Autora:
Celine Armenta, datos del autor haz click aquí
Publicado: e-consulta, 24 de febrero de 2012
A muchos les pareció fuera de lugar y de tiempo;
denunciaron que tras su premura se ocultaban obscenos fines electoreros; y
reprobaron su falta de previsiones. Pero yo me niego a destacar los defectos de
la reciente reforma constitucional, que ha vuelto obligatoria la educación
media superior en el país. Celebro que fuera aprobada unánimemente por las
Cámaras de legisladores, y que el titular del Ejecutivo firmara su decreto en
días pasados.
Y me resisto a criticar esta reforma porque el
colmo hubiera sido que, para evitar críticas, los jóvenes mexicanos hubieran
tenido que esperar aun más la legislación que les promete educación. ¡Por
supuesto que hay un trasfondo electorero, pero ello resta pocos méritos al
decreto! Y ojalá que el tema educativo siga en la mira de todos los actores
políticos para beneficio de México y sus estudiantes.
La reforma prevé resultados sustanciales para
dentro de diez años, aunque desde hoy la sociedad civil debe vigilar que se den
pasos firmes para asegurar la oferta universal de una preparatoria pertinente,
significativa y de calidad, que brinde a sus graduados la posibilidad de elegir
el rumbo de sus vidas adultas.
Cuando se decretó la obligatoriedad del prescolar
todos supimos que nada suple a este nivel, pues de él dependen los aprendizajes
del resto de la vida. Ahora conviene destacar que la educación media superior
tampoco se suple con nada. Los aprendizajes de la adolescencia, cuando la
inteligencia ha llegado a una madurez notable, son indispensables para el
desempeño exitoso en la compleja sociedad del conocimiento.
Ahora bien, mi beneplácito ante esta reforma no es
ingenuo. Preveo dificultades en la docencia y la infraestructura, en planes de
estudio y en perfil de ingreso. Además, hay que considerar que las causas de
que hoy día sólo la mitad de estudiantes que concluyeron primaria estén en
preparatoria no se consideran siquiera en el decreto de obligatoriedad; ni se
deben solamente a que no hay suficientes lugares en las escuelas preparatorias.
Las razones por las que entran tan pocos al
bachillerato, y las razones por las cuales la mayoría de los que entran,
desertan, son más difíciles de diagnosticar y por tanto, de subsanar. Por
ejemplo, hay causas económicas de distintos tipos y gravedad; a ello se suma el
desinterés y desánimo de muchos adolescentes para ingresar y, ya dentro, para
aprender en una escuela alejada de sus intereses y perspectivas reales. Por si
fuera poco, a muchos les falta la preparación necesaria pues cursaron primaria
y secundaria deficientes. Y aunque los docentes de preparatoria se están
capacitando como nunca en la historia de nuestro país, aún falta mucho por
hacer.
Además, por supuesto, falta dinero. Se requieren
presupuestos sustanciales para edificar escuelas, formar y contratar docentes y
apoyar económicamente a los estudiantes.
Aquí es donde los forjadores de esta reforma, tan
importante como oportunista y electorera, deberían empeñarse en las otras
reformas; por ejemplo, en favor de la eficacia administrativa; contra todas las
formas de corrupción e impunidad en los ámbitos educativos; y para
descentralizar y democratizar la administración escolar. Además deberían dejar
de rehuir la más impopular de todas las reformas: la fiscal. Porque sin ella no
se podrán prometer ni asegurar los
recursos necesarios para una educación de calidad.
Será impopular porque nos gusta saber que México,
por el monto de nuestro producto interno bruto, está entre las quince economías
más poderosas del mundo. Pero no queremos escuchar que pese a invertir en
educación más de 20% del gasto público, o sea casi el doble del porcentaje que
invierte la mayoría de las naciones de la OCDE, nuestros niños educación que
apenas vale la cuarta parte de lo que reciben los demás niños de la OCDE.
Es ingenuo pensar que podremos aumentar el
porcentaje del presupuesto asignado a educación. Lo que México necesita es una
recaudación más amplia, eficiente y equitativa que revierta la situación
actual; misma que según Wikipedia, la enciclopedia democrática que todos
creamos, corregimos y consumimos, coloca los impuestos de nuestro país, en
relación al PIB, por debajo de los de
Etiopía y Guatemala, Liberia y El Salvador; muy por debajo de la República
Dominicana, Nicaragua, Senegal y Ghana. Previsiblemente nos coloca muy, muy
lejos de Finlandia, Francia, Cuba y Dinamarca, países cuyos sistemas educativos
funcionan envidiablemente bien.
La reforma fiscal no será electorera; eso puedo
asegurarlo. Pero será histórica. Y eso es lo importante.
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