Autor: José Rafael de Regil Vélez datos del autor haz click aquí
Al final de un
taller de capacitación para jóvenes líderes había una fogata cuyo propósito era
que los participantes convivieran y compartieran su experiencia de una manera
informal y relajada. Tan solo unos minutos después de que el fuego fuese
encendido algunas participantes sacaron su celular y prontamente compartieron
en sus muros la información del día, las fotos y anécdotas de la jornada. En sí
mismo el hecho podría ser apenas
significativo, pues nos muestra en una escena habitual a personas
dispuestas a conectarse con amigos, compañeros o familiares y para ello la
tecnología representa un caudal de oportunidades.
Lo relevante aparece cuando
tanta conexión conduce a la desconexión con quienes están presencialmente a
nuestro lado, como sucedió entonces cuando las referidas por zambullirse en las
redes sociales dejaron de socializar con sus compañeros de taller en un lugar y
momento especialmente diseñados para el encuentro y el reconocimiento de otras
personas en "vivo y a todo color".
En toda familia y grupo humano
abundan casos como el referido. Cada lector muy posiblemente habrá atestiguado
o sido protagonista de episodios en los cuales por tratar de hacer a los
lejanos cercanos los que sí son cercanos se vuelven lejanos.
Urge crear una cultura en la
cual las personas aprendamos a desconectarnos para conectarnos. Y dada la
omnipresencia de los dispositivos que concretan las tecnologías de la información
y la comunicación (Tics) resulta una tarea que nos compete a todos: las
familias, las instituciones educativas formales y las no formales.
Puede parecer arcaico, pero
resulta totalmente contemporáneo incluir en la capacitación para la convivencia
cotidiana -tradicionalmente denominada urbanidad- estrategias para que todos
aprendan a utilizar teléfonos inteligentes, tabletas, reproductores multimedia,
equipos de cómputo de tal suerte que cumpliendo su función de comunicar e
informar incluso más allá del aquí y el ahora no se vuelvan el impedimento para
ello mismo con quienes se coincide en el mismo tiempo y espacio.
La labor puede parecer
impertinente, pero una mirada atenta a las cosas mostrará lo contrario y que no
se trata de algo complejo e inaccesible sino de simple y llano sentido común y
sencilla praxis pedagógica, como enseñar a pedir por favor y a dar las gracias;
esto es, a actuar partiendo de que los otros que están a nuestro lado existen y
merecen nuestro reconocimiento y respeto. Dicho sea de paso: en esos detalles
comienza la construcción de una sociedad más humana, menos violenta.
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