lunes, junio 17, 2013

Tan similar, tan diferente. En los cincuenta años de Pacem in terris

Autor:José Rafael de Regil Vélez, Datos del autor, haz click aquí
Publicado: Síntesis Tlaxcala, 11 de junio de 2013

     En abril de 1963 Angello Roncalli –conocido también como Juan XXIII- dirigió a todos los obispos, fieles católicos y –como suelen decir los pontífices- a las personas de buena voluntad un carta solemne sobre la paz en el mundo, cuyo nombre es Pacem in terris.
         Hace cincuenta años tan solo la situación mundial era totalmente otra. El mundo había emergido de dos guerras mundiales que habían dejado como saldo no solo muerte y destrucción sino el cuestionamiento del fundamento mismo del orden social y del orden internacional. La anhelada paz de la posguerra no terminaba de acontecer, pues la polarización de los países en dos grandes bloques provocó una situación de incertidumbre permanente que fue denominada guerra fría.
         La paz –legítima aspiración humana- parecía no llegar y la pregunta obligada entonces era: ¿cómo hacer para que una forma de vivir pacífica se vuelva norma y no excepción?
         El entonces octogenario líder de la iglesia católica –quien moriría un par de meses más tarde- se lanzó a la arena pública sin mayor trámite: cuidando la forma en la que las mujeres y los hombres nos relacionamos entre nosotros, con las autoridades y entre naciones.
         Para el primer caso sin dudar afirma que la relación entre las personas tiene que estar mediada necesariamente por la observancia de los derechos humanos y los deberes que implican consecuentemente.
         El derecho a la existencia y un nivel decoroso de forma de vida, a la expresión, al trabajo y la actividad económica que permita el sustento, a participar en la vida pública, a opinar, a transitar son la base de una forma de convivir que no depende de los intereses de ningún estado o ente abstracto y racional, sino de la dignidad de la persona misma. Podríamos decir que velar por los derechos humanos y actuar en consecuencia es la forma de vivir la paz.
         Pero no basta. Es necesario que la convivencia política conduzca a la paz se requiere que sea conducida bajo cuatro grandes fundamentos: verdad, justicia, amor y libertad. A partir de estos se orquesta la relación con las autoridades, cuya existencia es debida a la procura de condiciones para que las personas puedan vivir dignamente, participando de la vida pública, articulando su existencia cotidiana mediante el ejercicio representativo en distintos poderes que devienen del involucramiento de las personas en el ejercicio de la política.
         Relaciones humanas basadas en el respeto, la promoción y la acción basada en derechos humanos; relaciones entre las personas y las autoridades que permitan la participación política jurídicamente estable; relaciones entre países basadas en la justicia y la promoción de las posibilidades serían, a decir del papa Roncalli, las bases para una vida en paz, que es sinónimo de una existencia que procura la dignidad las personas, único punto de referencia real para la existencia propiamente humana.
         Hoy el mundo es diferente, pero siguen pendientes las cuentas con las mujeres y los hombres que viven en la inseguridad, carentes de condiciones de vida que permitan afrontar todas sus necesidades humanas, con gobiernos que toman decisiones en favor de pocos y en detrimento de la mayoría; con una gran crisis de desarrollo sustentable, de insolidaridad entre naciones. En nuestro contexto la invitación a la paz. Nuestro presente es tan similar y tan diferente a 1963, pero el llamado a construir la paz con la persona al centro de nuestro esfuerzo político sigue siendo vigente.


Relaciones humanas modernas

 


Publicado: Puebla on Line, 11 de junio de 2013

     La complejidad de la comunicación entre personas es muy grande y cíclica. Toda relación depende de la cultura y del entorno; y en definitiva, a mi parecer, de lo aprendido en el seno familiar, transmitido (casi inconscientemente) de padres a hijos. Muchas de las actitudes que se tienen con los demás están fuertemente influidas por lo aprendido en familia. Y esto se repite sucesivamente tal giro de las manecillas de un reloj.
     Cualquier cambio en este sistema de comunicación puede o no desmoronarlo por completo, como una conexión de focos en serie o una conexión en paralelo, este resultado puede depender (no necesariamente) de su origen y llegar a un resultado en común (en este caso, encender todos los focos simultáneamente).
     Un gran ejemplo de lo anterior es la película ¿Quién le teme a Virginia Woolf?  
     Tanto Marta como Jorge tienen un sistema de comunicación un poco peculiar, pero trasladándolo a la realidad yo he sido testigo de relaciones de pareja por el estilo, no al grado que representan los actores en el film, pero sí con un tinte de ellos. Lo que me pongo a pensar es: ¿es una relación sana porque se mantienen unidos o definitivamente es una relación enferma? Muchas veces un hijo enfermo es quien mantiene unida a una familia, en cuanto el chico mejora o fallece, la familia se va desmoronando a tal grado que puede fragmentarse por completo. Lo mismo sucede en una relación de pareja, el grado de competencia (o de joderse la existencia) entre uno y otro puede llegar a tal grado que los puede destruirlos o mantenerlos unidos; y si esta competencia cesa (digamos momentáneamente) una de las dos estallaría al no ser retada y de esta manera provocar que surja esta competición de nuevo para así seguirse manteniendo (enfermamente) unidos.
     Los psicólogos consideran que cada vez es más frecuente encontrarse dentro de este tipo de relaciones, que en algunos casos pueden llegar a ser peligrosas. Se crean desde unas condiciones vinculares de mutua dependencia y circularidad, llenas de alianzas inconscientes, donde hay un estado mental y emocional de expectativa de un individuo sobre el otro y viceversa y que llega a convertirse en indispensable al mismo tiempo que insoportable. En ocasiones, esta información que determina las relaciones que pueda tener una persona y la manera que tiene de enfrentarse a los conflictos, le pasan totalmente desapercibidos.
     Las relaciones de interacción humanas funcionan al igual que una computadora o algún sistema electrónico: si alguna de las partes falla es probable que el sistema por completo caiga, esto depende de cuán importante es la parte que sufrió la avería. Por ejemplo, si en una tarjeta madre falla el fusible del teclado, el sistema no fallará por completo pero perderá la retroalimentación que recibe por parte del usuario; si en la placa madre falla uno de los componentes clave, la memoria, el sistema fallará por completo ocasionando la caída total de la máquina. Lo mismo sucede, con una relación humana.

El autor es profesor de la Universidad Iberoamericana Puebla.
Este texto se encuentra en: http://circulodeescritores.blogspot.com
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Podemos sacar un uso educativo de los Smartphone?

Autor: Alfonso Álvarez Grayeb
Publicado: Síntesis Puebla, 11 de junio de 2013

     No importa dónde se pose nuestra vista: veremos siempre a alguien con un pequeño aparato electrónico de comunicación y/o información en la mano. Familias enteras en automóvil que aprovechan la luz roja del semáforo para sumergirse cada uno en su aparato, o hasta citas románticas o de amigos abortadas por la aparentemente irrenunciable atención al teléfono.
     Un uso desmedido y adictivo que provoca toda una gama de faltas de respeto e irritación en algunos. Los que trabajan frente a grupos de personas (profesores, conferencistas) tiene que competir contra la tecnología y ganar la atención del auditorio. La franca prohibición del uso, siempre que se tenga un mínimo de autoridad, tiene tintes retrógrados aunque es relativamente efectiva.
      Pero por fortuna puede haber otras vertientes del asunto, dadas las fantásticas capacidades técnicas que los aparatos permiten. Una de esas vertientes es la educativa, que se mostraría con la capacidad de conexión a internet, o la de poder ejecutar experimentos de campo que capturen, almacenen y gestionen eventos que incluyen imágenes y sonidos que se pueden compartir con colegas o expertos alrededor del mundo.    
     La potencialidad educativa de estos recursos es inmensa, aunque necesita de modelos conceptuales y operativos para gestionarlos. Esta potencialidad incluye operaciones como compartir archivos y materiales (foto, video, audio, texto) entre maestro y alumnos, responder encuestas, plantear preguntas en forma anónima y recibir retroalimentación del profesor o de expertos, diseminar información (ver la revolución egipcia) o colectar datos de un viaje de estudios, representar el conocimiento en forma visual o esquemática como en mapas conceptuales, y todo esto para el aprendizaje individual o el cooperativo.
     En una frase, permite la inteligencia distribuida. Se intuyen fácilmente las tremendas repercusiones que este uso puede tener en el diseño curricular escolar a todo nivel, desde la escuela primaria al doctorado.
     Pero insistimos en que se requiere de modelos de uso de aparatos digitales con fines educativos, ya que prácticamente no tenemos guías que nos orienten en el mundo virtual.
     Y los necesitamos sin duda ya que esos aparatos están aquí transformando nuestras vidas en formas insospechadas. Todos aquellos que sentimos irritación a la vista de esos grupos de enajenados por la tecnología portable, podemos refugiarnos en el pensamiento de sus grandes potencialidades educativas.

El autor es profesor de la Universidad Iberoamericana Puebla.
Este texto se encuentra en: http://circulodeescritores.blogspot.com

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No es fácil ser profesor universitario

Autora: Luz del Carmen Montes P.
Publicado: Puebla on Line, 04 de junio de 2013

     Unos de los rumores más fuertes en educación superior es que los profesionistas que dan clases, lo hacen porque no encuentran un trabajo pertinente a su campo o un trabajo mejor; al fin, cualquiera con un título universitario puede dar clases.
Creo que cuando se estudia una licenciatura que no está relacionada con la pedagogía o la educación, no se tiene en el horizonte la idea de ser profesor. Para la gran mayoría, el inicio en la docencia universitaria es una opción laboral; pero no solo es eso, hay una cierta inclinación que hace pensar que es posible desempeñarse como profesor; y con el paso del tiempo, la práctica docente le atrapa.
     Y cuando la docencia atrapa, se complica, deja de ser una opción laboral y se comienza a convertir en una vocación. Se pasa de la preocupación por dominar y transmitir contenidos a preocuparse por el aprendizaje y el interés de los estudiantes. Surgen las preguntas: ¿cómo mantengo a los estudiantes no solo atentos sino interesados? ¿Cómo hago para que lean más y mejoren su ortografía y su redacción? ¿Cómo hago para que dominen los conceptos y las técnicas de mi materia y no solo lo repitan? ¿Cómo paso de la calificación a la evaluación? ¿Cómo hago para que ellos me perciban exigente y no intransigente? ¿Cómo logro que sean más activos, más responsables?
Los “cómos” son recurrentes y no se tienen la preparación didáctico-pedagógica para enfrentarlos. Entonces lo más natural es buscar cursos de capacitación, que muchas veces están al alcance de la mano, en la misma institución en la que se labora. Sin embargo, aunque se tomen muchos cursos de formación docente, la preparación no basta, hay que poner en práctica lo que se aprende. La comprensión del proceso de enseñanza-aprendizaje y los aspectos relacionados con él ayuda mucho, pero comprender no basta.
     Hay que planificar de manera diferente. Normalmente cuando un profesor planea su clase piensa en lo que hace él, en los temas que hay que preparar y en las herramientas o materiales que va a usar. Si se quiere cambiar, mejor hay que pensar en lo que tienen que hacer los estudiantes en el aula y fuera del aula para lograr los objetivos de aprendizaje formulados para su asignatura;  hay que seleccionar o diseñar el mayor número de actividades posible, con las que los estudiantes pongan en juego un conjunto de habilidades, conocimientos, actitudes y valores; hay que pensar en escenarios o contextos de aprendizaje vinculados a las disciplinas que alimentan la licenciatura en cuestión (para que haya aprendizaje significativo y situado); hay que cambiar la manera de evaluar, haciendo un esfuerzo por reconocer cuándo es necesaria la memorización y cómo se pueden calificar y evaluar productos de aprendizaje completos y complejos para olvidar lo más posible los exámenes de respuesta única; hay que ajustar la ayuda de acuerdo con las diferencias de los estudiantes; hay que usar estrategias de aprendizaje individual, grupal y en equipo; hay que usar las tecnologías de información y comunicación para que el estudiante interactúe con ellas y no solo reciba información de ellas. Y todavía más…
Un profesor comprometido con su labor, debe actualizarse en los temas de su disciplina y en aspectos educativos; tiene que probar continuamente nuevas estrategias de aprendizaje; tiene que aprender a reconocer cuándo está fallando y sus posibles áreas de mejora; debe ser capaz de aprender de sus estudiantes y de reconocer que no lo sabe todo; debe ser un guía que oriente, que acompañe, que comprenda pero que a la vez sea firme y sepa establecer límites claros, que exija mucho pero que dé lo mismo o más que  lo que está pidiendo; debe desarrollar en alto grado sus habilidades comunicativas para que los estudiantes comprendan lo que tienen que hacer, lo que lograrán con ello y lo que aprenderán. Y todavía más…
      Todo eso tiene que ser y hacer un profesor, para un curso con 5, con 10 o con 30 estudiantes, para un curso en línea o a distancia; en un curso muy temprano, después de la comida o en la noche, con estudiantes de primeros o de últimos semestres, a veces con  estudiantes de diferentes licenciaturas en un mismo grupo; y con otras variantes.
     La cereza del pastel, es que idealmente, un profesor que quiere mejorar día con día, curso tras curso, semestre a semestre, reflexiona sistemáticamente sobre su propia práctica; para lo que sirve llevar una bitácora y elaborar un portafolios de evidencias suyas y de sus estudiantes. Y si esta reflexión la puede compartir con sus compañeros docentes en un trabajo de academia, se logra un pastel de triple chocolate.
      En realidad hay “de todo hay en la viña del Señor”, pero nunca está de más tener un horizonte que oriente la manera en la que podemos mejorar.

La autora es profesora de la Universidad Iberoamericana Puebla.
Este texto se encuentra en: http://circulodeescritores.blogspot.com
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¿Deberíamos preocuparnos por las pequeñeces?

Autora: Ma. Teresa Abirrached Fernández
Publicado: en lado B, 05 de junio de 2013

     Alguna vez leí un letrero que decía: No te preocupes por pequeñeces. Casualmente este letrero estaba colocado en la puerta de los empleados de un taller mecánico, lo que verdaderamente me inquietó dado que si realmente las personas que trabajan en ese lugar consideran que hay que pasar por alto los  detalles, ¿qué se puede esperar de su trabajo? ¿Cómo iba a confiarle mi auto a un mecánico cuya filosofía se puede resumir en la máxima no te preocupes por nada?
     El letrero completo decía: Dos reglas para vivir: 1) No te preocupes por pequeñeces, y 2) Todas las cosas son pequeñeces.
     El mensaje del letrero, quizá en tono chusco, muestra la  actitud de muchas personas hacia las cosas que no tienen importancia, como los robos menores en supermercados o el darse cuenta que se está cobrando de menos en un restaurante, argumentando que las tiendas  ganan mucho dinero y no les afecta un lapicero o un refresco que no se pague.
Basta con observar la sección de comida preparada de un supermercado par ver cómo una o dos personas comen de aquí y de allá. Evidentemente hay quienes piensan que un trozo de melón o una rebanada de panqué son algo tan insignificante que comernos unos cuantos en realidad no es robar.
    En una ocasión vi discutir a una compradora con un empleado de una tienda de autoservicio. Mientras la señora seleccionaba cuidadosamente las uvas, el niño se las comía. El dependiente le dijo amablemente al niño que las uvas eran para venderse, no para que las probara. La madre enseguida salió en defensa de su hijo. ¡Por el amor de Dios! exclamó indignada- no tiene la menor importancia. El mensaje para el niño fue que no hay nada malo en robar pequeñeces, es decir, ni siquiera puede decirse que eso constituya un robo.
     Hace poco, en una clase que imparto se dio la situación que un equipo presentó un trabajo que un compañero les había compartido. Al cuestionárseles sobre la situación, el alumno que recibió el trabajo no alcanzaba a comprender el por qué se le reprendía, dado que él sólo pidió un favor y fue su compañero quien cometió el error al no haberlo modificado. Más grave aún, la otra persona del equipo que ni siquiera se enteró del fraude, dado que a él sólo se lo pasaron para que expusiera su parte.
     ¿Falta de conciencia del alumno o errores en su educación? Yo considero que ambos. Vivimos en una cultura de la inmediatez que nos lleva a querer tener lo que deseamos sin importar lo que tengamos que hacer. Quiero algo y lo quiero ahora es lo que hemos enseñado a las nuevas generaciones, y si para ello tengo que mentir, robar o traicionar es válido, siempre y cuando no sea en gran escala, o mejor dicho, sean pequeñeces.
    En una ocasión, una vendedora de un supermercado estaba atendiendo a una clienta que le había solicitado medio kilo de jamón; al colocarlo en la bolsa, éste cayó al piso. La vendedora lo recogió y se lo entregó a la clienta diciendo que no había pasado nada y que había caído sobre el plástico, lo que evidentemente era mentira.
     ¿Hasta dónde podemos llegar por ocultar alguna negligencia u obtener lo que queremos?
Las pequeñeces van creciendo hasta convertirse en verdaderos actos de deshonestidad, como sustraer datos de clientes para utilizarlos en beneficio propio o incluso venderlos. Por ello, la protección de datos ha cobrado tanta importancia, para evitar actos de corrupción y proteger la confidencialidad de los datos.
     Sin duda, No te preocupes por pequeñeces puede ser un buen consejo si por ello entendemos que no hay que preocuparse excesivamente por las cosas, no ahogarse en un vaso de agua o evitar reacciones desproporcionadas ante ciertas circunstancias, pero si esta máxima se pone en práctica irreflexivamente, deja de ser una pauta para vivir de manera racional y se convierte en una justificación para vivir sin principios. Cuando esto sucede, lo más probable es que nos parezca una pequeñez tirar la envoltura de una golosina, llevarnos las toallas de un hotel o los sobres de endulzante de las cafeterías. Trivializar lo que codiciamos nos da una excusa para robar impunemente.
Como señaló Benjamín Franklin: Una pequeña falta puede engendrar un gran mal. Una mentira, omisión o falta de probidad podría costar un matrimonio, una amistad o la profesión si se basan en la creencia de que no tiene importancia.
     Existen productos, por ejemplo el pan de caja, galletas, etc. que especifican en sus empaques que la máquina en la que se fabricaron puede contener restos de nuez u otro ingrediente que puede causar alergia en algunas personas. ¿Cuántas personas podrían enfermar gravemente si omitieran esta pequeñez?
     La primera y más importante enmienda del Código de Ética de la Mercadotecnia es no hacer daño a sabiendas. Y esto incluye los pequeños detalles, la falsa información, la exagerada exaltación de los beneficios de un producto, hasta la publicidad engañosa.
      Actuar de manera honesta  tiene su origen en cómo entendemos que las cosas que no tienen importancia demuestran que sí la tienen y que ahí, precisamente reside la integridad de las personas.

*La autora es profesora de la Universidad Iberoamericana Puebla.
Este texto se encuentra en: http://circulodeescritores.blogspot.com
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Universidad y pensamiento independiente


Autora: María Isabel Royo
Publicado: Síntesis Puebla, 06 de junio de 2013

     Tengo a la mano la última publicación de Dr. Pablo Latapí Sarre "Porque ya atardece". Pablo Latapí Sarre, reconocido como padre de la investigación educativa en México, nos dejó en agosto del 2009. En enero, nos obsequiaba en edición privada este libro especialmente querido por él, selección de textos considerados como su huella y el testimonio de algunas convicciones profundas, según expresó en la introducción. Presenta algunas reflexiones sobre la educación desde la mirada filosófica, sociológica y acompañándolo de sus particulares y vividas persuasiones cristianas.
     Entre las convicciones profundas de este maestro, encontramos su afirmación de que "las universidades son, antes que nada, para formar hombres completos… que piensen con independencia y tomen decisiones responsables". Este pensamiento que es evidente al hablar de la educación de los niños y jóvenes, también es necesario llevarlo a la práctica en las universidades donde se forman los profesionales, los expertos en un área con la que se ganarán la vida, y a través de la que pueden y deberían devolver a la sociedad oportunidades y recursos que antes les han facilitado.
     Una reflexión semejante nos ofrecía hace pocas semanas el Dr. Carlos Muñoz Izquierdo, investigador emérito de la Universidad Iberoamericana, en el homenaje que se le ofreció en Puebla por sus cinco décadas dedicadas a la investigación educativa.
Carlos Muñoz, economista de formación, gran colaborador y amigo de Pablo Latapí, expuso análisis educativos que realizó a lo largo de su vida y que siguen vigentes en la actualidad.
Preocupado por el rezago educativo existente y la distribución equitativa de las oportunidades educativas, plantea la necesidad de un nuevo modelo de desarrollo. 
     Propone un nuevo modelo basado en el incremento de la productividad de los agentes económicos que se encuentran fuera del sector moderno. La estrategia consistiría en proteger empresas del sector tradicional y articular verticalmente todo un sector económico que funcionara de forma paralela al privado y al público.
     Las universidades, desde un pensamiento libre y comprometido socialmente, deberían reorientar sus principales funciones hacia el análisis, la interpretación y la propuesta de soluciones para los problemas que este nuevo modelo de desarrollo encontraría. Los educadores y universidades tendrían el importante papel de su incubación al involucrarse en esos procesos productivos, y reforzarlos ofreciendo a los actores (campesinos, obreros, etc.) la formación necesaria para el desempeño de sus funciones.
     Formar seres humanos "completos" y realizar un "nuevo modelo" de desarrollo son convicciones profundas de dos grandes profesionales y universitarios, caracterizados por su independencia y compromiso.
También para estudiar y hacer viables las actividades sociales creadas fuera de las áreas de privilegiadas de la sociedad.

  La autora es profesora de la Universidad Iberoamericana Puebla.
Este texto se encuentra en: http://circulodeescritores.blogspot.com

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No es fácil ser profesor universitario

Autora: Luz del Carmen Montes Pacheco
Publicado: Puebla on Line, 04 de junio de 2013

     Unos de los rumores más fuertes en educación superior es que los profesionistas que dan clases, lo hacen porque no encuentran un trabajo pertinente a su campo o un trabajo mejor; al fin, cualquiera con un título universitario puede dar clases.
     Creo que cuando se estudia una licenciatura que no está relacionada con la pedagogía o la educación, no se tiene en el horizonte la idea de ser profesor. Para la gran mayoría, el inicio en la docencia universitaria es una opción laboral; pero no solo es eso, hay una cierta inclinación que hace pensar que es posible desempeñarse como profesor; y con el paso del tiempo, la práctica docente le atrapa.
     Y cuando la docencia atrapa, se complica, deja de ser una opción laboral y se comienza a convertir en una vocación. Se pasa de la preocupación por dominar y transmitir contenidos a preocuparse por el aprendizaje y el interés de los estudiantes. Surgen las preguntas: ¿cómo mantengo a los estudiantes no solo atentos sino interesados? ¿Cómo hago para que lean más y mejoren su ortografía y su redacción? ¿Cómo hago para que dominen los conceptos y las técnicas de mi materia y no solo lo repitan? ¿Cómo paso de la calificación a la evaluación? ¿Cómo hago para que ellos me perciban exigente y no intransigente? ¿Cómo logro que sean más activos, más responsables?
Los “cómos” son recurrentes y no se tienen la preparación didáctico-pedagógica para enfrentarlos. Entonces lo más natural es buscar cursos de capacitación, que muchas veces están al alcance de la mano, en la misma institución en la que se labora. Sin embargo, aunque se tomen muchos cursos de formación docente, la preparación no basta, hay que poner en práctica lo que se aprende. La comprensión del proceso de enseñanza-aprendizaje y los aspectos relacionados con él ayuda mucho, pero comprender no basta.
     Hay que planificar de manera diferente. Normalmente cuando un profesor planea su clase piensa en lo que hace él, en los temas que hay que preparar y en las herramientas o materiales que va a usar. Si se quiere cambiar, mejor hay que pensar en lo que tienen que hacer los estudiantes en el aula y fuera del aula para lograr los objetivos de aprendizaje formulados para su asignatura;  hay que seleccionar o diseñar el mayor número de actividades posible, con las que los estudiantes pongan en juego un conjunto de habilidades, conocimientos, actitudes y valores; hay que pensar en escenarios o contextos de aprendizaje vinculados a las disciplinas que alimentan la licenciatura en cuestión (para que haya aprendizaje significativo y situado); hay que cambiar la manera de evaluar, haciendo un esfuerzo por reconocer cuándo es necesaria la memorización y cómo se pueden calificar y evaluar productos de aprendizaje completos y complejos para olvidar lo más posible los exámenes de respuesta única; hay que ajustar la ayuda de acuerdo con las diferencias de los estudiantes; hay que usar estrategias de aprendizaje individual, grupal y en equipo; hay que usar las tecnologías de información y comunicación para que el estudiante interactúe con ellas y no solo reciba información de ellas. Y todavía más…
Un profesor comprometido con su labor, debe actualizarse en los temas de su disciplina y en aspectos educativos; tiene que probar continuamente nuevas estrategias de aprendizaje; tiene que aprender a reconocer cuándo está fallando y sus posibles áreas de mejora; debe ser capaz de aprender de sus estudiantes y de reconocer que no lo sabe todo; debe ser un guía que oriente, que acompañe, que comprenda pero que a la vez sea firme y sepa establecer límites claros, que exija mucho pero que dé lo mismo o más que  lo que está pidiendo; debe desarrollar en alto grado sus habilidades comunicativas para que los estudiantes comprendan lo que tienen que hacer, lo que lograrán con ello y lo que aprenderán. Y todavía más…
     Todo eso tiene que ser y hacer un profesor, para un curso con 5, con 10 o con 30 estudiantes, para un curso presencial o a distancia; en un curso muy temprano, después de la comida o en la noche, con estudiantes de primeros o de últimos semestres, a veces con  estudiantes de diferentes licenciaturas en un mismo grupo; y con otras variantes.
     La cereza del pastel, es que idealmente, un profesor que quiere mejorar día con día, curso tras curso, semestre a semestre, reflexiona sistemáticamente sobre su propia práctica; para lo que sirve llevar una bitácora y elaborar un portafolios de evidencias suyas y de sus estudiantes. Y si esta reflexión la puede compartir con sus compañeros docentes en un trabajo de academia, se logra un pastel de triple chocolate.
     En realidad hay “de todo hay en la viña del Señor”, pero nunca está de más tener un horizonte que oriente la manera en la que podemos mejorar.


El carrito del súper

Autora:  Rocío Barragán de la Parra
Publicado: La Primera de Puebla, 22 de mayo de 2013

     Este fin de semana, mientras realizaba algunas compras en una tienda de autoservicio, me tocó vivir una experiencia muy aleccionadora: tres pequeños de no más de 6 años viajaban dentro del carrito del súper y mientras sus padres revisaban los productos en los anaqueles ellos jugaban entre sí.
     Como suelen ocurrir estas cosas, en un pestañeo una de las pequeñas se levantó del fondo del carrito  para sentarse en la orilla, casi inmediatamente su hermana le imitó pero no logró guardar el equilibrio precipitándose al vacío; los padres estaban distraídos y no se percataron de lo sucedido hasta que escucharon el murmullo de quienes presenciábamos la escena.
     No sé cómo explicarlo pero en una zancada estaba cachando a la pequeña que  venía de cabeza al suelo, fue entonces que la madre giró y  encontró a su hija entre mis brazos, la tomó y agradeció mientras que el padre se sumaba a los hechos regañando a los niños por su mal comportamiento, acto seguido bajaron a los niños del carro y se fueron.
Los comentarios entre quienes presenciamos lo sucedido no se hicieron esperar y mi querida amiga Coco, que en ese momento me acompañaba comentó: “¿Ésa es la manera en la que se supone cuidamos lo más valioso que tenemos, el amor más grande de nuestras vidas?”, sus palabras y la experiencia vivida me provocaron la siguiente reflexión.
Quienes tenemos el privilegio y la bendición de ser padres, maestros, facilitadores o tutores, no siempre asumimos responsablemente dicha encomienda, y no me refiero sólo al hecho de vigilar a los pequeños mientras hacemos las compras en el súper; sino de asumir conscientemente la decisión de llevarlos dentro del carrito.
     Además de la fabulosa experiencia de ser madre de tres jovencitos, desde hace más de dos décadas me dedico a la educación universitaria y he conocido innumerables casos de chicos abandonados en el carrito por sus padres o tutores; situación no privativa de matrimonios separados o divorciados, sino de padres desvinculados de la formación en el hogar; la mayoría de ellos ocupados, – en el mejor de los casos -, en el tener para sus hijos que en el ser para sus hijos; lo que sería proporcional, según la experiencia del fin de semana -, a dejarlos sin vigilancia en el carro del supermercado.
     La formación de los hijos va más allá de asegurarles una vivienda y pagar las cuentas; no se limita a subirlos en el carrito, sino a estar atentos de lo que sucede mientras viajan ahí; estar cercanos a su desarrollo, guiarlos firme y amorosamente hacia procesos de madurez afectiva e intelectual; enseñarles a vincularse asertivamente con su realidad, su entorno y sus semejantes; que sean capaces de potenciar(se) para resolver, enfrentar y decidir las situaciones cotidianas, - promisorias o adversas- de la vida.
     Comprometerse en esta encomienda no es sencillo, sobre todo si consideramos que en ocasiones las decisiones que tomamos pueden ser impopulares a sus ojos y eso puede hacernos sucumbir para dejarlos viajar en el carrito sin medidas de seguridad, pensando que con ello evitamos tensiones, gimoteos, gritos o chantajes; sin embargo no podemos ni debemos concederles todo cuanto nos piden porque como ocurrió el fin de semana, pueden perder el equilibrio y venirse de cabeza al piso.
     Las peticiones que realizan nuestros hijos no siempre nacen de una genuina necesidad, ni siempre se vinculan a decisiones pensadas en su bien-ser o bien-estar; en algunas ocasiones cuando este modelo de vinculación persiste, corremos el riesgo de generar pequeños monstruos que se relacionan de manera nociva con los demás y que terminan sufriendo ante su incapacidad para convivir y relacionarse.
     Dicho de otra manera se trata de entender en lo fundamental que no todo lo que es placentero nos conduce al bien, del mismo modo que no todo lo que nos hace bien nos conduce al placer y éste no siempre es sinónimo de plenitud o felicidad. Del mismo modo, subir a los hijos al carro de las compras no salvaguarda su integridad a menos que supervisemos sus acciones; en ocasiones es preferible que caminen a un lado o viajen sentados en el espacio diseñado para ello sujetos con el cinturón de seguridad, al principio puede costarnos su llanto e inconformidad, pero además de realizar las compras de forma segura; enseñaremos a nuestros hijos pequeñas lecciones de vida que fortalecen la convivencia, el respeto y la comunidad amorosa que representa el hogar.

El líder crece

Publicado: e-consulta, 03 de junio de 2013

     Desarrollarse como líder, directivo o gerente de una organización es todo un arte. Nadie nace sabiendo dirigir, todos los líderes se hacen, aunque algunos tengan ciertas cualidades natas que les ayudan, nadie está dotado desde el nacimiento con todo lo que se requiere para ser un buen líder. Así pues, los autores Hogan y Warrenfeltz desarrollaron en 2003 el “Modelo de Dominio” del desarrollo ejecutivo que explica que la base del crecimiento como líder o gerente de una organización está en las habilidades intrapersonales, es decir, aquellas relacionadas con el manejo de uno mismo. En efecto, para aspirar a ser un buen dirigente de otros, primero debemos aprender a conducir nuestra propia vida.
     Pero el desarrollo ejecutivo no sólo es relevante para los gerentes y directores en empresas y organismos de gobierno. Todos como adultos requerimos desempeñarnos como líderes u organizadores de un grupo humano con fines productivos en algún ámbito o esfera de nuestra vida.
     Un modelo de desarrollo directivo
De acuerdo con Hogan y Warrenfeltz, cualquier ejecutivo con cargos gerenciales debe desarrollar cuatro áreas (o dominios) a lo largo de su vida para desempeñarse efectivamente como directivo en una organización o empresa. En la siguiente figura, se presentan dichos dominio jerarquizados según su dificultad para desarrollar .
      El Modelo de Dominio
de las habilidades directivas
(Hogan y Warrenfeltz)


     Entre más cerca de la base se encuentren las habilidades, más difíciles de desarrollar. Aquellas que se se ubican en dominios superiores se basan en las habilidades de los dominios inferiores. Así, las competencias más importantes del desarrollo directivo y las más difíciles de adquirir son las intrapersonales que, como mencioné en el párrafo inicial, son aquellas que me ayudan a manejar mi propia vida. Por ejemplo: autoregulación de las emociones, autoconocimiento, motivación, autocrítica, etc. Las segundas en importancia, las interpersonales, son aquellas competencias que me facilitan la relación con las demás personas, por ejemplo: empatía, adaptabilidad, humildad, lenguaje asertivo, orientación al servicio, etc. El tercer conjunto de habilidades (liderazgo) se refiere a todas aquellas que me hacen competente en la conducción eficaz de grupos, por ejemplo: visión, desarrollo de personas, persuasión, reconocimiento de logros, inspiración de los demás, coaching, etc. Finalmente, las habilidades de negocios son todas aquellas que típicamente se enseñan en las universidades y que generalmente son de carácter técnico, por ejemplo: planeación, presupuestación, finanzas, mercadotecnia, investigación de operaciones, estadística, estrategia, etc.
     Todos como adultos tenemos en algún grado desarrollados por lo menos los tres primeros dominios porque estos se aprenden básicamente a través de la socialización, aunque sea de manera rústica. Sin embargo, para ser buenos gerentes o directivos hay que perfeccionarlos, en especial el dominio intrapersonal. Lo paradógico es que casi todas las instituciones educativas ponen más énfasis en el desarrollo del dominio con menor importancia relativa: el de las habilidades de negocios.
      El desarrollo continuo
      Ningún líder, jefe o gerente es producto terminado. Todos los que tenemos bajo nuestra responsabilidad la conducción de algún grupo de personas hacia un fin deseado (puede ser incluso hasta la propia familia) tenemos también el deber moral de seguirnos educando como líderes; y el paso número uno es ser mejor líder para sí mismo. Afortunadamente existen muchas técnicas que pueden ayudar en tal tarea; desde cursos de formación continua hasta retiros espirituales, pasando por otras actividades como la introspección para revisar las emociones que tuve durante la jornada, con la finalidad de entender qué me provocó más alegría y esperanza en la jornada, qué me entristeció o enojó, etc. Éste, es un ejercicio de autoconocimiento que sienta las bases de la tan llevada y traída inteligencia emocional que, evidentemente, es uno de los fundamentos intrapersonales del desarrollo gerencial.
      Las organizaciones de hoy son crecientemente complejas y las personas que en ellas laboramos estamos cada vez más capacitados, por lo tanto, nos convertimos en sujetos más difíciles de liderar. Hoy día ya no es aceptable que un jefe simplemente diga hazlo porque lo digo yo. Si el líder en verdad quiere crear una organización competente, debe convencer -no vencer- a la gente que tiene a su cargo. Mi blog: veraalexis.wordpress.com Twitter @veraalexis

Fin de cursos: tiempo de revisar-nos

aUTORA: LUZ DEL CARMEN MONTES PACHECO
publicado: Síntesis Puebla, 30 de mayo de 2013

     Más allá del cálculo de la nota que obtuvieron los estudiantes durante un curso, independientemente de la duración de este, el cierre implica un momento de valoración sobre los obstáculos y los facilitadores de los logros académicos y personales.
     Así como es importante que al inicio se diagnostiquen debilidades, fortalezas y expectativas de los estudiantes, al final es valioso que se les pregunte -por escrito y para ellos mismos -sobre lo que hicieron o dejaron de hacer para lograr productos de aprendizaje satisfactorios, que signifiquen tiempo de dedicación, esfuerzo y un reto intelectual. Me refiero a trabajos propios, en el que pongan a dialogar sus ideas con las ideas otros como ensayos; desarrollo de proyectos en el que estudien un fenómeno de la realidad; diseño de carteles, prototipos o productos estéticos; resolución de exámenes con un alto grado de dificultad por la ejecución y no por repetición; etc.
     Y para nosotros, los profesores, también es un tiempo de revisión, valoración y reflexión sobre nuestro desempeño, sobre lo que hicimos y dejamos de hacer. Cuando tengo que informar a un estudiante sobre su nota reprobatoria, me pregunto si pude haber hecho algo más de lo que hice. Pienso que es fácil reconocer los logros de un estudiante que tiene un desempeño bueno o excelente, nuestro apoyo está ajustado para que los estudiantes logren eso, pero ¿está ajustado nuestro apoyo para quienes no son tan buenos o tan dedicados? ¿Pudimos haber hecho algo más? Y no me refiero a regalarles una nota aprobatoria, me refiero a preguntarles si requieren algo más, a pedirles más trabajo, más dedicación, más cuidado en sus tareas. Es claro, que por lo menos en educación superior, no toda la responsabilidad es nuestra, sobre todo si nuestro modelo educativo está centrado en el estudiante y no en el profesor. Pero, algo podemos hacer con quien quiere y le falta ayuda; muy poco podemos hacer con quien no quiere aunque tenga todo. El cierre es un buen momento para recapitular y mejorar.
     La autora es profesora de la Universidad Iberoamericana Puebla. Este texto se encuentra en: http://circulodeescritores.blogspot.com


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El Don de la Gratitud

Autora: Rocío Barragán de la Parra
Publicado: La Primera de Puebla, 30 de mayo de 2013

     Hace un par de noches tuve la oportunidad de observar un 
bellísimo anochecer: la luna estaba esplendorosamente llena y 
parecía estallar en una gama de tonos naranjas, su luz se 
reflejaba sobre el mar y, mientras caminaba a orilla de la playa, 
observaba cómo las olas parecían acunarla; el conjunto del 
paisaje y el momento compartido con quien amo me llenó de paz 
y esta experiencia me hizo pensar, por enésima vez, en el valor 
de la gratuidad.
     Inmersos en el día a día hemos perdido la capacidad de 
sorprendernos y disfrutar de las cosas sencillas y gratuitas de la 
vida; aquellas que no implican un desembolso económico para 
obtenerlas. La vorágine de nuestra cotidianidad y el hábito de 
vivir más en el tener/demostrar que en el ser / trascender ha 
deshabilitado el don de la gratuidad, y con ello la capacidad de 
sorprendernos, valorar y disfrutar de los obsequios que 
diariamente se nos ofrecen.
     Explorando un poco más sobre el tema encontré que lo valioso 
de la gratuidad es entenderla justo como un don, es decir como 
un regalo, como una habilidad, o como un rasgo característico 
de la personalidad; de ahí viene la costumbre de dar las gracias, 
honrar, agradar, congratular y/o reconocer lo que se nos otorga 
sin compromisos o sujeciones.
     Las personas estamos hechas para dar y recibir, experimentamos 
la felicidad al dar o servir, porque - aunque no siempre lo 
hacemos de modo consciente -, cuando damos también 
recibimos el bien que hacemos. Así pues la gratuidad es un signo 
de trascendencia humana y se origina en la capacidad de dar(se); 
de manera que si ésta no fuese un don correríamos el riesgo de 
disfrazar en ella la manipulación, la obligatoriedad o el 
compromiso; desvirtuando su finalidad.
     La dimensión del agradecimiento tiene un efecto liberador, 
puede ser común recibir de quien menos esperamos y esa acción 
nos permite reconocernos como sujetos dignos, valiosos y libres; 
valores que nos acercan a nuestros semejantes ya que apuntalan 
nuestra capacidad para acoger, compartir y convivir.
     La gratuidad se experimenta como una experiencia de riqueza 
personal que nos permite vivir libre y plenamente trascendiendo 
en y a través de las cosas más sencillas de la vida y así como la 
experimentamos a través de las personas, podemos ser capaces 
de vincularnos con nuestra realidad: Disfrutar la naturaleza, el 
clima, el paisaje, la ciudad, la puesta de sol, la inmensidad del 
cielo, el esplendor del día o de la noche, la profundidad del mar, 
la espesura del bosque, la composición del paisaje, el olor de la 
vegetación, el trino de las aves, el caminar lento de las ovejas 
pastoradas, el viento sobre el cuerpo o las manifestaciones de 
afecto que aún en personas o situaciones desconocidas pueden 
evocarnos recuerdos y generarnos sonrisas.
     Si decidimos acoger la gratuidad como una actitud personal, 
seremos entonces capaces de dar(nos) sin esperar nada a 
cambio, compartir tiempos, espacios, experiencias, capacidades, 
sentimientos; de experimentar el (auto)crecimiento a través del 
compartir y recibir, entregándonos más profundamente a 
nosotros mismos y a los demás.
     Sin desmerecer las ventajas, beneficios y comodidades de las 
transacciones económicas y materiales; es importante reconocer 
la gratuidad como una forma de mejorar la economía social; a 
través de ella que podemos descubrir y valorar nuestra riqueza, 
la de quienes nos rodean y la que se encuentra en nuestro 
entorno familiar, laboral, ambiental y sociocultural.
     Sin la gratuidad, no se alcanza la justicia -- entendida como dar a 
cada quien lo que necesita --, como la apertura a un don 
recíproco de ida y vuelta, donde se anida la caridad o virtud de 
la verdad, donde el amor es también concebido como un don.
     Aceptar la gratuidad implica disponernos a ella, cambiar la 
manera en que nos relacionamos con nosotros mismos, con 
nuestros semejantes y por ende con nuestra realidad; recuperar 
la capacidad de asombro, dar cabida a experiencias nuevas y vivir 
con ligereza con respecto a las cosas materiales para invertir el 
tiempo, el esfuerzo y los talentos en aquello que sentimos y que 
vamos descubriendo, hacer visible todo aquello que vivimos.
     Darnos cuenta que la verdadera realidad, implica despojarnos de 
viejos hábitos y actitudes; significa reconocer que en muchas 
ocasiones vivimos en la impronta y embebidos en el exterior, 
buscamos validarnos a través de signos sociales económicos y 
materiales a los que conferimos valor. La tarea no es sencilla sin embargo podemos 
empezar preguntándonos con honestidad en qué/quiénes 
invertimos nuestra vida, desde dónde construimos lo que somos, 
cómo concebimos el éxito, la plenitud y la felicidad.
    La autora es profesora de la Universidad Iberoamericana Puebla. 
Este texto se encuentra en: 
http://circulodeescritores.blogspot.com

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