Autora: Celine Armenta
Publicación: La jornada de oriente, 5 de Junio 2008
Aunque sabemos que los vasos que llamamos medio llenos son los mismos que otros llaman medio vacíos, nos enzarzamos en apasionadas defensas de nuestras visiones. Y pese a proclamar nuestra vocación constructiva y nuestra fe en la humanidad, cada vez que tenemos oportunidad de expresarnos con la poderosa palabra pública, hacemos a un lado las mil posibilidades de esta herramienta para emuñarla como si sólo fuera un arma. Así, usamos las columnas de periódicos de papel y digitales, los editoriales radiofónicos, y hasta las entrevistas para denunciar, para evidenciar y atacar; para resaltar lo incompleto, lo malhecho, lo faltante. Y sólo muy rara vez, para construir.
¿Por qué preferimos golpear y herir con la palabra, en vez de cualquier otra cosa? Yo creo que, ante todo, porque es fácil; porque la ira inspira, dice el rimero. Y porque en este mundo al revés que parece acunar a nuestra joven democracia, reconocer logros de autoridades, sectores y servidores públicos es una invitación a ser denostado con acusaciones de servilismo, miopía, complicidad con el poder, y cosas peores.
Así es: quien hoy se atreva reconocer un solo logro del sector público será, cuando menos, ignorado. Por ejemplo, el pasado día del maestro, lo políticamente correcto fue echar pestes del magisterio con pretexto de las suspensiones de clases. Por esos días, al menos cuatro equipos de reporteros insistentemente trataron de que yo calificara a los maestros y sus dirigentes como cínicos; y que declarara que no había motivos para festejar y agradecer a los maestros. Me negué a jugar ese papel simplista. Pero muchos colegas académicos y expertos acabaron declarando ingenuamente que dado que el panorama no era blanco, debía llamársele negro. Pocas voces no gubernamentales mencionaron los logros de la educación mexicana en las recientes décadas, y menos aún explicaron los amplios horizontes para los años por venir.
Pero lo cierto es que como país hemos dado gigantescos pasos en educación al escolarizar prácticamente a todos los niños, y mejorar la calidad de los servicios, la formación de los docentes, la generación de pensamiento, las publicaciones y congresos de investigación y la creciente participación social.
Lo mismo sucede cuando hablamos de los servicios de salud mexicanos. El seguro social literalmente salva la vida de cientos de miles de nosotros día con día. Se ha modernizado y ha extendido sus servicios; se ha profesionalizado en muchos aspectos., además de que, como siempre, los mejores médicos, cirujanos y especialistas cubren un turno en los consultorios del seguro. El trato a los derechohabientes es cada vez más expedito; las largas colas están empezando a ser cosas del pasado; hacemos citas por teléfono y la atención es puntual y segura. Los hospitales de especialidades cumplen sobradamente su labor, sin que los pacientes tengamos que desembolsar un centavo y en un clima de admirable equidad.
En los institutos nacionales de cardiología, oncología, ortopedia, perinatología del sector salud nos deslumbra la tecnología que ni siquiera imaginábamos y nos tranquiliza la pulcritud de los servicios; equipos de especialistas encaran los problemas y los resuelven, en comunicación con el paciente. Y las familias no deben comprometer su futuro para saldar deudas de salud.
El vaso nacional está medio lleno; es impopular escribirlo o comentarlo ante el micrófono. Pero callarlo sería simplemente inmoral.
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