Autor: Marisol Aguilar M.
Publicado: en lado B, 10 de abril de 2013
Los
tiempos de hoy están marcados por la irrupción de las Tecnologías de
Información y Comunicación (TIC) en prácticamente todos los ámbitos: los
entornos laborales, la gestión, los negocios, las compras, los medios de
comunicación, la interacción y las relaciones interpersonales, los sistemas
económicos, la política, las instituciones educativas y hasta las actividades
recreativas y de ocio, por citar algunos.
Con
lo anterior, se han generado trasformaciones profundas que han cambiado la
percepción que los seres humanos tenemos sobre nosotros mismos, al estar
expuestos a gigantescas cantidades de datos, imágenes, frases e íconos, así
como a una gran cantidad de estímulos y fuentes de información a la cual
podemos acceder de manera inmediata y desde cualquier lugar del mundo.
Por
ello, se ha hablado y discutido sobradamente acerca de las ventajas y
beneficios que las TIC han traído consigo. Especialmente, se ha reconocido su
inmenso potencial para conformar escenarios que han posibilitado la conexión de
personas, países y organizaciones, así como su contribución para la
construcción colectiva del saber, lo cual, nos ha permitido dejar de ser
lectores pasivos que acceden a la información, para otorgarnos un rol mucho más
activo en la creación y distribución de contenidos de muy diversa índole.
Pero,
más allá de todas estas bondades, el cambio tan profundo que nos ha traído la
web tiene también un impacto en nuestras mentes. Nicholas Carr, uno de los
teóricos sobre tecnología e internet ha afirmado que esta poderosa herramienta
puede llegar a erosionar la capacidad de controlar nuestros pensamientos y de
pensar de forma autónoma. Pero ¿a qué se debe esto?
Es
innegable que las redes sociales son muy prácticas, útiles y hasta fascinantes,
pero precisamente porque su esencia son los micromensajes lanzados sin pausa,
generan una capacidad de distracción inmensa a la que se somete nuestra
“existencia digital”. Por lo tanto, según Carr, el pasar varias horas dedicado
a multitareas digitales como, navegar entre las páginas web mientras sostenemos
una conversación a través de Skype, respondemos un correo electrónico,
actualizamos nuestro estado en Facebook y revisamos el último tuit, nos aleja
de formas de pensamiento más reflexivas. Esto se debe a que si bien, nos convierte
en seres más eficientes procesando información, a la par disminuye nuestra
capacidad para profundizar en esa información. En palabras de Carr “…cuando
abres un libro te aíslas de todo porque no hay nada más que sus páginas. Cuando
enciendes el ordenador te llegan mensajes por todas partes, es una máquina de
interrupciones constantes”. Todo ello, va generando transformaciones profundas
tanto a nivel cultural como en nuestro pensamiento y, el hecho de que estas
herramientas sean tan entretenidas y divertidas contribuye a que aumente
nuestra atracción hacia ellas, aunque a veces, sea mediante una relación de
odio-amor pues hoy en día ya comienzan a generarse estudios que intentan medir
el nivel de depresión e insatisfacción personal, ligado a la constante
comparación que provoca ver tan de cerca la vida de otros, sus relaciones, sus
vacaciones, sus éxitos, su apariencia y popularidad.
Paradójicamente,
la “hiperconexión” sin descanso que generan los nuevos dispositivos móviles
también nos va obligando a invertir cada vez más tiempo en responder a llamados
y necesidades de todo tipo “desconectándonos” del aquí y del ahora. Se ha dicho
ya que las TIC nos acercan a quienes tenemos lejos, pero nos alejan de quienes
tenemos cerca. Resulta curioso, por decir lo menos, que algunas empresas estén
solicitando a sus empleados depositar sus teléfonos celulares en un contenedor,
antes de entrar a una reunión. De la misma manera, somos ya muchos quienes nos
quejamos de que los celulares se sientan en la mesa como si fueran un invitado
más, interrumpiendo conversaciones para ignorar por completo al interlocutor
que se tiene enfrente.
Por
ello, tampoco es de extrañar que empleados de Google, Apple y otras empresas de
punta en el ramo de la tecnología informática, estén enviando a sus hijos a
instituciones donde no se enseñe a usar la web, sino hasta los 13 años de edad
y donde se regrese al pizarrón, los juegos y las actividades manuales. Tal es
el caso del Colegio Waldorf, que no cuenta con computadoras ni televisores.
En
esta misma línea, está naciendo una tendencia encaminada a “recuperar el placer
de la desconexión” y ya comienzan a generarse programas como “Anti-social”, un
software que permite el acceso a Internet pero sin diversiones tales como
Facebook y Twitter, con el fin de que las personas puedan trabajar sin
distractores.
Así
pues la nueva interrogante que estos escenarios nos plantean es la siguiente:
¿desconectarse se está convirtiendo en un lujo? De acuerdo con el sociólogo
Francis Jauréguiberry, “Los pobres de la tecnología serán los que no puedan
eludir la responsabilidad de responder de inmediato un correo electrónico o un
mensaje de texto. Los nuevos ricos, quienes tendrán la posibilidad de filtrar e
instaurar distancia respecto a esta interpelación”.
¿De
qué lado queremos estar? Vale la pena reflexionarlo unos minutos, antes de que
algún mensaje o una notificación, nos distraiga de nuevo…
La
autora es profesora de la Universidad Iberoamericana Puebla.
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