Autor: Miguel Reyes Hernández
Publicación: E-consulta, pendiente.
Joseph Stiglitz, execonomista en Jefe del Banco Mundial y Premio Nobel de Economía, conocedor profundo de los intereses que guían a instituciones como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, afirma en una entrevista que éstas fueron presionadas por las transnacionales para asumir la agenda de la privatización como suya e imponérselas a los países subdesarrollados.
La privatización y liberalización de mercados como un dogma que traerá beneficios a los más pobres es el discurso bajo el que se oculta el verdadero fin. La rapacidad y voracidad con la que las transnacionales quieren comerse al mundo, pone incluso en riesgo la estabilidad del capitalismo en muchos países. Cuando se planteó y se puso en marcha el estado de bienestar no era sólo por cuestiones de bienestar de los individuos que quedaban fuera del mercado, sino de eficiencia del sistema económico y para garantizar su estabilidad en el largo plazo en el marco de la guerra fría. El llamado universalismo en las áreas de la salud y la educación dio a la vez que mejores condiciones de vida a la población, mayores niveles de productividad social y circunstancias de apoyo para la estabilidad política de las instituciones. El costo, obvio que es alto en términos económicos. Más aún para quien resultaría afectado en la redistribución del ingreso (que no de condiciones y medios con los que se genera la riqueza social) dando lugar a que los impuestos (como los impuestos sobre la renta) fueran altos y progresivos.
Con la llegada al poder de Reagan y Margaret Tatcher se formalizó el fin del estado de bienestar en las grandes potencias capitalistas y la posibilidad de que éste se estableciera en países subdesarrollados se hizo más remota. Ya no era necesario desde su perspectiva, financiar la mejora en el bienestar material de los excluidos del sistema aún cuando ello pudiera generar inestabilidad política y social. De las pérdidas sociales en la productividad no habría de que preocuparse si los recursos se reasignarían hacia las empresas con mayor capacidad de sobrevivencia en un entorno altamente competitivo. En cuanto al primer aspecto, si uno de los objetivos del estado de bienestar bajo el entorno mundial de la guerra fría era tratar de demostrar que el capitalismo tenía un rostro humano, ahora que el derrumbe del socialismo en la Europa comandada por la exUnión Soviética se hacía inminente, no había necesidad de sostenerlo tomando en cuenta que éste es muy caro. La sostenibilidad del sistema en condiciones de mayor desigualdad social tendría que darse mediante dos mecanismos: el uso de las instituciones represivas del estado y la manipulación mediática de los medios de comunicación. Cuando comenzaron las privatizaciones en Inglaterra, Tatcher se ganó con creces el sobrenombre de dama de hierro y a partir de esa época, los medios masivos de comunicación, fundamentalmente la televisión han jugado un papel cada vez más importante para sostener un régimen.
Con la caída del socialismo y su gran impacto ideológico y político sobre grandes sectores sociales, el estado de bienestar era un estorbo. Y no sólo para las grandes corporaciones sino también para cualquier empresario que pagara impuestos para mantenerlo. Sin embargo, así como sucede con los pequeños accionistas que invierten en bolsa versus los grandes accionistas, la capacidad de coordinación entre los pequeños y medianos empresarios es muy baja en comparación con los grandes empresarios propietarios de grandes corporaciones. Estas grandes corporaciones son las que tienen posibilidad de establecer e influir en la agenda no sólo de sus países sino de otros países mediante el uso de instituciones mundiales como el Banco Mundial y el FMI como ya lo dijo Stiglitz que conoce el mounstruo desde las entrañas. La privatización de recursos estratégicos que por cuestión natural serían monopolios es un negocio altamente jugoso para quien no tiene saciedad ni límite. No importa para ello que si de por si en estas sociedades existan altos niveles de pobreza y desigualdad, se cobre por la salud y la educación o por el uso de recursos energéticos como la electricidad o el uso de derivados del petróleo.
La privatización del petróleo en México, además de estar en las prioridades de las grandes transnacionales y en la agenda del BM y FMI, también lo está en un gobierno altamente comprometido con ellas y cuya carencia de legitimidad ha buscado mediante el uso de los medios masivos de comunicación. Sin embargo, esto no es nuestro destino fatal. Se puede evitar la privatización de recursos estratégicos como el petróleo mediante la participación activa como ciudadanos. Así se ha demostrado en varios lugares del mundo. En Bolivia, de manera reciente se evitó la privatización del agua en regiones como Cochabamba. En México, nuestra opinión en consultas y plebiscitos abiertos es una posibilidad que no la única.
Que el petróleo mexicano siga siendo de todo el pueblo mexicano y que ningún particular, extranjero o nacional, participe en el reparto de la renta petrolera, sino que toda ésta sea de todos los mexicanos, -aunque la administre un gobierno que puede dejar que desear en su manejo-, significa la existencia de la posibilidad de poder seguir la ruta de crecimiento económico que mejor convenga a los intereses nacionales e, incluso, se puede pensar en la posibilidad del avance del desarrollo en beneficio de la mayorías del pueblo, de los pobres.
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