Autora: Betzabé Vancini
Romero
Publicado: en lado B,17 d abril de 2013
Lo ocurrido esta semana en el Maratón de Boston
ciertamente es una tragedia, pero más allá de las vidas perdidas, los heridos,
las amputaciones y el shock emocional producido por el suceso, la pérdida más
grande es que se derrumbó la ilusión de seguridad que había mantenido Estados
Unidos durante los últimos años. Rafael Fernández de Castro, especialista en
temas internacionales señalaba que el terrorismo tardó 12 años en volver “a
pegarle” a Estados Unidos, y mientras, en esos doce años de remembranza y
monumentos en la Zona Cero, se generó en la población estadounidense la falsa
ilusión de estar seguros.
Después de los ataques del 11 de Septiembre, todo
extranjero era prácticamente una amenaza. Por testimonios cercanos, sé de personas
de origen mexicano –legales, turistas- que fueron detenidas en la frontera,
principalmente en Texas y enjaulados en unas cajas de acrílico, despojados de
sus pertenencias y mantenidos ahí durante varias horas mientras se registraba
cuidadosamente su equipaje y su bolso de mano para garantizar que no
representaran ninguna amenaza terrorista. Ni hablar de las personas de origen o
apariencia árabe, quienes inmediatamente eran tratados como culpables de los
atentados, detenidos y sometidos a un estado de excepción, sin garantías ni
derechos.
El problema de los estallidos en el maratón de
Boston es que ni siquiera se sabe si fueron ataques terroristas. Imaginémonos
por un momento, a un país que lleva doce años con francotiradores en las
fronteras, con perros entrenados y agentes especiales en los aeropuertos y por
supuesto, infiltrados en los países conocidos como terroristas.
Imaginémonos a
un país que ha vivido y gobernado bajo el discurso de que el principal enemigo
es Al Qaeda, cuando dentro de sus propias fronteras ha tenido atentados
desgarradores, como el reciente caso de la primaria Sandy Hook. Pareciera, más
bien, -HORROR PARA LOS NORTEAMERICANOS- que el enemigo está en casa, que está
dentro de su población, en los grupos fundamentalistas. Lo ocurrido entonces
demuestra, que no importa que tan infranqueables sean las fronteras, el enemigo
está durmiendo en la propia casa. No debe ser casualidad que los estallidos
hayan sido en el Día del Patriota y mucho menos en el marco de un evento
deportivo de convocatoria internacional cuyos valores son la salud y la unión
familiar. Había corredores que tenían como motivación la paz, padres de los
fallecidos en otros trágicos acontecimientos, y entonces, dos estallidos rompen
el ánimo de la sana competencia para convertirlo en la pesadilla
norteamericana, una vez más.
Me parece que la pregunta de fondo no es
precisamente ¿quién? Ni ¿por qué?, sino más bien ¿qué sucede en el entramado
social de Estados Unidos que pese a tener una de las sociedades más violentas y
atomizadas del mundo siguen buscando creer que “no pasa nada”? Aquí cada quien
podría tener su propia hipótesis, pero la mía, ciertamente es que admitir que
su sociedad está descompuesta tendría que implicar admitir su fallo como país,
como gobierno, como potencia mundial.
Estados Unidos es vulnerable, pero es vulnerable a
su propia gente. Los estadounidenses son intolerantes los unos con los otros,
son el país con el mayor índice de discriminación racial siendo un país
compuesto por migrantes de diferentes naciones y partes del mundo. Si lo
pensamos detenidamente, el atentado en Boston pudiera manifestar exactamente
eso: la intolerancia hacia la diversidad.
La mayor pérdida, insisto, es la de la ilusión de
seguridad, y cierto es que además era una falsa ilusión, o una ilusión
construida desde la intolerancia: Estados Unidos como un país seguro a partir
de arrasar con los derechos humanos de los migrantes, de los extranjeros que
les visitan, de vivir aterrados pensando en si el vecino resultará un brutal asesino
serial, en si próximamente habrá otro ataque en una escuela. Un país “seguro”
que en realidad vive paranoico ante todo, pues todo parece una amenaza. La
reconstrucción de esta ilusión de seguridad no podrá darse a través de
estrategias mediáticas ni militares, sino a través de un ejercicio pleno de
conciencia de nuestro vecino del norte: ¿qué está haciendo con sus
generaciones, con su industria, con su intervención en los conflictos del
mundo? ¿Estarán pensando justo ahora en Corea del Norte?
La autora es profesora de la Universidad
Iberoamericana Puebla.
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