Autor:
Alfonso Álvarez Grayeb
Publicado:
Puebla
on Line, 06 de marzo de 2012
Marzo.
Junto con la entrada de la Primavera en el hemisferio norte, el mundo recuerda
el nacimiento del inconmensurable Juan Sebastián Bach (1685-1750). La
importancia de este personaje, central en la historia de la música y del arte
todo, es tal que los adjetivos para aludirlo se agotan rápidamente y nos
quedamos invariablemente cortos para dimensionar el papel que este hombre a
jugado en la cultura universal. Bastarán unas pinceladas de texto trazadas a lo
largo de la historia por una serie de personajes que han escrito sobre Bach
(Juan Sebastián para ser precisos, pues una de sus peculiaridades es la de
pertenecer a una larga cadena familiar de músicos Bach, una treintena al menos,
y otra la de haber engendrado 18 hijos). En el propio siglo XVIII, a unos 35
años de su muerte, Daniel Schubart dijo que Bach fue
como músico lo que Newton fue como científico, enfatizando el alcance de miras
y de influencias que el músico heredó a toda
la cultura posterior, nada menos. Por su parte, A. Scheibe comentó en
1737, después de ser parte del público que presenciaba las cantatas y sobre
todo las improvisaciones maravillosas que Bach hacía en los teclados de su
época (no existía aún el piano), que (Bach) “es un artista extraordinario en el órgano y clavicémbalo, y no he dado
con ningún músico que haya podido rivalizar con él”. Aún en el siglo XVIII, el
inmenso genio musical Wolfgang Amadeus Mozart expresó que la música de Bach es
algo que hay que aprender (mirar quién lo dice).
Robert Schuman dijo en forma
grandilocuente pero exacta que la música le debe tanto como la religión a su
creador. El vanguardista músico Anton Webern nos dice en 1933 que simplemente
“todo ocurre en Bach” (cuántas resonancias despierta esta frase salida de
labios de un buscador y señalador de caminos como Webern). Sigamos adelante con el retrato de Bach hecho
a base de pinceladas de gente de la cultura en todos los tiempos, dirigidas al
humilde y atareado Maestro de Capilla que debía entregar una cantata entera
cada domingo en alguna época de su vida, además de atender a sus 18 hijos. Antoni
Ros-Marbà dice en el año 2000 que “La figura de Bach es central en la historia
de la música, o dicho de otro modo, Bach es el epicentro de la música
occidental”. Dejemos hablar a otro gran músico alemán, Johannes Brahms, después
de extasiarse en la audición, y seguramente el análisis concienzudo, de la
Chacona BWV 1004, una obra de proporciones monumentales y dificultades
inimaginables para la técnica, confiada a un solo instrumento, el violín: “La
chacona BWV 1004 es en mi opinión una de las más maravillosas y misteriosas
obras de la historia de la música. Adaptando la técnica a un pequeño
instrumento, un hombre describe un completo mundo con los pensamientos más
profundos y los sentimientos más poderosos. Si yo pudiese imaginarme a mí mismo
escribiendo, o incluso concibiendo tal obra, estoy seguro de que la excitación
extrema y la tensión emocional me volverían loco”. Ya en pleno impresionismo,
el iconoclasta y también revolucionario músico francés Claude Debussy,
recomienda a todo compositor encomendarse a Bach antes de comenzar a escribir,
como si de un dios tutelar se tratase, el dios de los músicos, y más
exactamente como Dios padre, no como el hijo, que en mi humilde opinión vendría
siendo Mozart o quizá Beethoven (el Espíritu Santo no sé quién vendría siendo,
pero no sería de este mundo, por lo tanto no podría estar arriba de Bach). La
penúltima pincelada se la dejaremos al gran violonchelista español Pau Casals:
“Inicialmente estaba Bach..., y entonces todos los otros”. Vendrá la última, a
cargo de un extraño personaje, pesimista reflexivo, el filósofo del absurdo
Emile Cioran, que se destapa al hablar de Bach con un amigo y lanza las frases
laudatorias más tremendas y provocadoras: “Si alguien debe todo a Bach es sin duda Dios. Sin
Bach, Dios quedaría disminuido, sería un tipo de tercer orden. Bach es la única
cosa que te da la impresión de que el universo no es un fracaso. Todo en él es
profundo, real, sin teatro. Después de Bach, Liszt resulta insoportable. Si
existe un absoluto, es Bach. Bach da un sentido a la religión, compromete la
idea de la nada en el otro mundo. Fue un hombre mediocre en su vida. Sin Bach,
yo sería un nihilista absoluto”.
Hasta aquí las pinceladas para tratar de pintar de cuerpo entero la
impresión que deja Bach en otros. No hemos hecho hablar a Bach mismo, y no lo
haremos. Remataré hablando en primera persona, desde la experiencia de mi
humilde atril de músico aficionado: Bach juega con las notas en el sentido más
primitivo del término: una voz canta notas ascendentes, la otra en descendentes
que sin embargo armonizan a la perfección, y cada voz puede sostenerse a sí
misma en solitario; luego las invierte, las reordena, hace acrósticos con
ciertas notas para escribir su nombre (los anglosajones nombran a las notas con
letras), pasa la melodía en forma imperceptible a cada instrumento, vuela de un
tono a otro en forma inadvertida pero sufrida por el músico que no tiene de
dónde agarrase en los cambios, no hay nada previsible, la música se va a donde
le da la gana sin pedir permiso, una vez es fa sostenido, la siguiente es
natural o bemol; regresa a un tema y lo retoma en forma invertida, distinta.
Juega, se solaza en su genio pero no es para hacer sentir su poder o por
soberbia. Simplemente fluye como un río poderoso y serpenteante que cambia de
dirección sin previo aviso, pero siempre majestuoso, equilibrado, económico,
sublime. Sin Bach yo quizá también sería un perfecto nihilista. Gracias a Dios
por Bach. ¿O es al revés?
1 comentario:
Gracias por esta palabras dedicadas al gran Johann Sebastian Bach, sin duda lo más grande que la música y Dios pudo oferecernos.
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