Autores: Benjamín Ortiz Espejel y José Rodriguez.
Publicación: La jornada de Oriente, Pendiente
Asistimos hoy día a uno de los procesos de organización social más grande y mejor organizado en la historia del México contemporáneo. Se trata de las diversas actividades de manifestaciones que la comunidad campesina mexicana y otras organizaciones de la sociedad civil han organizado en demanda, casi las mismas que las un siglo atrás; de justicia en el campo.
Lo que en las primeras décadas del siglo pasado potenciaba y generaba “la más sangrienta guerra civil de América Latina”, un siglo después induce una masiva muestra pacífica y democrática de organización y tejido social en movimiento en defensa de mucho más que sus derechos económicos, lo que realmente estaba detrás de todo esto, es la defensa de un modo de vida distinto, alterno al que las actuales políticas nacionales y globales le proponen y tratan de imponer al país.
El maíz no es sólo nutrición y sustento en México, sino también cultura y religión. El actual mundo rural mexicano heredero directo de aquellos antiguos mexicanos, es el campo en el que mas de 30 millones de habitantes son productores de maíz y cultivan en predios de menos de cinco hectáreas. Y como maravillosamente reportaba Sahagún, manejan una enorme diversidad de semillas adaptadas durante siglos a diferentes climas y geografías, lo que, al contrario de las semillas estandarizadas genéticamente, son útiles en las condiciones marginales donde los conquistadores y anteriores señores feudales los empujaron a vivir, primero a sangre y fuego y más tarde a punta de urbanización salvaje y otros despojos.
De lo anterior, se desprende que México es un país agrario con un riquísimo mosaico ecológico y cultural sumamente importante, no solo por la composición de su población sino sobre todo por el peso específico que tiene la actividad agroecológica de los campesinos dentro de su conjunto. En esta situación el auge de los sistemas de producción agrícolas tradicionales se mantuvieron después del proceso revolucionario y el reparto de tierras como producto de la reforma agraria que se implementó hasta los años sesenta.
Sin embargo a pesar de la importancia de este tipo de sistemas de producción campesinos, el Estado mexicano desde los años ochenta se etiquetó como “desarrollista” y en los actuales momentos se identifica con el neologismo “neoliberal”, con lo cual asume características peculiares en tanto tiene que conciliar en un mismo espacio y tiempo a modos de producción distintos: los campesinos tradicionales y los productores de agroexportación, que a su vez mantiene relaciones dependientes y subordinadas.
De esta manera el Estado Mexicano adquiere compromisos con empresas trasnacionales de alimentos y semillas (Montsanto, Ciba, Cargrill) y se le dificulta cada vez mas contener las contradicciones sociales que surgen por todo el país. Aunado a lo anterior, la presión migratoria y el consecuente deterioro de los recursos naturales ha tenido como consecuencia, el inicio de una espiral de crisis y conflictos en la producción de alimentos del mundo rural que hoy es precisamente la fuerza motora que impulsan los movimientos sociales en muchos lugares de México y que se evidencian de manera neurálgica en la capital del país. ¿Cuánto más tendrá que esperar el gobierno mexicano para entender que con el maíz y con el pueblo mexicano no se juega?
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