Autor: Martín López Calva
Publicación: La Primera de Puebla, 26 de agosto de 2009
Publicación: La Primera de Puebla, 26 de agosto de 2009
“El principio de la locura es seguir haciendo lo mismo
una y otra vez ,y esperar obtener resultados diferentes.”
Albert Einstein
El regreso a clases implica para los educandos un sentimiento ambiguo que contiene al mismo tiempo alegría y curiosidad ante lo nuevo y desencanto y pereza frente a lo de siempre. Desgraciadamente lo nuevo tiene que ver muchas veces con factores externos y de muy corta duración –estrenar uniforme, tenis, cuadernos o libros, ver qué compañeros nuevos hay en el grupo, quién y cómo será el nuevo profesor o profesora, etc.- y lo rutinario con el contenido y el fondo, mucho más permanentes, de lo que sucede cotidianamente en las aulas, en los patios, en la biblioteca o el laboratorio escolar.
No es el caso de los educadores que en muchas ocasiones experimentan solamente el sentimiento que contiene lo desagradable de volver a una rutina con poco o nulo sentido y conexión con la vida, muy desconectado de lo que se puede llamar vocación por educar (Como dice Hansen: La vocación implica que un sujeto encuentre en la actividad que desempeña elementos de autorrealización y de aporte al cambio social).
Este hastío ante la visión repetitiva de los rituales escolares entre docentes y directivos es lo que desafortunadamente se respira en muchas escuelas, universidades, instituciones educativas de todos los niveles. Tal parece que el proceso educativo ha ido cayendo paulatinamente en este principio de la locura que señala Einstein: continuar haciendo lo mismo una y otra vez y pretender obtener resultados diferentes.
Los discursos educativos en todos los congresos, conferencias, cursos de actualización, pactos y acuerdos oficiales, procesos de planeación o evaluación de escuelas públicas o privadas, hablan de la necesidad de obtener resultados radicalmente distintos en el proceso educativo. Los resultados de las evaluaciones nacionales e internacionales piden a gritos un cambio en los resultados de nuestra educación nacional.
Sin embargo estos resultados no llegan, es más, ni siquiera se aproximan al escenario de construcción de un nuevo país más democrático, más justo, más productivo, más equitativo, más respetuoso de los derechos humanos, en fin, de un México más acorde con lo que los mexicanos soñamos y merecemos.
¿Cuál es la causa de que no estemos en camino de cambiar estos resultados del proceso educativo? Fundamentalmente se debe a que en nuestro sistema educativo nacional estamos haciendo lo mismo una y otra vez, sin darnos cuenta de que en esta dinámica rutinaria se pierde lo auténticamente educativo que es el encuentro humano que renueva, cuestiona, despierta el deseo de conocer, aviva el deseo de vivir más humanamente. Una educación centrada en el programa que esclaviza y no en la estrategia que orienta pero reta a la creatividad es la causa de que estemos muy lejos de encontrar resultados educativos más positivos que se reflejen en la dinámica social.
La verdadera educación necesita del deseo humano para realizarse y de la utopía colectiva para tener un horizonte hacia el cual caminar, decía el Dr. Pablo Latapí Sarre, padre de la investigación educativa en el país, fallecido recientemente. La verdadera educación requiere de un arraigo profundo en la experiencia humana que mueve individual y comunitariamente hacia la búsqueda de desarrollo. Pero este deseo humano ha sido sepultado entre trámites burocráticos, documentación agobiante, ritos vacíos, luchas de poder y ambiciones personales, desánimo y falta de motivación por parte de los actores. De ahí la repetición continua que impide la regeneración del sistema educativo y promueve su cada vez más acelerada degeneración.
Ante la entrada a clases para el nuevo ciclo escolar que van a vivir millones de alumnos y profesores en estos días, cabe sin duda la reflexión: ¿Será posible cambiar esta dinámica guiada por el principio de la locura, esta dinámica de hacer lo mismo una y otra vez, pretendiendo obtener resultados diferentes? ¿Cómo poder impulsar un cambio en lo que hacemos en la educación que genere un cambio en los resultados que de ella se obtengan? ¿De qué manera se pueden ir transformando las prácticas educativas, las estructuras organizacionales de la educación y la cultura que guía el modo de vivir la educación para apuntar hacia una educación auténtica, movida por el deseo humanizante y orientada hacia la utopía de un país mejor?
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