la cuota que podemos
dar para caminar hacia ella? ¿Qué conocimientos podemos generar para contribuir
al gran conocimiento que es de todos? ¿Qué acciones éticamente responsables
podemos generar para vivir en la justicia posible? ¿Cómo podemos amar para que
nuestro amor se una al de otros y lo humano se consolide?
Lidiar con los límites es dejar de
pensar innecesariamente en seres que puedan asumir nuestras responsabilidad y
caminar hacia el kilómetro deseable dando los pasos en los milímetros posibles.
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