domingo, enero 31, 2016

¿Y si las respuestas matan a las preguntas?

Autor: José Rafael de Regil Vélez
Publicado en Síntesis Tlaxcala, en la columna Palabras que humanizan, el 27 de enero de 2015

Hace algunos años leí con una de mis hijas un libro del Jostein Gaarder, el filósofo noruego muy conocido en nuestra tierra por su novela El mundo de Sofía. El texto en cuestión se llama Hola, ¿quién anda ahí?
A través de un cuento que narra la historia entre dos niños –Mica y Joaquín, extraterrestre el primero y terrícola el segundo- Gaarder lleva de la mano a los lectores a los temas fundamentales de las preguntas filosóficas que todos los humanos nos hacemos a lo largo de la vida.
Siempre he recordado un episodio en el que Joaquín hace una pregunta muy importante a Mica y este, antes de responder, hace una reverencia profunda a aquel, quien se siente sorprendido y cuestiona la muestra de respeto. El extraterrestre le dice que en su planeta una pregunta muy inteligente merece todo el respeto de quien la pronuncia y quien la escucha.
Al paso de la charla Joaquín pregunta y Mica da una respuesta muy inteligente. El primero hace una reverencia como la que le había sido hecha y el segundo se ofende. Extrañado el anfitrión pregunta sobre la razón de esa molestia y el visitante señala que porque nunca deben ser reverenciadas las respuestas. Totalmente fuera de balance Joaquín inquiere nuevamente que por qué y la respuesta que recibe pone todo en otra perspectiva: porque cuando se le da más importancia de la necesaria a las respuestas invariablemente estas matan a las preguntas.
A vuelo de pájaro la conversación parece una simple anécdota, algo simpático de la conversación de alguien. Sin embargo a lo largo de los años y muy al calor de la docencia universitaria en la que participo he caído en cuenta de que encierra una gran verdad. ¿Qué pasa cuando las respuestas matan a las preguntas? Que vivimos de obviedades, de cosas que parecen claras pero que si se las examina con mayor detenimiento NO SON como parecen y si tomáramos esto en cuenta seguramente podríamos decidir lo que vamos a hacer con mayor libertad. Cuando nos estacionamos en las respuestas es muy posible que vivamos en el reino de las apariencias y las cosas no son siempre como aparecen.
Un ejemplo: es una respuesta socialmente aceptada que las escuelas particulares son mejores que las públicas. Como muestra: muchos de mis alumnos profesores en escuelas federales o estatales hacen un gran esfuerzo para mantener a sus hijos en instituciones privadas. Yo creo que con honestidad consideran que eso será lo mejor para sus vástagos.
Cuando uno mira las mediciones estandarizadas y los resultados que en ella obtienen los alumnos podrá ver con claridad que muchas, realmente muchas, de las primeras obtienen resultados como las de las segundas. Y es que en nuestro país abundan escuelas “patito” -públicas y privadas-, que son las que resuelven su servicio de manera extremadamente doméstica, muy poco profesional, sin personal cualificado, con muy bajas colegiaturas y salarios ínfimos. Muchas personas gastan una parte considerable de sus ingresos familiares en pagar colegiaturas como si eso fuera a garantizar buena educación para sus hijos, pero no es así. Dieron por verdadero lo que todos dicen y con eso no le atinaron a lo que realmente buscaban.
Necesitaban más información para decidir en qué institución escolar inscribirían a sus hijos: resultados estandarizados, perfiles de los docentes, nivel de deserción, rotación laboral. Obtenerla supondría echarse un clavado en la realidad para profundizar en medio de las apariencias.
Vivimos como obvias infinidad de cosas. Damos por sentado que sabemos lo que son el matrimonio, la fidelidad, el papel de los ciudadanos en la sociedad, la función de la política en nuestras vidas, el sentido que tiene consumir, gastar el dinero en las cosas que nos hacen lucir, para qué estudiar una licenciatura, el papel de la familia unida aunque denigre a sus miembros…
Nos han hecho muchas afirmaciones sobre las cosas que vivimos y la forma en que hemos de convivir con las personas, y en algún momento y de primer vistazo nos pareció que así era; pero al paso del tiempo quedamos atrapados en nosotros mismos. Sentimos que el status quo nos asfixia, que deberíamos poder vivir de otra manera, y nos ponemos otra vez a buscar las respuestas que otros dan sin advertir que lo importante es que nos hagamos las preguntas de fondo: ¿qué son las cosas? ¿Qué significan? ¿Qué sentido tienen para nuestra vida? ¿De qué manera deberían funcionar para que seamos más humanos, más justos y fraternos?
¿Y si las respuestas matan las preguntas? Lo único que sucede es que quedamos hipotecados a vivir como Sísifo, el rey de Éfira –mejor conocida como Corinto- que fue castigado por los dioses a subir una y otra y otra vez una piedra a lo alto de la montaña para que rodara cuesta abajo y tuviera que volver a empujarla en una historia sin fin de repeticiones. La única forma de no repetir insensatamente la historia es hacerle continuamente las mejores preguntas, así atisbaremos lo que son, lo que pueden ser y la manera en la que contribuirán a nuestra realización con, por y para los demás en la acción de crear un mundo más justo, fraterno, solidario, crítico, creativo e incluyente.