Autor: Martín López Calva
Publicación: Síntesis, pendiente
“Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos, quien no cambia de marca, no arriesga vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce”.
Pablo Neruda.
El fin de cursos además de ser momento para festejar a quienes culminan alguna etapa de su formación y preámbulo para un descanso necesario después de meses de trabajo, debería ser una oportunidad para evaluar la calidad de lo que hacemos todos los actores de la educación.
De otra manera, el término de un ciclo escolar y el inicio de otro puede ser simplemente la repetición de una rutina que nos va haciendo “esclavos del hábito” con lo que la auténtica educación va muriendo lentamente.
En estos tiempos en que el mejoramiento de la calidad de la educación está en el discurso oficial y en la opinión pública como uno de los temas fundamentales para lograr el desarrollo y la transformación social, los protagonistas de la educación –maestros, alumnos, directivos, funcionarios, padres de familia- tendríamos que preguntarnos seriamente sobre el sentido de lo que sucede diariamente en los salones de clase.
¿Qué tanto avanzamos en este ciclo escolar en la construcción de un sentido verdaderamente educativo en las actividades de aprendizaje que diseñamos, instrumentamos y evaluamos? ¿Avanzamos en el logro de una formación significativa e integral de nuestros estudiantes? ¿Qué debilidades tendríamos que ir tratando de superar para lograr verdadera educación? ¿Cuál es el sentido educativo que deben tener las actividades escolares para responder a los retos de una sociedad globalizada, incierta y plural y a las necesidades de justicia y democracia de un país como el nuestro?
El planteamiento y la exploración de estas y otras preguntas ayudaría a que nuestro sistema educativo creciera en una cultura de la evaluación.
Porque si los millones de niños, adolescentes y jóvenes que terminan en estos días un año escolar más salieran de este ciclo habiendo aprendido lo que debieron aprender, con la profundidad y el sentido requeridos y habiendo disfrutado este aprendizaje incorporándolo a su vida, México podría realmente empezar a cambiar.
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