Publicado: Puebla on Line, 14 de marzo de 2012
Muchas veces se nos ha dicho que la educación en México no es de buena calidad comparada con la de los países más avanzados. Porque, lamentablemente para África, si nos comparamos con ellos, en algunos casos salimos mejor. Una gran cantidad de cosas se han dicho respecto
a las causas de la baja calidad de nuestra formación escolarizada: los maestros
y su sindicato, el gobierno y los bajos presupuestos destinados al rubro, el nivel
de ingresos de la población en general, la mala gestión de escuelas y
universidades, etc. Sin embargo, me parece que poco se ha dicho sobre la
cultura como causa – raíz de los resultados de nuestra educación. En efecto,
tenemos una cultura que es poco exigente en general; que normalmente se
conforma con cualquier cosa en prácticamente cualquier esfera de la vida. “Ahí
se va” decimos para criticar nuestra mediocridad (o para justificarla).
La calidad de la
educación de las escuelas y universidades mexicanas no es más que el reflejo de
la mentalidad con la que estamos acostumbrados a trabajar y resolver los
problemas de la vida. No son sólo nuestras instituciones educativas las que
tienen desafíos de calidad. También nuestras empresas y gobiernos me parece que
no han podido superar los retos actuales, particularmente los de calidad.
Mientras países como Corea y China –entre otros- han tenido avances
significativos en el rubro calidad (incluyendo, por supuesto, la educación),
nosotros parece que seguimos durmiendo la larga noche de nuestras mejores
épocas. Pero ya amaneció y es otro día desde hace muchos años.
Creo que el problema
tiene su raíz en nuestra cultura: la forma en cómo resolvemos los problemas que
nos presenta la vida. En efecto, nuestra cultura es conformista, poco exigente
y poco rigurosa. No somos constantes en lo que hacemos, todo el tiempo nos
gusta “salir de la rutina” (lo cual es sin duda bueno, pero no todo el tiempo
porque entonces se pierde consistencia), no nos inquieta dejar las cosas
inconclusas o no cumplir lo que prometimos, etc. Esto en el aula se refleja de
múltiples formas. Un maestro a quien nunca se le enseñó, en casa o en la
escuela, que puntualidad en el horario significa ser exacto con el manejo del
tiempo, difícilmente se estresará por cumplir impecablemente y en tiempo cuando
tenga un compromiso. Al contrario, se relajará y, con frecuencia, seguramente será
impuntual. Todos sabemos que en nuestra cultura es común llegar tarde; y esto
me parece que es un síntoma de lo poco exigente y rigurosos que somos.
Un profesor que, por
flojera, no revisa el detalle de los trabajos y tareas de sus alumnos para
retroalimentarles con precisión y maximizar su aprendizaje, es un docente que
no está siendo exigente y, por lo tanto, no está ayudando a sus pupilos.
Calificar las tareas bajo la filosofía del ahí se va es, sin duda, el mejor
camino para llegar a la mediocridad educativa y para alimentar la cultura de la
mediocridad que tanto nos pesa como país. Un maestro que no señala las áreas de
mejora a sus alumnos para no meterse en problemas, es un docente que está
contribuyendo a perpetuar nuestra programación mental de baja calidad.
Existe una definición
de calidad que en lo particular me gusta usar por su simpleza y contundencia:
calidad es la ausencia de errores. Si los maestros no son capaces de
identificar, en primer lugar, los errores de sus alumnos y, en segundo,
mostrárselos, entonces de poco sirve tener maestros. ¿Por qué es tan relativamente
fácil sacar 9 o 10 en las escuelas mexicanas? Porque no hay exigencia
suficiente.
La cultura de la
exigencia no sólo se enseña en las escuelas; sobre todo se enseña en casa, pero
las instituciones educativas inciden significativamente en el concepto y
práctica de la calidad de una sociedad. Son los centros educativos los que
deberían revolucionar nuestro concepto de calidad para que aspiremos a una vida
mejor como comunidad. Me parece que la mejor forma de hacerlo es pedir que
nuestros maestros sean más exigentes y rigurosos en el aula; que no se pongan a
jugar a la escuelita: hacer como que enseñan para que los alumnos hagan como
que aprenden. Necesitamos que los docentes ayuden a los alumnos de México a ser
más auto críticos y auto exigentes; a buscar continuamente una calidad superior
sin morir en el intento (porque no hay que olvidar que la calidad está hecha
para servir al hombre y no al revés); pero nuestros maestros deben empezar,
como siempre, por ellos mismos, sin duda.
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