Autor: Dr. Martín López Calva
Publicación: Síntesis, pendiente
Para fines prácticos, el 16 de junio han terminado las labores educativas en todas las escuelas de nivel básico en el país. Jardínes de niños, primarias y secundarias se dedicarán desde ahora a tratar de “que el tiempo pase” y llegue el ansiado 4 de julio, día en que el calendario oficial de la Secretaría de Educación Pública marca el final de las actividades del ciclo escolar 2007-2008.
Durante el sexenio del presidente Salinas de Gortari, el entonces Secretario de Educación Pública Ernesto Zedillo propuso la reforma del calendario escolar para que alumnos y profesores cubrieran “200 días efectivos” de trabajo en cada ciclo.
El sustento de esta reforma era que al aumentar el número de días de trabajo efectivo en el aula, se contribuiría a mejorar la calidad de la educación nacional.
Sin embargo, en un país acostumbrado a la “simulación”, en una cultura que dice: “Tú haces como que me pagas y yo hago como que trabajo”, el asunto no era tan sencillo y lo hemos visto a lo largo de estos años.
El problema parte de la enorme burocracia que padece nuestra educación y que no parece disminuir por más promesas de simplificación que se hagan. Porque todos los sujetos educativos: profesores, directivos escolares, supervisores, padres de familia, etc. saben que la misma secretaría pide que las escuelas entreguen documentación con registros de calificaciones finales hacia la primera quincena de junio, pero tienen que simular que las clases continúan normalmente hasta el día que marca el calendario oficial.
Este problema se hace más evidente si tomamos en cuenta que los educandos no son ingenuos y que también saben que los exámenes finales se han aplicado ya y que el período que sigue, de tres a cuatro semanas más, es un tiempo que “ya no cuenta” porque “ya pasaron de año”.
¿Para qué más días de clase si los profesores ya no proponen nuevos aprendizajes y los alumnos ya no tienen la menor motivación por aprender? ¿Realmente tiene que ver la cantidad con la calidad educativa? ¿Ha mejorado en algo el desempeño de nuestros niños y jóvenes por esta medida? Habría que pensar sobre esto y hacer algo con los procesos burocráticos –y pedagógicos- para lograr que los “200 días” sean realmente “efectivos” y que el último día de clases sea realmente, el último día de clases.
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