martes, abril 08, 2014

Lidiar con los límites

Autor: José Rafael de Regil Vélez, datos del autor haz click aquí
Publicado: Síntesis Tlaxcala, 24 de marzo de 2014


     En 1841 Ludwig Feuerbach un teólogo bávaro (oriundo del sur de la actual Alemania) escribió un libro al que tituló La esencia del cristianismo. Esta obra revolucionó su tiempo, al grado que se le considera el texto fundante del ateísmo antropológico contemporáneo.
      Con un estilo muy de su tiempo el teólogo señala a grandes rasgos lo siguiente: la diferencia entre los animales y los hombres estriba en que los segundos tenemos conciencia y los primeros no. Esto significa que nosotros nos damos cuenta de lo que somos y de lo que no somos y a partir de ello decidimos qué hacer en el mundo.
      Muy pronto en su obra pone frente al lector la tesis principal: la religión existe porque el ser humano es consciente. Lo explica de la siguiente forma: el ser humano es capaz de darse cuenta de que existe lo infinito, lo ilimitado. Conoce que el conocer puede ser infinito, lo mismo que el amar, que el querer. Hoy diríamos: el enamorado desea amar infinitamente, ilimitadamente. Nuestros deseos apuntan a poder desear ilimitadamente y una revisión del conocimiento humano a lo largo de los siglos nos lleva a la conclusión de que hemos avanzado enormemente en nuestra concepción del mundo y que eso parece no tener límite, porque siempre es posible conocer más y más y más.
      Sin embargo, la revisión de la propia vida nos pone frente a una realidad: somos limitados. Mi conocimiento personal es limitado, conozco mucho menos de lo que puedo conocer; mi amor es limitado, siempre hay algo que se me escapa del ser amado, incluso de la posibilidad de amarlo; un poco más: no puedo desear todo al mismo tiempo.
      ¿Cómo es posible, entonces, que sea consciente de lo ilimitado, de lo infinito, cuando soy finito y limitado? Feuerbach responde: dado que no entendemos esto, nos proyectamos nosotros mismos en un ser que sea lo que nosotros no somos. Así, si nosotros tenemos un conocimiento limitado, pensamos en un ser que sea omnisciente, o sea, que todo lo conozca. Cuando nos sentimos impotentes, pensamos en un ser omnipotente, que todo lo puede; cuando caemos en la conciencia de nuestro egoísmo, pensamos en un ser que es puro amor, total amor. Cuando nos sentimos pecadores pensamos en un ser que sea el santo de los santos.
      El pensador alemán, entonces señala: si miramos con atención, nos daremos cuenta de que aquel a quien llamamos Dios tienen nuestras mismas características, solo que de manera ilimitada, infinita. Y entonces sucede lo que a él le parece lo más peligroso: depositamos en una proyección de lo humano la responsabilidad que nos corresponde en este mundo. Nos convertimos en ciudadanos del más allá y perdemos nuestra ciudadanía en el más acá; nos transformamos en teófilos y dejamos de ser filántropos.
      Sucumbir ante los propios límites supone muchas veces abandonar nuestra responsabilidad en algo más grande que nosotros, que no entendemos. En nuestros días podemos decir que hemos sido testigos de que los humanos podemos abandonarnos totalmente en manos del Estado, como Alemania nazi, Italia fascista, España falangista, Sudamérica en la doctrina de seguridad nacional de los setentas o México en el primer priísmo. Dejamos que el Estado hiciera y deshiciera con los humanos lo que cualquier Dios de la mitología haría con las personas.
      Hoy atribuimos características mágicas a los tecnólogos, a las pastillas curadoras y todavía a las iglesias. Como sentimos que no podemos manejarnos le pedimos al Papa que nos diga qué hacer o más terrenamente al psicólogo. En cualquier caso es lo mismo: no sabemos ni queremos lidiar con los límites, porque nos gusta transferir responsabilidad.
      Hoy y siempre nos viene bien pensar las cosas al revés: la infinitud es una invitación, ¿cuál es la cuota que podemos dar para caminar hacia ella? ¿Qué conocimientos podemos generar para contribuir al gran conocimiento que es de todos? ¿Qué acciones éticamente responsables podemos generar para vivir en la justicia posible? ¿Cómo podemos amar para que nuestro amor se una al de otros y lo humano se consolide?
      Lidiar con los límites es dejar de pensar innecesariamente en seres que puedan asumir nuestras responsabilidad y caminar hacia el kilómetro deseable dando los pasos en los milímetros posibles.

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